INTRODUCCIÓN
Guatemala se distingue de ser un país muy rico en
recursos naturales, también se distingue de ser un país Pluricultural y Multibilingüe,
en donde cada etnia o raza se caracteriza por su historia. Años atrás,
entre 1524-1821 vivió una temporada a la que se llamo época colonial
basándose como la explotación económica de un territorio y del trabajo de
los habitantes de este.
La esclavitud,
constituyente en el dominio absoluto sobre una persona, fue un fenómeno que se conoció no solamente en nuestro país Guatemala,
sino también en los demás, y países del
viejo mundo (España, Portugal, áfrica, Rusia
etc.).
Tal fenómeno arrasó
con la vida de muchos nativos de muchos países, incluyendo el nuestro, siendo
usados como muebles, siendo vendidos y usados para mano de obra. los españoles
en innumerables ocasiones abusaron de los nativos, no solamente de sus
libertades sino de su condición digna. para los cuales hubieron algunos que defendieron los derechos de estos, como
lo fueron los frailes, como fray Bartolomé de las casas, defensor de los
derechos de los nativos.
La encomienda, que
tuvo un peso especifico en el proceso de
la conquista y la colonización de Guatemala. La encomienda comprendía un núcleo de indios, entregados a
un particular por el término de la vida de éste y con frecuencia de la de uno o
más sucesores, con el compromiso de suministrarles víveres, ropas y habitación,
y de educarlos, beneficiándose en retribución, con su trabajo o el pago de un
tributo.
La encomienda se
oficializo en otros países del nuevo continente
Repartimiento, lo
típico de un trabajo forzoso impuestas por los españoles a expensas de la libertad a como también la
capacidad productiva de una apreciable
cantidad de indígenas. Así como también hubieron diferentes repartimientos, a
continuación se describen algunos de estos:
los de servicio ordinario de la ciudad,
los de labranzas, los de obras públicas, repartimientos para trabajos agrícolas,
de minería o industrias artesanales, así como también repartimientos
especiales.
La economía colonial
que tomo una parte importante en la época colonial, que se ocupa de los
hechos relacionados con la producción,
distribución y consumo de bienes y
servicios, destinados a satisfacer las
necesidades del ser humano. La
tierra el ente que llevo a muchos
españoles a la ambición, ya que fueron controlados totalmente por ellos.
El descubrimiento de
América estuvo legado a las relaciones
comerciales entre Europa y el lejano oriente; de ahí viene la importancia que,
en su propio contexto mercantil, España
concedió el intercambio de bienes a través del atlántico. a lo largo del
periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial, casi permanente
aunque no siempre legal , con otras naciones, que entre ellas figuran : nueva
granada, Perú, y de manera indirecta filipinas y otros países del lejano
oriente.
Los criollos, que
fueron hijos de españoles nacidos en América, la importancia de los
criollos estriba en el espacio social que ocuparon. También
tuvieron un importante papel en el proceso
evolutivo de la sociedad. otro ente , que durante la época colonial , los
grupos y las personas ocupaban
determinadas posiciones jerárquicas que, en general, se determinaban por razones
políticas económicas raciales y de
prestigio social.
La iglesia y la
religión jugaron un papel muy importante
en la conquista y la colonización, porque uno de sus objetivo fue el de
reemplazar por el catolicismo todas las anteriores creencias. la sustitución de
los esquemas religiosos implico
necesariamente, no solo la imposición de nuevas creencias , valores e ideas
sino la de nuevas formas de conducta y actitudes diferentes frente a los hombres, en casi todos lo
ordenes de la vida. Personaje que jugó un importante papel en la religión
colonista fue el primer obispo de la diócesis de Guatemala francisco Marroquín.
Los principales grupos religiosos durante la colonia fueron los franciscanos,
los mercedarios, jesuitas, y los
agustinos. Las fuentes principales en
las que descansaba la iglesia católica
para su funcionamiento general eran: los salarios reales de los obispos, curas
doctrineros, y miembros del cabildo
eclesiástico; ingresos derivados de la administración de los sacramentos y de otras actividades religiosas; ofrendas y
limosna de los fieles; contribuciones forcivoluntarias de los indígenas a los curas, a los que en esa época se
llamaban “derramas”.
Otra institución de
la colonia fue la inquisición que
funcionaba como órgano jurisdiccional para castigar los delitos contra la fe
cristiana.
En el idioma, en
donde jugaron un papel importante los religiosos, que con sus enseñanzas
buscaron crear colegios mayores, nuevamente francisco Marroquín, quien pidió al
rey que se crearan colegios mayores. Uno
de los más antiguos de su género en
Hispanoamérica, la universidad de san Carlos de Guatemala, que se fundó según
la licencia contenida en la real cedula promulgada
por el monarca español Carlos II
La época
colonial se caracteriza así como también en avances en distintas
ramas, por lo cual algunos nativos llegaron
a obtener desarrollo intelectual, físico y espiritual.
El presente trabajo,
recaudado de diversas fuentes ha sido hecho buscando el saber más sobre la
época colonial de nuestra Guatemala, esperando que satisfaga sus deseos de saber sobre la época
colonial de Guatemala.
OBJETIVOS
Objetivos Generales
-
Dar a conocer el historial
de época Colonial de Guatemala, que marco su Inicio, con la llegada de los
españoles, hasta la firma de la Independencia.
-
Describir las funciones de
los personajes que practicaron la esclavitud y muchos otros hechos que se
realizaron en esa época.
-
Conocer los avances desde
sus Inicios y cuáles han sido sus repercusiones en nuestra actualidad.
Objetivos Específicos
-
Dar a Conocer, el trato de
los españoles a los Nativos.
-
Especificar en qué consistía
el trabajo Artesanal, el trabajo Agrícola, y como fue evolucionado.
-
Distinguir como fue
evolucionando la cultura, con la llegada de los españoles.
-
Indicar cuál fue el lugar
que ocupo la Iglesia en la Sociedad Colonial.
LA EPOCA COLONIAL DE GUATEMALA
Un
régimen colonial, en términos generales, aplicables también a la situación que
prevaleció en el Reino de Guatemala entre 1524 a 1821, se puede concebir, en
esencia, como la explotación económica
de un territorio y del trabajo de los habitantes de éste, que
anteriormente gozaron de autonomía.
En
el caso de la sociedad colonial de Guatemala
es decir, durante el periodo comprendido de 1524 a 1821, el aparato económico,
estrictamente considerado, descanso principalmente a las siguientes columnas institucionales: Esclavitud, Encomienda,
Repartimiento, servicios personales, propiedad y utilización de la tierra, administración
de la hacienda pública, tecnología, trabajo artesanal y comercio. Básicamente,
sin embargo, en Guatemala , el régimen colonial gravitó en el trabajo de los
nativos , ya que los móviles generales
de la conquista , las coacciones
en que esta se realizó y la
propia situación económico social de
España y de la propia colonia .
LA
ESCLAVITUD DE LOS INDIOS
El
dominio casi absoluto de una persona sobremanera , equivalente a un derecho de
propiedad que traduce en la
anulación de la libertad , la
personalidad y otros derechos
individuales de quien ocupa la posición
de esclavo , fue un fenómeno que, con ligeras variantes , se conoció en todos
los continentes , inclusive África , y casi de manera ininterrumpida desde la antigüedad . En el siglo XVI se conocía en las sociedades del viejo mundo,
así como en las sociedades mesoamericanas
con la Pre conquista. En estas últimas, el estrato de los esclavos se
integraba, principalmente con prisioneros
de guerra o criminales condenados
por la sociedad, pero los hijos de unos y otros no necesariamente heredaban tal
condición. En algunas zonas también se obtenían esclavos mediante compra, el cobro de tributos por los señores o bien por la comisión de varios y diversos
delitos. Se les reconocía por su
posición inferior en los procesos productivos
por supuesto y , en algunos casos, por la correspondiente “MARCA” en la cara y en los brazos , tal como se hacía
en Nicaragua , por ejemplo donde se usaba, para tales efectos , un polvo negro
hecho de carbón de pino que se
frotaba en una cortada hecha la cara o en un brazo , para que la seña
persistiera después de sanada la herida
. Esta práctica de la marcación fue
continuada por los españoles
después de 1524. Estos en efecto redujeron a la esclavitud a muchos nativos en los años cruciales de la conquista y utilizaban una “G” para marcar a los esclavos obtenidos en guerra , y una especie de
“R” compuesta , para los llamados “ESCLAVOS DE RESCATE” . Estos últimos eran precisamente los que ya tenían tal
condición en las sociedades
prehispánicas, y de cuya existencia anterior
persisten pruebas documentales, pictográficas y lingüísticas en la actualidad. Estas pruebas se refieren
a casi todo el territorio de la antigua Mesoamérica y, en muchos casos, ponen de manifiesto
ciertas prácticas de excesiva
crueldad asociadas a la esclavitud de aquella época.
Como
en otras partes del viejo mundo, en la Guatemala prehispánica la esclavitud implicaba un derecho u derecho
de propiedad sobre la persona del
esclavo, lo que incluía los frutos del trabajo, así como la privación de la
vida de éste si se trataba de uno
propio, o de una obligación de resarcimiento en el caso de uno ajeno.
Desde
entonces, se tomaron medidas efectivas para que tal practica no continuara, y
se ordeno la liberación de muchos indígenas que se conservaban bajo dicho
régimen.
Es
justo reconocer, por otra parte, que también hubo fuertes voces de crítica, de
denuncia, de abierta condena a la
política esclavista que España y los colonos españoles desarrollaron en América central. Entre tales
voces , a pesar de que había también
religiosos comprometidos en dichas practicas
, destacaron la del licenciado Cristóbal
de Pedraza , protector de los indios y Obispo de Honduras , quien envió una
cruda” Información “ sobre la situación esclavista en ese país y por supuesto la voz implacable de celebérrimo Fray Bartolomé de las Casas. Y
en España, precisa decirlo, algún eco tuvieron aquellas voces detonantes, cuando menos en el ámbito del “debe ser” inherente a las leyes nuevas.
Otra
modalidad irregular, entre los
muchos procedimientos usados para burlar el precario control de la práctica
esclavista, consistió en la venta, en calidad de esclavos, de muchos indios
sometidos al régimen de la encomienda. Estos
por definición , eran individuos libres , con la única obligación del pago del tributo a su encomendero, pero
este, en componenda con funcionarios, religiosos , traficantes y eventualmente con los caciques locales , se las ingeniaba
para participar en el mercado de
esclavos , a expensas de la libertad de
sus encomendados y del ingreso regular que constituía el tributo
LA
ESCLAVITUD DE LOS NEGROS:
En
cuanto a las políticas esclavistas
institucionalizadas por España
con relación con el nuevo mundo, es significativo consignar que en 1518, Carlos I autorizo el envió masivo de 4000 negros a las islas del Caribe. Esta concesión de libero
de impuestos por cuatro años, y se prohibió toda negociación semejante por quienes carecieran
de permiso expreso.
En
las postrimerías del siglo XV todavía se
manifestó abiertamente la rivalidad,
entre España y Portugal, por el control del comercio esclavista, pero las bulas
papales de 1493 favorecían el derecho
esgrimido por el segundo de dichos países, y así se reconoció por ambas naciones en 1494. Al tenor de este
acuerdo, a los portugueses se adjudico
el derecho exclusivo de sacar esclavos del continente Africano. Este
trafico empero, no pudo obviar cierto control
ejercido por los banqueros genoveses, como tampoco se pudo ignorar la oposición de la casa de contratación de Sevilla, que reclama sus
derechos monopolísticos en el comercio
con las Indias. Posteriormente concluido el
predominio portugués, se elimino la institución del
asiento, y el tráfico de esclavos negros
disminuyo en una medida que afecto a la creciente demanda de los colonos
españoles en América. El rey por lo
tanto, ante el aumento del contrabando y
otras presiones colaterales, opto por
restablecer el asiento, y entonces fueron los holandeses los encargados de
proveer de negros a los asentistas.
En
la primera mitad del siglo XVII, el tráfico esclavista estaba generalizado en el Caribe, y de él se
beneficiaban las potencias europeas. La demanda comenzó crecer entre los colonos Españoles, en cuyas filas
figuraban miembros de las órdenes
religiosas, como los propios dominicos que, por otra parte, destacaron en la defensas
de los indios. Ante la posibilidad de trasladar esclavos blancos, que también
los había disponibles en Europa como
judíos, rusos, egipcios, libaneses, guanches (originarios de las islas
canarias), etc. Los interesados es decir, vendedores y compradores, prefirieron
a los Bozales, que eran los esclavos capturados
en África y que no habían tenido
contacto directo con la civilización occidental. Se suponía que estos
podían ser mas fácilmente cristianizados, en lo cual se reflejaba los intereses
de la iglesia; que estaban en capacidad de resistir las enfermedades europeas, puesto que el
contacto indirecto había desarrollado cierta disposición inmunológica; que
podía obtenerse su docilidad y
sometimiento, precisamente por su desarraigo; y que mas, importante aun,
estarían en aptitud de desempeñar las
tareas pesadas y peligrosas que, por
razones de clima u otras similares, ni españoles, ni indios podían asumir.
En
los procedimientos de venta o de subasta
los negros eran sometidos a exámenes
para detectar defectos físicos
(verbigracia, mataduras en la piel, falta de dientes, extremidades
deformes) o supuestas taras “morales”
(por ejemplo, la rebeldía la inadaptación por nostalgia etc.) ya que
ello determinaba su precio y, sobre todo su aptitud para calificar como una “pieza”, es decir
como un esclavo normal y joven. Por lo general eran marcados, ya con el fierro
del general, del asentista o de sus nuevos amos. En Guatemala las” piezas” debían reunir ciertos
requisitos, como altura, fuerza salud, etc.
Y se les clasificaba, según se tratara de niños, jóvenes o viejos, en
las categorías denominadas “mulequin”
(hasta 6 años era media pieza), “muleque” (de 6 a 12 años) y “mulecón” (de 12 a
18 años), respectivamente. Esto determinaba la demanda y el consiguiente precio.
Es
interesante anotar que los primeros
esclavos negros llegaron a Guatemala en
la propia expedición inicial de Pedro de Alvarado, aunque son precarias las
informaciones precisas al respecto.
Arribaron, como tales, desprendidos de
los grupos de sus congéneres que ya
existían en México y en la Antillas,
cuando no se había iniciado todavía
otras formas de explotación de mano de
obra nativa, como las que se relacionan
con la propia esclavitud, con la encomienda, el repartimiento y los
servicios personales.
La
iglesia no se opuso categóricamente a la esclavitud y al tráfico de negros y, precisamente los
dominicos, en cuyas filas figuraron
algunos de los más conspicuos
defensores de los indios, poseían muchos esclavos africanos en sus propias haciendas. Una de las más
famosas de estas fue la de San
Jerónimo, en baja Verapaz, fundada desde
los comienzos de la colonización.
En
dicha hacienda, reputada como una de las
grandes empresas agroindustriales de la
época, se fabricaba, además de azúcar, un aguardiente cuya fama trascendió las
fronteras del reino, así como otros productos diversos. Fue fundada en una
fecha imprecisa entre 1540 y 1550, por
los dominicos que llegaron en pos de las Casas
y los acompañantes de este.
Si
se analiza la magnitud de empresas
agroindustriales , como la hacienda de san Jerónimo u otros ingenios o trapiches menores que abundaban en el reino, pero en un
contexto mas amplio; y si se considera el peso que tuvieron productos como el añil, el azúcar, e
inclusive la minería, los servicios personales, etc. Se puede medir el verdadero papel que
jugo la esclavitud de los negros en la vida económica de la
colonia.
Los
esclavos negros siempre tuvieron una condición diferente a la de los indios, inclusive la que correspondía a quienes, entre estos
últimos, se tenía también por verdaderos
esclavos. Aquellos por ejemplo, siempre fueron “comprados”, como una
cosa mueble, en tanto que los indios desde el principio, eran simplemente
“tomados” por los españoles. La
esclavitud de los indios, por otra parte
se prohibió reiteradamente; por ejemplo, de modo taxativo, en las leyes
nuevas. Los negros además no estaban
sujetos al pago del tributo, como lo
estaban los indios bajo la encomienda.
Solo cuando adquirían la condición de hombres libres, mediante la manumisión,
la compra de su libertad u otros
procedimientos, los negros adquirían la obligación de pagar, en calidad de
tributarios de la corona, dos tostones al año.
Finalmente
las transacciones referidas a un
esclavo negro pagaban los impuestos de alcabala y almojarifazgo.
Las
ocupaciones de los esclavos negros no variaron en la etapa final de la colonia,
aunque fueron objeto de regulaciones
especiales; estas se referían
también a la educación y, en general al
trato que debía darse a los
esclavos sometidos al régimen en
cuestión.
El
punto ultimo de la esclavitud de los
negros se marco en Guatemala en
1823 cuando la asamblea constituyente decreto la abolición de aquel fenómeno social, que tubo considerables
repercusiones económicas en la
anterior etapa de la colonia .
LA
ENCOMIENDA
La
encomienda es una institución muy peculiar, que tuvo un peso específico en el
proceso de la conquista y colonización de Guatemala. Se suele confundirla con el
repartimiento de indios e inclusive con la esclavitud y, al parecer, ello se debe a la forma difusa en la que el termino se uso desde la época inicial del descubrimiento, a las distintas
regulaciones a las que fue sometida durante muchos años y, sobre todo ala enorme disparidad que existió entre la concepción teórica de la institución y la utilización practica que hicieron de ella los conquistadores, colonos e inclusive funcionarios españoles..
En
el caso de la encomienda, así como en el
de otras instituciones y
fenómenos coloniales de distinto genero,
todo tipo de generalizaciones debe estar
sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y circunstancias. Por ejemplo
entre las muchas premisas de las que se
pudiera partir para definir la
naturaleza de los principales hechos sociales
de la era colonial se pueden citar las siguientes:
v Desde
las expediciones de colon, los reyes católicos resolvieron que los nativos de las tierras descubiertas debían ser considerados y tratados como “vasallos libres” de la corona.
v El
carácter mercantil de la empresa de la
conquista y de la colonización,
impuso condiciones de interés económico,
como las contenidas expresamente en las “capitulaciones “, que no se pudieron
soslayar, aun cuando ello significara
violar los principios de la
equidad y de la justicia.
v Como
parte de la realidad colonial, existió siempre una contraposición entre los que postulaban idealmente las leyes y la reacción que estas provocaban entre los actores de las relaciones sociales que ellas regulaban.
v La
dinámica colonial, del mismo modo que ocurre
en el ámbito de la dinámica
social en general, obligaba a una permanente adaptación y readaptación de las leyes frente a la conducta real, lo que ocurría también a
la inversa.
Respecto de la primera premisa , existen pruebas
documentales que señalan la intención
inicial de los reyes católicos en
cuanto a considerar a los indios como
“VASALLOS LIBRES” , lo que implicaba la obligación de pagar un tributo , tal como lo hacían
también lo súbditos españoles . Así lo
anuncio claramente el propio Colon desde
sus primeros contactos con los indios,
estos empero, se opusieron a tal disposición, sobre todo porque el tributo se
taso en oro, en cantidades y condiciones
que ellos no podían satisfacer
con facilidad. Los aborígenes por otra parte, en todos los rincones de
nuevo mundo comprobaron pronto que la
brújula que orientaba alas
expediciones españolas era más bien de carácter económico.
Es
preciso reconocer que en casi todas las
sociedades prehispánicas, particularmente
en aquellas en las que se había
alcanzado un cierto grado de
desarrollo , como los principales
señoríos “Guatemaltecos” del
siglo XVI o la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de
la organización social, aunque con las
variantes asociadas de cada época y a
uno y a otro contexto . Por lo tanto el
pago de un tributo a la clase
gobernante, que desde el principio hasta el final de la existencia institucional
de la encomienda puede definirse
como un elemento substancial de
esta, no era totalmente desconocido para
los nativos.
La
disposición reiterada mas de una vez por
la reina, por la cual los indios fueron declarados “súbditos de la corona”, es decir “vasallos
libres”, obligados únicamente al pago del tributo real derivado de dicha calidad, provoco también la decidida oposición de los primeros colonos de la española, y una encendida
polémica que trascendió a los ámbitos políticos y académicos
de la propia España. Se dispuso entonces que para aceptar aquella
calidad en los indios, era necesario demostrar
que estos eran capaces de “vivir solos”, “en policía” (políticamente
organizados), como los españoles. Las opiniones sobre este tema específico proliferaron
en direcciones opuestas. Los argumentos que negaban la aludida capacidad en los nativos solían remontarse a los postulados de Aristóteles, en los que se aceptaba como legitimo el gobierno de los seres superiores. Se aducía desde dichas
posiciones, para demostrar inferioridad
de los nativos, el “salvajismo” de estos, su idolatría, su condición de
“vagos”, “borrachos”, rebeldes e inclusive, su falta de ambiciones o del simple deseo de adquirir riquezas. Se les adjudicaban, en
fin, muchos otros atributos negativos,
que con el tiempo llegaron a convertirse
en sólidos estereotipos, en los cuales se apoyaba la tesis de que no podían vivir sin la tutela o la supervisión de los españoles, es decir sin estar “encomendados “
a estos.
Quienes sostenían la opinión contraria , como algunos
frailes dominicos , entre los que ya comenzaba a descollar Fray Bartolomé de las Casas , se apoyaban en
los principios y valores cristianos, en
la avaricia de los españoles, en la inclinación de estos de amasar fortuna con facilidad y a expensas del trabajo de otros, en la inconsistencia de
la “guerra justa “ y la consiguiente inviabilidad moral del derecho de conquista.
Por encima de que los indios
fueran salvajes o racionales, se preguntaban muchos de quienes se perfilaban ya como defensores de ellos: ¿era justo, y propio de cristianos,
despojarlos de sus tierras, ponerlos a trabajar, obligarlos a pagar tributo,
convertirlos en esclavos y marcarlos
como tales?
Las
posiciones parecían muy consolidadas en
uno y otro bando. Un viejo colono de nombre Antonio de Villasante, que residió
en la española desde 1493, por ejemplo
basado en vivencias y hechos concretos,
sostenía que los indios no eran capaces
de gobernarse solos y vivir en libertad.
Las casas a su vez, consigno en algún pasaje de sus obras que, cuando predico la primera vez contra la encomienda, los colonos “manifestaron tanto asombro como si hubiera declarado que no tenían derecho a la labor de las bestias en el campo”.
En
el concejo de las indias se discutió, oportunamente, el asunto de fondo. La
conclusión respectiva se consigno en la
clasificación de las leyes de burgos, un documento legal promulgado el 28 de julio de 1513. Se declaro ahí que
los indios eran capaces de vivir solos,
pero se reconocía así mismo, la necesidad que se beneficiaran suficientemente del contacto con los españoles, hasta demostrar que podían
convertirse en cristianos y auto
gobernarse, se establecía también que en tales condiciones, debía respetarse su
libertad, aceptar sus mecanismos de autoridad
y ordenarles que pagaran los impuestos
a que estaban obligados todos los súbditos del rey.
La
aludida resolución real, si embargo, como tantas otras emitidas a lo largo del periodo colonial, “se acato
pero no se cumplió “. Por el contrario los primeros colonos, que ya tenían
indios repartidos a su servicio y que se
empeñaban en acumular riquezas de manera
rápida protestaron airadamente, e
impulsaron un flujo de quejas u
argumentaciones ante la corona.
Con
el fin de dilucidar la delicada situación en la que los hechos en torno a la
colonización se oponían las leyes, en
1516 la corte resolvió integrar una
comisión de tres frailes jerónimos
encargada de resolver el asunto en las propias indias. En 1517, en la española,
los religiosos indicados recogieron la opinión de colonos viejos, de autoridades civiles, de
eclesiásticos, etc. Y su dictamen
general fue categórico: los indios no eran capaces de vivir solos en forma civilizada. Al parecer, los
comisionados actuaron de manera un tanto
amañada o bajo la presión de
circunstancias, lo que fue denunciado por los dominicos, encabezados por la
Casas. E n síntesis, y como resultado del informe de los frailes jerónimos, los indios fueron agrupados bajo el control de administradores y frailes.
Por
otra parte los indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque
algunos se redujeron a esta condición en
las circunstancias en las que se considero
“esclavos de guerra” y de “rescate”. La referida y un tanto ambigua,
situación de los indios “encomendados”,
tampoco significa que no existieran abusos, los malos tratos, y sobre todo, lo
servicios personales de los que fueron victimas los aborígenes. En todo caso sin
embargo, los sujetos a la encomienda conceptualmente eran considerados
“vasallos libres” del rey y por lo tanto
tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad
privada, vendible exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos.
Tampoco eran equiparables del todo, a los que se llamaron “aborias“, ósea una
especie de empleados domésticos.
ENCOMIENDAS
EN PUEBLOS CACAOTEROS A FAVOR DE PARIENTES
Y CRIADOS DE ALONSO DE MALDOANDO, 1543.
PUEBLO
|
XIQUIPILES
|
INDIOS
|
ENCOMENDEROS
|
Aguateocan
|
350
|
540
|
Antonio do Campo
|
Atitlán
|
1200
|
1000
|
Sancho de Barahona y su Majestad
|
Chiquimula
|
250
|
150
|
Juan de Celada
|
Guazacapan
|
600
|
400
|
Su majestad
|
Izalco
|
2000
|
400
|
Juan de Guzmán y Francisco Girón
|
Mazagua
|
380
|
180
|
Santos de Figueroa y Francisco C.
|
Naolingo
|
685
|
200
|
Gómez Días de la Reguera, Juan de
Guzmán y Francisco López.
|
Nytla
|
2800
|
155
|
Juan Duran
|
Suchitepéquez
|
1000
|
286
|
Gaspar Arias, Hernán Gutiérrez de
Cibaja y Hernán Méndez de Sotomayor
|
Tacuscala
|
400
|
100
|
Francisco Calderón
|
Taxisco
|
400
|
300
|
Gonzalo Ovalle
|
Xeribaltique
|
250
|
150
|
Juan de Mendoza
|
Xicalapa
|
250
|
60
|
Juan Rodríguez Carrillo
|
Yuxitepeque
|
300
|
520
|
Antonio Salazar
|
Zapotitlán
|
800
|
1000
|
Martin de Guzmán y Bartolomé de
Becerra
|
Todas
las consideraciones anteriores son aplicables al carácter de la encomienda que
se derivó de la interpretación ambigua de la condición de los indios como
vasallos libres de la corona y sujetos, por lo tanto únicamente al pago del
tributo real. En 1509 en una carta dirigida por Fernando El Católico a Diego
Colon, autorizaba el repartimiento de los indios e indicaba: “que tales
personas que a quien así se encomendaren
se sirviesen de ellos en cierta forma”. Esta particular disposición real,
contenía ya algunos elementos que definen la naturaleza de la encomienda;
incluía los repartimientos de los servicios personales, sin embargo
condiciona la prestación de estos
servicios. Se regula la calidad de las personas que recibían indios, con
ciertos derechos de estos últimos, es decir, no se trataba del simple y
arbitrario repartimiento que ya existía en el plano de la realidad. Se
confirman dos elementos específicos: El tributo y la obligación evangelizadora
de los favorecidos con el reparto de los indios: Tales personas que se sirvan
de ellos, los instruyan e informen de las cosas de la fe, no les pueden ser
quietados si no por delitos que merezcan perder los bienes, en tal caso
confiscados para la Cámara; deberán pagar a la misma cada año, un peso de oro
por cabeza de indio.
Lo
anterior representa un interés económico con el trabajo de los indios, un
interés fiscal con el tributo y un interés espiritual y político con la
instrucción en las cosa de la fe. Los indios encomendados no se definían como
típicos esclavos, tácticamente se les consideraba como vasallos libres del Rey.
Sin embargo los abusos contra los indios continuaban de manera casi
incontrolada, continuó la evasión en el pago del tributo y el incumplimiento de
la misión evangelizadora. La obligación de tributo era no solo para colones si
no que también para colonizados.
LA
ENCOMIENDA EN EL CONTINENTE
Comenzaron
a definir la encomienda en las Antillas, adquirieron mayor consistencia en Perú
y la Nueva España. Antes de 1512 y 1513, por medio de las leyes de Burgos, se
aprobaron nuevas regulaciones a la institución que comenzó a llamarse con el
nombre de Encomienda. Inclusive se comenzó a hacer referencia del pago de un
jornal a los indios repartidos en la encomienda.
Con
el propósito de salvaguardar la autonomía de las poblaciones aborígenes,
comenzaron los intentos de reducciones gobernadas por sus propios Caciques pero la mayoría de los colonizadores
echaron por la borda las intensiones proteccionistas impulsadas por la Corona.
Solo adquiere su verdadera naturaleza cuando fue llevada al continente, los
autores han señalado dos etapas en la
vida institucional de la encomienda, la primera suele llamársele Antillana, Primitiva o Esclavista; a la
segunda se le conoce como: La etapa Continental, esta delimitación
institucional se alcanza después del traslado de la encomienda a Tierra Firme.
Cuando Hernán Cortez inició, la conquista de México, en 1519, igual que Colon
durante sus primeros contactos con el Nuevo Mundo, presionado por sus propios
intereses y la de sus acompañantes,
Cortés recurrió también al repartimiento de indios. Cortez recibió
algunas instrucciones pertinentes de los reyes en la conquista de México, los
cuales acató pero no cumplió: “no hagáis repartimientos ni deposito de los
indios, sino que les dejéis vivir libremente como nuestros vasallos y que
sirvan y den tributo que como nuestros súbditos y vasallos nos deben”.
En
la encomienda establecida por Cortés se introdujeron nuevos elementos: La
obligación de los encomenderos de mantener listas sus armas para defender las
tierras; el deber de pagar curas doctrineros, encargados de la evangelización
de los encomendados; la necesidad de recurrir a las “las justicias”, cuando los
indios no prestaran los servicios adecuadamente; permitir la sucesión
hereditaria de la encomienda; derecho a percibir de los indios el tributo
correspondiente; y servicios personales. Los intereses de la Corona, los de los
colonizadores, las presiones de ciertos sectores de la iglesia y algún grado de
protección de lo indios, fueron incorporados en la concepción teórica de la
encomienda, tal institución se implanto después en Guatemala. “las encomiendas
eran una merced real hecha con la doble finalidad de recompensar a los
conquistadores o a sus descendientes con los beneficios de servicios personales
de los indios primero, percepción de tributos después; al propio tiempo que se
incorporaba a los indios a la civilización cristiana, bajo el amparo de un
español encomendero”.
LA
ENCOMIENDA EN GUATEMALA
Con
todas las experiencias adquiridas en las Antillas y después en México, Pedro de
Alvarado emprendió la conquista y colonización de Guatemala, como también lo
hicieron Pedrarias Dávila, Gil González Dávila y otros que iniciaron sus
respectivas campañas desde Panamá, por supuesto recurrieron a la esclavitud de
los indios, a la encomienda, al reparto y a los servicios personales.
La
diferencia entre la esclavitud y la encomienda
es que el segundo se condicionaba la calidad de esclavo al
incumplimiento del pago del tributo, rasgo, este último se consideraba
consustancial a la encomienda.
El
primer gran reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge de
Alvarado, Gobernador y hermano de del jefe de la expedición de conquista en
Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en la encomienda ello hizo
que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados.
Provocó el juicio de la Residencia que
ordenó la Audiencia de México contra el Gobernador, tenientes de gobernador y
otros funcionarios de Guatemala. Francisco de Orduña, que actuó como juez no
alteró el reparto hecho por Jorge de Alvarado
se limito a asignar a nuevos titulares de las encomiendas que estaban
vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano Jorge, e hizo
uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades. Alvarado se
adjudicó la encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a Sancho de
Barahona y Pedro de Cueto. Posteriormente tuvo que devolver la encomienda.
En
consideración a las injusticias con los primeros repartimientos en 1530, el
Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran a perpetuidad
para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona decidió controlar
estos vicios, permitió que las transferencias pudieran heredarse “por una
vida”, es decir, por una sola vez, en favor de una viuda o del hijo mayor de un
encomendero fallecido.
En
1536 se ordenó una revisión y una tasación de las encomiendas en Guatemala, en
el cual intervinieron Alonso de Maldonado,
y el Obispo Francisco Marroquín; de estas actuaciones se derivaron
algunas mejoras para los indios encomendados, sobre todo en cuanto a la rebaja
de los tributos. Pedro de Alvarado resultó afectado en el Juicio de Residencia
que realizó Maldonado, ya que se había adjudicado siete de los mejores pueblos
del territorio guatemalteco (Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa,
Quetzaltenango, Rabanal, y Totonicapán). Alvarado obtenía ingresos de cerca de
diez mil pesos al año, a lo que se agregaba una cantidad similar recaudada en
las encomiendas en Honduras. Las acusaciones no pudieron ser desvanecidas por
Alvarado, sobre todo las que se referían a obtener los mayores beneficios del
trabajo de los indios.
LAS
ENCOMIENDAS Y LAS LEYES NUEVAS
Entre
las principales modificaciones se pueden citar las siguientes: se suprimió todo tipo de dominio
directo de los encomenderos sobre los encomendados; se aprobó el usufructo de
la encomienda por una sola vida en beneficio de los herederos inmediatos, se prohibió la adjudicación de encomiendas a
funcionarios reales; se ordenó que las que fueren vacantes se transfirieran a
la jurisdicción de la Corona; se afirmó la obligación evangelizadora de los
encomenderos, a través del pago a los curas doctrineros. Los colonizadores
debían estar dispuestos, mediante la tenencia a caballo y armas, a defender las
tierras, ante cualquier amenaza; se otorgó mayor poder a la Audiencia en cuanto
al control del sistema, se trató de eliminar el despojo de tierras y el trabajo
excesivo; se prohibió que los indios encomendados se utilizaran en el trabajo
en la minas y trapiches azucareros; se ordenó que el monto de los pagos
correspondientes se basara en las tasaciones hechas por la Audiencia; se
estableció el derecho de los indios a formular quejas, o denuncias de malos tratos y abusos. Y en caso que tales
prescripciones no fueran cumplidas, los
encomenderos estaban sujetos a sanciones que podían incluir la privación de la
encomienda.
La
promulgación de las Leyes Nuevas sacudió el ambiente social de manera notoria,
sobre todo por la importancia adquirida por la encomienda en el mantenimiento
del sistema colonial, como por el poder adquirido por los encomenderos. Las quejas,
las criticas, los ataques directos de todo tipo contra los funcionarios
metropolitanos que habían aprobado aquella legislación, si como respecto de
aquellos a quienes se consideraba responsables indirectos, tal el caso de Fray
Bartolomé de Las Casas; inclusive un sector de la iglesia, que se beneficiaba
con el cobro dl diezmo sobre los tributos recolectados por los encomenderos,
adoptó una actitud beligerante contra las reformas en cuestión.
Para
infortunio de los indios suerte de los
encomenderos, el encargado de aplicar las Leyes Nuevas en el Reino de Guatemala
fue el primer Gobernador y Presidente de la Audiencia, Alonso de Maldonado.
Quien dirigió el juicio contra Alvarado, no solo asumió una inicial posición
contraria a la nueva legislación, sino que se confabuló con los encomenderos
para conseguir por todos los medios la frustración del régimen de encomiendas.
Maldonado incurrió en nuevos vicios de corrupción nepotismo y otras
arbitrariedades con el fin de impedir la aplicación de las reformas.
En
1548, Maldonado fue sustituido por Alonso López de Cerrato, y este nuevo
Gobernador se empeñó en hacer una correcta aplicación de las Leyes Nuevas. Uno
de sus logros consistió en ordenar una nueva tasación de los tributos, los que
fueron reducidos considerablemente. Se empeñó en establecer otras medidas
dirigidas a evitas los abusos y excesos de los encomenderos. Exacerbó los
ánimos de éstos y provocó la simpatía de los indios quienes registraron su
testimonio en el Memorial de Sololá: “El señor Presidente Cerrato, dio libertad a los esclavos y vasallos de los
castellanos, rebajó los impuestos a la mitad, suspendió los trabajos forzados,
alivió verdaderamente los sufrimientos del pueblo”.
A
pesar de los esfuerzos de Cerrato, las condiciones en que se explotaba el
trabajo de los indios recobraron sus viejas características, aunque con
procedimientos un tanto diferentes, como el repartimiento por ejemplo. Este
retroceso contrasta con el hecho de que en 1680, en la recopilación de las
Leyes de Indias se incluyeron las reformas contenidas en las Leyes Nuevas y se
agregaron otras muchas regulaciones con
las cuales se pretendía mejorar la situación de los indios .
La
institución comenzó a declinar a finales del siglo XVII, por el auge del
cultivo de añil y de ganadería; por la disminución de la población indígena;
por las dificultades que imponía la Corona en la concesión de nuevas
encomiendas; finalmente los ingresos se
destinaron a cubrir gastos vinculados a la defensa e los puestos y las costas
de América, asediados ya por piratas y corsarios europeos. Algunas de Aquellas encomiendas
se gravaron con el impuesto de la “media annata” que consistía en el pago de la
mitad de los ingresos obtenidos, el primer año, por el usufructuario.” Otras se
destinaron a las ayudas de costa” que eran una especie de pensiones a los
descendientes de conquistadores. Estas “ayudas de costa” ya no tuvieron el carácter típico de las
encomiendas. La terminación efectiva de esta institución se puede situar en
1694, fecha en que el consejo de Indias aprobó una consulta de la Corona en tal
sentido.
LITIGIO
EN TORNO A UNA ENCOMIENDA
Una
muestra del rigor con que la Audiencia presidida por el licenciado Cerrato
castigaba a los encomenderos que se excedían e cobro de la tasa de los
tributos, nos lo demuestra el pleito que siguió el fiscal de la propia
Audiencia contra Andrés de Rodas. En la ciudad de Santiago de Guatemala, a 23
de enero de 1554, se abrió proceso en la Audiencia contra dicha persona, que
tenía en encomienda al pueblo de Ocuma, “por llevar más tributos de los que por
la tasa le habían de dar los indios y sirviéndose de ellos”. El pueblo le daba
de tributo cada año cuarenta tostones de a cuatro reales de plata y
veinticuatro gallinas de Castilla y todos los viernes de cuaresma unos treinta pescados y todos los viernes del año
doce huevos, y solían sembrar una hanega
de maíz y de ella cogían sesenta hanegas las cuales le traían al encomendero.
El fiscal pedía que se castigara al encomendero con forme a la justicia por
haberse excedido en el cobro de la tasa. También entre las pruebas una tasación
hacha por el presidente y oidores en la ciudad de Santiago de Guatemala el
cuatro de Mayo de 1549, por la que fijaron los tributos del pueblo de Ocuma,
encomendado a Andrés de Rodas, al año, en una sementera de maíz de una fanega,
que cogerían y encerrarían en dicho pueblo, y darían dos docenas de gallinas de
Castilla y cada viernes una docena de huevos y en cuaresma cada semana un
arrelde de pescado; asimismo tres indios ordinarios de servicio.
El 1
de Octubre de de 1549, el licenciado Cerrato mandó que, en lugar de los tres
indios de servicio, dieran cada año
cuarenta tostones de a cuatro reales cada uno, la mitas por San Juan y
la otra mitad por Navidad, y recalcaba que no habían de dar dichos indios de
servicio. El veintisiete de Abril de 1554, los licenciados Cerrato, Ramírez y
Tomás López fallaron contra el encomendero Andrés de Rodas condenándolo a
privación perpetua del pueblo e indios de Ocume, el sentenciado pagaría también
las costas del pleito. También Rodas debía pagar siete pesos de oro para cosas
necesarias a la iglesia de Ocume, y las costas.
BERNAL
DIAZ DEL CASTILLO: ENCOMENDERO
Ante
el licenciado García de Valverde, presidente de la Audiencia de Guatemala,
compareció Francisco Díaz del Castillo y dijo que tenía necesidad, para
ayudarse a sustentar, de hacer una labranza, y para ello había tierras en el
término del pueblo de “san Juan Chalona” el solicitante alegaba se hijo de uno
de los primeros descubridores y conquistadores de toda Nueva España y pedía
cuatro caballerías de tierra. El presidente hizo la merced de las cuatro caballerías
a favor del citado Díaz para él y sus
herederos; concedió en la ciudad de Santiago De Guatemala el veintiuno de enero
de 1579. Por la misma época Bernal Díaz se opuso a que se dieran a Martín Giménez
ciertas tierras de Izcuintepec, en los términos del pueblo de Guana gazapa. No
desconocía la primacía del derecho de los indios, pero razonaba que en caso de
que la Audiencia resolviera darlas por merced, habían de ser preferidos sus
hijos. El treintaiuno de agosto de 1580
la Audiencia amparó a los indios en esas tierras.
En
la ciudad de Santiago de Guatemala, el tres de enero de 1589, ante don Carlos
de Arellano, alcalde ordinario, en presencia del escribano Juan de Guevara y
testigos, mediante Martin de la Cueva, parecieron ciertos indios del pueblo de
San Juan Chaloma y dijeron que vendían en nombre de ellos y los demás indios
del pueblo, a Francisco Díaz del Castillo, su encomendero, un pedazo de tierra
situada en términos del dicho pueblo; el precio de venta fue de veinte tostones
de a cuatro reales de plata.
Ya
Francisco Díaz es el encomendero y no su padre Bernal. Ahora para convertirse
en propietario de tierras situadas dentro de los termino de la encomienda, no
se vale de una merced del gobierno, si no de una operación de compra a los
propios indios encomendados tierra que se venía destinando a la sementera del
tributo. Los indios la cultivaban para el encomendero, su obligación de darle
especies agrícolas, era desde tiempos anteriores a la venta, el encomendero
gozaba de los frutos de esa sementera; pero ahora obtenía la propiedad de la
tierra misma, que hasta entonces era de los indios encomendados.
Esto
comprueba la tendencia de la familia del encomendero a convertirse por
titulación específica y distinta de la propia encomienda, o sea, por merced y compra en propietaria de
tierras con independencia en cuanto a la titulación jurídica. Ante el
presidente Pedro Mallen de Rueda, el propio Francisco Díaz del Castillo pidió,
en términos del pueblo de San Juan Sacatepéquez, unas lomas montuosas, tierras
baldías y realengas, citados los indios, se concedió la merced de dos
caballerías de tierra para el solicitante y sus herederos; las poblaría en un
año y no podría venderlas dentro de cuatro.
Ante
el presidente don Antonio Peraza Ayala y
Roxas, Conde de la Gomera, hizo relación don Pedro Núñez Barahona y Loayza, el
hijo mayor de Sancho Barahona y como tal había sucedido en dicha encomienda y
transferido en él por ministerio de la ley la posesión civil de la misma. El Rey concedió tercera
vida en dicha sucesión al dicho su padre, para el efecto se congregaron el
gobernador, alcaldes y regidores de Atitlán donde también concurrieron indios.
El dicho gobernador, alcaldes y demás indios dijeron que estaba así muy bien y
quedaban alegres sus corazones y que el dicho encomendero los ayudase y
defendiese. Es interesante que la encomienda de que tratamos se hubiera
extendido a la tercera vida por una cédula especial del Rey.
El
REPARTIMIENTO Y LOS SERVICIOS PERSONALES
El
repartimiento fue, sin duda, una de las más sólidas columnas entre todas
aquellas en las que se apoyó el edificio del régimen colonial. Estos enfoques
ideológicos, suelen tener fundamentos materialistas, el repartimiento en el
fondo, asimismo, casi siempre reflejan condicionamientos políticos, e inclusive
psicológicos de muy diverso origen. Por lo tanto, no resulta extraño que a
veces el repartimiento se magnifique hasta considerarlo como el elemento que
definió al régimen colonial de Guatemala. El repartimiento entendido como una
forma de trabajo forzoso del que se beneficiaban quienes ostentaban
determinadas posiciones de poder , se conocía ya, tanto en el Nuevo Mundo como
en Europa, desde antes de Descubrimiento. Aquí y allá, los aristócratas, jefes,
funcionarios, lideres, caciques, Señores, todos aquellos que tenían alguna
forma de poder, real o formal, disponían de su propio personal de servicio.
Inicialmente,
y ya en el marco amplio del descubrimiento y de la conquista de América, en las
mismas postrimerías de siglo XV, el repartimiento fue una especie de botín, ora
de guerra, ora de simple ocupación española del territorio insular antillano.
Fue una manifestación pragmática, aunque arbitraria y abrupta, del alegado
derecho al resarcimiento pronto que buscaba España, así como todos los
expedicionarios embarcados en la gran aventura económica del Descubrimiento y
la Conquista. Aquella practica inicial, que consistió en “tomar” indios y
utilizarlo en provecho propio, con el respaldo de justificaciones morales
incuestionablemente relativas; aquella exigencia inmediata que debió atender
primero Colón en las Antillas, y después Cortés, Alvarado y muchos otros en el
continente ; aquel primerizo reparto de hombres, producto del dominio colonial,
muy poco se parece a la verdadera institución que , sujeta a regulaciones,
objetivos específicos, contribuyó a definir y a sustentar al régimen colonial
de Guatemala.
EL
CONCEPTO DEL REPARTIMIENTO
Fue
una típica forma de trabajo forzoso, impuesta por los españoles a expensas de
la libertad y la capacidad productiva de una apreciable cantidad de indígenas.
En sentido estricto, el repartimiento tampoco implicaba la definición de los
indígenas como bienes muebles, como “piezas”, como objetos susceptibles de ser sometido
a un régimen de propiedad privada. El repartimiento no era equiparable a la
esclavitud, aun cuando el tratamiento que pudieran haber recibido los indios
repartidos hubiera sido tan despiadado como el que sufrían los esclavos. El
repartimiento, aunque coexistió con la encomienda, carecía de la típica
relación de esta con la política tributaria de la Corona. Sin ser, pues, un
derecho real; se puede considerar como una institución de carácter laboral
obligatoria. Su verdadera naturaleza se define como una prestación forzosa de
servicios, en la que, como elemento consustancial, aparece el salario, como
insoslayable obligación contrapuesta a la prestación de servicios.
Como
producto típico de las relaciones coloniales de poder, fue objeto de
distorsiones e innumerables abusos cometido en el terreno de la práctica
social. Nunca estuvo exento de impurezas y vicios legales o morales, y las
abundantes polémicas sobre estas imperfecciones, provocadas por la misma
Corona, por algunos defensores de los indios, o bien por las mismas reacciones
de estos últimos, solo reflejan los intereses de los distintos sectores que
conformaban el sistema colonial.
Además
de su carácter esencial como una prestación forzosa de servicios y de la
incorporación del salario como elemento obligado, el repartimiento tuvo otros
rasgos y modalidades complementarios, sobre todo en su funcionamiento real, lo
cual lo sujeto a cambios o adaptaciones en el contexto propio del Reino de
Guatemala y ello lo diferenció de sus equivalentes establecidos en México, Perú
y otras posesiones coloniales españolas del Continente.
DEFINICIONES
DESCRIPTIVAS DEL REPARTIMIENTO
Como
consecuencia de un requerimiento de trabajadores formulado por un empresario,
un hacendado, una orden religiosa o un particular cualquiera, las autoridades
coloniales superiores, en tal caso la Audiencia designaban específicamente a un
pueblo de indios para que proporcionara la mano de obra solicitada. Los
“Justicias” o autoridades locales de estos pueblos, a su vez, indicaban quienes
entre los vecinos indígenas debían prestar los servicios solicitados y devengar
el salario correspondiente:
“Los
habitantes de cada pueblo se turnaran por cuartas partes para el repartimiento
de labores de campo y que debieran presentarse cada domingo, para saber su
turno de trabajo. No podían ausentarse los repartidos, si no hasta ser
entregados al día siguiente a quien les hubieran asignado. Se señala un real y
medio de jornal y seis reales a la semana prohibiéndose al indio desertar a
media semana. Se les daba herramienta para el trabajo, no teniendo el jornalero
la obligación de comprarla”.
El
trabajador carecía de libertad para escoger la clase de ocupación y patrono a
quien serviría, pues ambas cosas las
determinaba el juez encargado de hacer los repartimientos.
Las
autoridades indígenas locales estaban obligadas a hacer que se cumplieran las
cuotas de trabajadores asignados a sus propios pueblos. El repartimiento
afectaba solo a los hombres comprendidos entre las edades de catorce y
cincuenta años, a quienes debía pagarse un salario justo. No era permitido que
se les llevara a trabajar a lugares muy distantes, y tampoco en oficios que no
les fueran familiares. Se prohibía, asimismo, que se sirviera a mestizos,
negros o mulatos. Todas estas regulaciones se aprobaron a lo largo de la
segunda mitad del siglo XVI. Fueron el resultado directo de muchas
irregularidades y abusos que cometían los españoles y que en general
contradecían el espíritu genuino que supuestamente alentaba a la institución,
esto es, el afirmar la condición de los indios como vasallos libres de la
Corona. En realidad el régimen colonial, según lo demostraba, muchas de las
regulaciones legales de dichas instituciones no se cumplían en la práctica.
REACCIONES
FRENTE AL REPARTIMIENTO
A
partir de la actuación del Presidente López Cerrato en cuanto a la correcta
aplicación de dicho cuerpo legal, el repartimiento provoco muchas reacciones
confusas. El salario “per se” fue uno de
los mas desconcertantes, tanto para los indios como para los colonos de la
época. Los indios no conocieron el salario en ninguna de las etapas de la
historia y casi siempre aceptaron la prestación forzosa como un hecho normal.
Los colonos españoles, por su parte de habían acostumbrado a dispones
gratuitamente del trabajo de los nativos. La corona a su vez también ha sido
interpretada de maneras radicalmente opuestas, persistía en su política de
considerar a los indios como vasallos libres. Las Leyes Nuevas introdujeron el
salario en las relaciones de trabajo, y la posición del presidente de la
Audiencia, López de Cerrato, se resumió en una frase contundente: “quien quiera
indios que los pague”. Es cierto por otra parte que el repartimiento retuvo su
carácter forzoso, y que el pago del salario, como el cumplimiento de todas las
regulaciones colaterales, fueron todos
elementos manipulables por los colonos. El salario ya nunca mas desapareció
como tal, el concepto persistió desde entonces y fue objeto de reclamos,
litigios judiciales, y de otros mecanismos de defensa que los indios
aprendieron a utilizar. Las reacciones frente a la legalización del salario,
como elemento inherente al repartimiento las cuales se tradujeron en
innumerables protestas de los españoles.
De
los indios han sido interpretados por algunos investigadores de dos maneras
diferentes: desde una óptica cultural y
desde una perspectiva materia listica. En el primer caso, se parte de
testimonio como el fray miguel Agia, un religioso que vivió en el siclo XVII en
Guatemala, y que fue testigo presencial de los hechos. Este sostenía que el rey
y el consejo de indias habían sido engañados en cuanto las positivas reacciones
que el salario despertaría entre los indios, y consigno expresamente su
posición:
“para
ellos loa indios no ay nada mas odioso q el trabajo, aun cuando sea para ellos
mismos; además, los españoles y los indios son los opuestos, ex diámetro: el
indio no es codicioso por naturaleza, mientras el español es avaro en extremo;
el indio es humilde y el español es arrogante; el indio es lento en todo lo que
hace, el español es apresurado en todo lo que desea; el uno amigo de mandar, el
otro enemigo de servir. Y finalmente,
son distintos en circunstancias, vida y costumbres”
Desde
una perspectiva materialista, se sostiene que la “holgazanería congénita” del
indio no era sino un estereotipo, acuñado con el fin de justificar, en el plano
de la ideología, una supuesta inferioridad del indio y la consiguiente
dominación colonial. Se deduce, asimismo, que los nativos se opusieron al
repartimiento porque se trataba de una imposición, de una prestación forzosa de
servicios, a la que no era posible renunciar, y cuya condiciones no se podía
discutir; es decir, no implicaba Una libertad de contratación y, por lo tanto,
se imponía salarios y condiciones de trabajo, equivalente a una cruda situación
de explotación económica a nivel de clases sociales.
No
faltando sin embargo, en relación con
casi todas las instituciones y fenómenos coloniales, las interpretaciones
eclécticas, para llamar de algún modo a aquellas que no desestiman los
contenidos culturales que son inherentes a todo tipo de relación entre los
hombre, así como el carácter eminentemente social que distingue a la cultura, y
a sus distintas manifestaciones el tiempo y en el espacio.
En
cualquier caso, y a pesar de la forma en la que se valoriza el trabajo o el
ocio en cada cultura, como todavía se hace actualmente en distintas naciones,
la resistencia indígena frente a los repartimientos ha quedado documentada en
la Historia, así como el hecho de que fue necesario recurrir a la coerción y a
la facilidad que representaban las “reducciones” , también han sido
interpretadas como un mecanismo para impulsar las nuevas políticas de
urbanización, esto es, la congregación de los habitantes en población
delimitados, así como también se han explicado como otro instrumento efectivo
de dominación, de control político y de fácil recolección de mano de obra.
CLASES
DE REPARTIMIENTOS
Entre
las distintas maneras de clasificar los repartimientos figuran las siguientes:
a) Los
de servicio ordinario en la ciudad; los de edificación de viviendas; los de
labranzas, trapiches y estancias; los de obras públicas; y, eventualmente, los
de minas. Las categorías que incluye esta clasificación se explica por sus
propios nombres pero es preciso indicar que, en ciertas coyunturas, se
prohibieron expresamente los repartimientos de indios en obrajes de añil,
ingenios y trapiches, así como en estancias muy alejadas o situadas en climas
muy diferentes a aquellos propios de los lugares de residencia de los indios
repartidos.
b) Repartimientos
para trabajos agrícolas; y los llamados de “servicio ordinario” o de “servicio
extraordinario”, ambos en las ciudades.
La
diferencia entre estas dos últimas categorías consistía en que el “servicio
ordinario para la ciudad “se aplicaba a las necesidades de esta como tal
(construcción de obras públicas, mantenimiento de calles, construcción de
drenajes, etcétera), en tanto que los “servicios extraordinarios” los
disfrutaban ciertos funcionarios y particulares, ya en la construcción y
mantenimiento de sus viviendas, ya en faenas domesticas, o bien, en labores
agrícolas. Estos últimos por lo general, se otorgaron por algún tiempo, a
personas pobres o desvalidas (huérfanos, viudas, etcétera) y, con el nombre de
“tequetines”, se conocieron en muchas ciudades, desde que el repartimiento se
autorizo legamente en Guatemala, a mediados del siglo XVI
c) Repartimientos
Para trabajos agrícolas, de minería o industrias artesanales; para servicios de
todo tipo de construcciones; para traslado de mercaderías u otros enseres, lo
que se hacia principalmente por medio de los llamados tamemes, y, finalmente,
para servicios domésticos en los hogares de españoles. En esta última
categoría, a pesar de ciertas prescripciones iníciales en contrario, abundaban
las mujeres, empleadas como cocineras, molenderas, chichiguas (nodrizas),
etcétera.
Repartimientos
especiales
Mención
especial merecen dos clases de repartimiento, que presentaban características
propias: el de mercancías y el de tejidos o hilazas, el procedimiento del
primero se desarrollaba de la manera siguiente: un corregidor o un alcalde mayo
asignaba al usufructuario del repartimiento una cantidad de indios de un pueblo
determinado, para que estos compraran ciertos objetos que el español vendía, en
cantidades calidades y precios impuesto por el mismo u que los indígenas no
podían discutir en ningún sentido. En ocasiones, el beneficiario del repartimiento
disponía de la ayuda, voluntaria u obligada, de las autoridades indígenas
locales, con el propósito de obtener mejores y más rápidas utilidades. La
operación descrita, es decir, la compra y venta que implicaba a un español y a
un indígena, tenía el carácter forzoso, en cuanto a la obligación ineludible
que generaba en el segundo, aun cuando este no tuviera la mas mínima necesidad
el articulo objeto de la transacción. Como puede notarse, no se trataba propiamente de una relación
laboral, sino comercial en todo caso, y la ausencia del salario, como elemento
típico del repartimiento, la alejaba un tanto de la verdadera naturaleza de
este ultimo. Seguramente, el hecho de que se “repartían”, o se aginaban los
indios que quedaban sujetos a la relación forzosa, permitió que esta operación
se asimilara a la concepción y a la terminología asociadas al repartimiento
propiamente dicho, que implicaba, como ya se indico, la disponibilidad forzada
de mano de obra indígena, a cambio de un salario.
El
repartimiento de mercaderías, sin embargo, también se prestó a excesos, a
atropellos, e inclusive rayo en situaciones abiertamente inmorales o del todo
absurdas, como aquellas en las que se imponía a los indios la compra de
zapatos, medias, alimentos y muchos otros artículos que realmente no
necesitaban, por sus propias mecanismos obligatorios, por la cantidad de
pueblos indios que lo sufrieron, así como por su prolongación en el tiempo,
puesto que se inicio a finales del siglo XVI y subsistía todavía en los inicios
del XVIII; pero, sobre Todo, por sus características de un comercio inmoral, el
repartimiento de mercancías represento otra cruda forma de explotación
económica de los indios.
El
repartimiento de algodón, de hilados o de regidos, como indistintamente se denominaba
la otra modalidad citada, consistía en que el usufructuario tenía asignado un
cierto número de indios, por lo general mujeres, entre quienes repartía algodón
para que se hilara, o se distribuía hilo para tejerlo. De este tipo de
repartimiento se beneficiaban corregidores, alcaldes mayores, otros
funcionarios y muchos particulares. La materia prima, por lo general, se
adquiera, a precios bajos, de los mismos indios, o se cobraba en calidad de
tributo cuando el beneficiario era encomendero; se trasladaba por los mismos
i8ndios a los pueblos de laboreo, y allí se recogió el producto final, para
negociarlo en los mercados regionales. De acuerdo con documentos y
crónicas de la época, esta modalidad del
repartimiento incluía una paga regular a las indias trabajadoras, aunque en
muchas ocasiones se evadía del todo tal obligación, o se reducía a montos
realmente ínfimos.
El
repartimiento de hilazas o tejidos persistió, en casos relativamente aislados,
o en número menor en todo caso, hasta un poco antes de la independencia, es
decir, ya iniciado el siglo XlX. Así lo consignan los apuntamientos que elaboro
el Ayuntamiento, en los años que precedieron a la emancipación política del
Reino de Guatemala.
Las
aludidas anteriormente eran las clases más características del verdadero
repartimiento, tal como este se instituyo y se desarrollo en Guatemala, ya que
en México y otras regiones del continente, como se indico, adquirió modalidades
o procedimiento un tanto diferentes.
EL
REPARTIMIENTOS DE TIERRA
La
distribución de tierra entre los expedicionarios y colonos españoles es un
fenómeno en el que también se utilizo el término repartimiento, pero esta vez
en la relación más directa con el sistema de tenencia y con derecho de
propiedad privada de dichos bienes.
En
general, la propiedad de la tierra se clasifico, durante el periodo colonial,
de la siguiente manera:
a) absoluta
propiedad de la corona sobre todos los territorios descubiertos;
b) posesión
y usufructo, comunal o individual, de las tierras que ocupaban los indígenas
antes del arribo de los europeos;
c) propiedades realengas, o sea, las que estaban
bajo el dominio directo de la Corona;
d) Los
ejidos, o “tierras de propios2, que estaban adscritos a los pueblos y eran de
uso común; y
e) Las
tierras de propiedad privada de los colonos. En relación con estas últimas se
aplico el término repartimiento a las adjudicaciones o “reparto” de los bienes
inmuebles, que favorecieron principalmente a los colonizadores.
En
Guatemala, como en otras regiones del continente, los jefes de expedición
“repartieron” tierras, a las que se llamó peonías y caballerías, según se
entregaron a un peón o soldado de pie, o a uno de a caballo. Ellas
constituyeron, en cierta medida, un punto de origen de latifundios, o bien de
la simple ampliación de las propiedades y solares que, en el caso de Guatemala,
se comenzaron a repartir desde la fundación de la primera ciudad de Santiago,
según consta en las propias actas del cabildo, fechadas a partir de 1524.
Como
puede apreciarse, la distribución de tierras se diferenciaba claramente de la
relación laboral remunerada, a la que correspondía con propiedad el nombre
especifico de repartimiento.
Variedades
Del trabajo forzoso
En
relación con el trabajo forzoso propiamente dicho, es preciso distinguir una
primera etapa en la que este se utilizo, principalmente por los encomenderos,
como una modalidad o un complemento del tributo, que también solía cobrarse en
especie. En 1549, sin embargo, se abolió legalmente el pago de dicho impuesto
por medio de cualquier tipo de trabajo, y este fue canalizado entonces a través
del repartimiento, extendido a una gran variedad de servicios prestados por los
indios.
Dos
grandes categorías incluían casi todas las variedades del trabajo forzoso: la
que se refería a las obras públicas que, por lo general, eran de carácter
urbano; y la concerniente a los servicios prestados a los particulares, que se
localizaba tanto en las ciudades como en las aéreas rurales. La primera estuvo
vinculada a la construcción de los principales poblados, en especial la capital
del Reino, la erigida en los valles de Almolonga primero, y después en Pinchoy.
Comprendía, asimismo, dicha categoría, todo el trabajo vinculado al desarrollo
urbanístico y al mantenimiento de los aludidos centros urbanos, así como al de
los caminos y otras instalaciones públicas.
La
segunda categoría abarcaba una extensa gama de servicios domésticos,
artesanales y agrícolas. Los primeros eran desempleados por mujeres, en una
considerable mayoría, pero también por hombres e inclusive niños. Entre las
ocupaciones más comunes se pueden citar las siguientes: sirvientas, molenderas,
niñeras, chichiguas (nodrizas), cocineras, tejedoras, carpinteros, alfareros,
aserradores, ladrilleros, “tejeros”, “caleros”, herreros, pescadores,
mandaderos, guardianes, porquerizos, cargadores, agricultores, tejedores,
etcétera.
Así
como era de extensa y diversa la lista de ocupaciones alas que se dedicaban los
indios de repartimiento, los salarios variaban también en forma considerable, y
de la misma manera abundaban las regulaciones generales y casuísticas que
aprobaban la autoridades, como consecuencia de las frecuentes conductas
ilegales en las que incurrían los beneficiarios de los servicios.
Naborías
y Tamemes
En
el marco amplio del régimen de trabajo que se institucionalizo antes y después
de la promulgación de las Leyes Nuevas, sobresalen, por su carácter peculiar,
dos clases de trabajadores indígenas, de cuyos servicios se dispuso, primero,
en forma arbitraria, y después aunque no siempre de manera regular, en relación
con el tributo y el repartimiento. Se trata
de los llamados naborías y de los Tamemes, que existieron desde el
comienzo de la Conquista y persistieron hasta mas allá del siglo XVI.
El termino naboría parece ser de origen antillano, pero también
fue de uso común, con connotaciones confusas y variables, por los españoles que
participaron en la conquista y colonización de México y Guatemala. Designaba a
una especie de sirvientes domésticos, cuyos servicios no siempre se
circunscribían a los hogares establecidos por los españoles. Las naborías se
diferenciaron siempre de los esclavos, en cuanto que no existía derecho alguno
de propiedad sobre ellos; y, por otra parte, tampoco estuvieron sujetos al pago
del tributo, lo que les excluía también del régimen particular de la
encomienda. En la segunda mitad del siglo XVI, sin embargo, en Guatemala hubo
casos de españoles que obtuvieron algunos de dichos trabajadores por medio del
repartimiento.
“En
estas islas había para los españoles dos clases de esclavos perpetuos: primero,
aquellos que podían ser vendidos públicamente, como los tomados en la guerra; y
segundo, aquellos que no podían ser vendidos abiertamente y que eran llamados
naborías; estos se podían adquirir y vender de manera secreta y había mil
argucias para hacerlo. En su lenguaje común, los indígenas llamaban naborías a
los criados y a los sirvientes de la casa” (Bartolomé de Las Casa, Historia de
las Indias).
Se
sabe de una orden real, de 1512, por la cual se autorizo el uso de naborías a
los españoles radicados en Puerto Rico, así como de las interpretaciones y
prácticas que acercaban a dichos trabajares a la condición de esclavos o de
indios sujetos a la encomienda, En 1531, sin embargo, en una disposición
aplicable ya a Guatemala, se trato de definir con claridad la condición legal
de dichos servidores, por ejemplo, se les eximio de la obligación de pagar el
tributo; se determino que era necesario su propio consentimiento para servir
como tales, lo cual les colocaba en una posición diferente a la del trabajo
forzoso, aun cuando las circunstancias, por lo general, negaban esta
posibilidad; se prohibió que los servicios implicados tuvieran un carácter
perpetuo; y, finalmente, se estableció
que no estaban sujetos al régimen de la encomienda de manera alguna, y que
podían escoger, con libertad, a la persona a la que prestarían sus servicios.
Alvarado
y algunos de sus lugartenientes llegaron con naborías a Guatemala, en 1524 y,
en algunos casos, los utilizaron como calpixques, o para ejercer algún tipo de
acoso o coerción contra los indios. En Guatemala, honduras y en otros lugares
del reino, los españoles concebían a los naborías como sirvientes naturales, a
los cuales tenían pleno derecho para atender sus necesidades más comunes.
Algunos españoles llegaron a tenerlos en cantidades cercanas a un centenar y,
aun más, en situaciones de las que se derivaba no solo un servicio directo
sino, además, prestigio social.
Los
naborías, en general, disfrutaban de condiciones de trabajo (comida, casa, trato,
etcétera) relativamente mejores que las correspondientes a los trabajadores de
la construcción, a los mineros o a los trabajadores agrícolas, sin embargo,
como la de estos, en la época en que se legalizo el repartimiento a partir de
la segunda mitad del siglo XVI, su condición, en definitiva, era la de los
trabajadores forzoso y , en la práctica, se les “repartía”, tal como se hacía
en la relación los indios asignados al repartimiento de servicios personales
extraordinarios.
A
pesar de las regulaciones prohibitivas, los naboris eran trasladados a
distintos lugares alejados de sus terruños, como lo hicieron Pedro de Alvarado
y el Gobernador de Nicaragua, Francisco Castañeda, en las correspondientes
expediciones que realizaron al Perú, en la década 1530. En distancias más
cortas, que unían poblados del mismo Reino de Guatemala, de igual manera
procedieron otros colonos y funcionarios de menor rango que el de los citados.
El
uso de naborías, que persistió por muchos años en el régimen colonial, fue
objeto de regulaciones específicas, aprobadas por López de Cerrato en 1549. En
1564, empero, el archidiácono de la Catedral de León (Nicaragua), Juan Álvarez
de Ortega, denuncio que los encomenderos seguían utilizando naboris, junto con
indios de sus pueblos de encomienda, en servicios domésticos impuestos
forzosamente. En documentos referidos a los primeros lustros del siglo XVII
aparecen todavía referencias y regulaciones relacionadas con los naborías, pero
ya entonces el término comenzó a caer en desuso, aunque no así la relación
entre patrón y sirviente, que ha subsistido hasta la actualidad.
Los
tamemes, por otra parte, eran cargadores que, sobre sus hombros, transportaban
una gran diversidad de bienes, a lo largo de distancias que podían extenderse
entre pueblos cercanos, así como entre la ciudad de México y la de Santiago,
por ejemplo. Esta clase de trabajo forzoso tuvo su origen en las sociedades
prehispánicas, en las cuales se carecía de caminos adecuados y de animales de
carga.
Los
españoles, sin embargo, aprovecharon al máximo el trabajo de los tamemes, y
contribuyeron a que empeoraran las condiciones en las que se prestaban dichos
servicios. Aun cuando, a mediados del siglo XVI, se comenzó a disponer de
mejores caminos y de animales de tiro,
los tamemes se utilizaron todavía por muchos años más, en condiciones realmente
insufribles para los indios. En efecto, se les usaba todavía en jornada de 300
y 600 kilómetros, para el transporte de cargas que oscilaban entre las 75 y las
100 libras. Las condiciones en las que trabajaban, en las provincias de
Guatemala, Honduras y Nicaragua, causaron la muerte de cientos de esos
servidores de los españoles.
Las
denuncias reiteradas recibidas por la Corona en relación con las condiciones
infrahumanas en las que trabajaban los tamemes, obligaron a que , desde 1529,
se tratara de regular tal prestación de servicios, en aspectos como las
distancias permitidas, el peso de los objetos transportados, el alquiler o
traspaso de los derechos sobre aquellos
cargadores, etcétera.
Las
Leyes Nuevas, aun cuando aceptaron la existencia de los tamemes, impulsaron
medidas para controlar el pago de los salarios, los excesos en las cargas
transportadas, las distancias y otros aspectos de aquel tipo de trabajo que se
imponía, por fuerza, a individuos supuestamente “libres”.
A
requerimiento del segundo Presidente de la Audiencia, López de Cerrato, se
autorizo un fondo real para la construcción de caminos y puentes y, de esta
manera, en 1549, de Honduras y de otras partes del Reino, se reportaba ya el
uso creciente de animales de carga y la consiguientes reducción en el numero de
tamemes., El servicio de los cargadores, empero, no desapareció por completo
durante muchos años después de la administración de Cerrato. En efecto en 1551,
aun se discutía públicamente si se podía prescindir de los cargadores humanos,
en una situación en la que aun se carecía de suficientes animales de carga, y
en la que los españoles (uncionarios, comerciantes, hacendados, religiosos,
etcétera) necesitaban trasladarse a lugares distantes.
La
documentación disponible sobre Juicios de Residencia emprendidos contra Oidores
de la Audiencia, como Alonso de Zorita y Antonio Mexía, así como respecto de
otros funcionarios menores, e indica que el uso de indios cargadores se prolongo
por muchos años.
Algunos
religiosos, como Las Casa y Marroquín, denunciaron ante la Corona el uso u
abuso de los tamemes, pero los encomenderos, a su vez, contestaban que los
propios frailes los usaban sin interferencias. En cierta ocasión, por ejemplo,
el Cabildo denuncio que un tren de 400 tamemes había llegado, de la Verapaz a
Santiago, con cargas que pertenecían a los dominicos, y que tal hecho fue
presenciado por los Oidores y por el propio presidente de la Audiencia.
En
1603, finalmente, el gobernador de Guatemala prohibió taxativamente el uso de
los tamemes, para todo tipo de carga, dentro de los límites jurisdiccionales de
la Audiencia. Tal prohibición se refería incluso a los cargadores voluntarios o
a quienes trabajaran con licencias especiales. Se proscribió el transporte,
sobre las espaldas de los indios, de muchos productos de consumo ordinario,
como maíz, trigo, harina, ladrillos, cal, tierra, adobes, cofres, leña, zacate,
madera, y muchas otras cosas que antaño habían sido transportadas por los
indios cargadores. Aquella loable disposición, sin embargo, que en su momento
se pregono en las plazas de los pueblos de indios y en muchos otros lugares
adecuados, contrasta con la realidad de los caminos en los que pululan los
cargadores indios de la actualidad, que en poco difieren de los de aquellos
lejanos tiempos.
El
trabajo artesanal
Los
primeros artesanos llegaron en las propis filas expedicionarias que, comandadas
por Pedro de Alvarado, se instalaron sucesivamente, en las afueras de Iximche,
en Almolonga y, por último, en la ciudad edificada en el valle de Panchoy.
Desde
el principio, los que practicaban aquellos oficios, a quienes se consideraba
menesteroso o servil, fueron objeto de cierta marginación social. Sin embargo,
sus servicios se hicieron tan indispensables en las huestes de Alvarado, que no
solo impusieron algo estipendios y tratos especiales, sino que, con el tiempo,
hasta obtuvieron encomiendas y un status que ya no correspondía a la práctica
de sus oficios:
“y
porque los oficiales de todo género de obras, conociendo la necesidad que de
ellas tenia los que las mandaban hacer. Y como por la condición liberal que
tenían no reparaban en dar todo lo que por ellas les era pedido, se había
encarecido tanto, que al sastre le salía a real cada puntada que daba, y el
zapatero vendía tan cara su obra que dando a otros zapatos con suela de cuero,
las podía echar en los suyos de plata y el herrador hiciera siquiera todos sus
instrumentos de oro, inconveniente muy grande para una República antigua,
cuando y mas apara una nueva y recién fundada. Por lo cual se le dio remedio en
el Cabildo que se tuvo a los doce de diciembre de este año de mil y quinientos
y veinticuatro, haciendo arancel para los oficiales y señalando con justos
precios lo que cada uno había de llevar por el trabajo de sus manos”. (Remesal,
T.I, pagina 23)
Es
de justicia reconocer que los frailes dominicos, mercedarios y franciscanos
desempeñaron una paciente y continuada tarea en cuanto a la enseñanza de los
oficios artesanales entre los indígenas. De esta manera, a finales del siglo
XVI, ya existía un apreciable numero de indios, castas y negros, que atendían
tales menesteres, bajo las regulaciones que a la sazón estaban ya vigentes.
Muchos de ellos, en efecto, se ganaban la vida como carpinteros, herrero,
zapateros, sastres, tejedores, etcétera.
Del
aprendizaje artesanal se beneficiaron indios que tenían la condición de
esclavos antes de la aplicación de las Leyes Nuevas, así como negros de la
misma condición que, por distintos medios, habían obtenido su libertad. Algunos
de estos se quedaron a vivir en las inmediaciones del convento de Santo
Domingo, en la ciudad de Santiago y, como los indios citados, estuvieron
exentos del pago del tributo, cuando menos por algún tiempo. Por estas razones,
y porque además tenían pequeñas sementeras en los contornos de la ciudad, así
como un cierto contacto permanente con los religiosos mencionados, a quienes se
acusaba de aprovechar, en alguna medida, el trabajo de aquellos esclavos
convertidos.
El
trabajo agrícola y el de minas
La
agricultura fue el campo principal de trabajo de los indígenas; primero, la
concerniente a los productos de subsistencia, necesarios tanto para la propia
población nativa como para los españoles; y posteriormente, la que comprendía
los artículos de exportación. El maíz, el frijol, el chile, las calabazas,
etcétera, conservaron su importancia en la dieta básica y, por consiguiente, en
el trabajo de los nativos. Los colonizadores, a su vez, de manera paulatina,
introdujeron otros cultivos y actividades agropecuarias, en los cuales también
fue decisiva la mano de obra de los indígenas.
El
trigo, la caña de azúcar, los plátanos, varias otras frutas y verduras, la
ganadería, la minería, así como diversas actividades artesanales nuevas,
demandaron el trabajo de los indígenas, el cual se encauso por los diferentes
procedimientos forzosos y voluntarios, de los que se deponía en la sociedad
colonial de la época. Muchos cultivos de autoconsumo, así como los que se
dedicaron después a la exportación, eran atendidos, por los labradores
aborígenes, al mismo tiempo.
El
Cacao
Además
del maíz, que tenía un considerable valor nutricional y una evidente
connotación cultural extremadamente importante entre la población nativa, otros
productos de origen americano atrajeron la atención empresarial de los
españoles. Entre ellos ocupo un lugar preferente el cacao que, además de bebida
ceremonial muy apreciada, se uso como moneda en muchas transacciones
comerciales. Los españoles lo utilizaron en las dos formas, y después lo
exportaron a Europa. Las principales regiones cacaoteras del Reino de Guatemala
estaban situadas en los actuales territorios de soconusco, Suchitepéquez y el
Salvador, sobre la Costa del Pacifico, y allí, por lo tanto, se concentraba una
buena parte de la mano de obra indígena. El cacao sirvió, a los indios, para
pagar el tributo en especial el que demandaban los encomenderos, pero también
sirvió a estos para cubrir el pago de los salarios, cuando comenzó a
generalizarse el repartimiento y el trabajo remunerado en general. El valor del
cacao estuvo sujeto a oscilaciones derivadas de los cambios a los que estaba
sujeto el régimen de trabajo, principalmente a raíz de las reformas
introducidas por López de Cerrato. También incidió dicho producto en la
intrincada red de las relaciones de poder, en la que, asimismo, actuaban
activamente las Órdenes Religiosas, así como los diferentes sectores que se
disputaban la ocupación o control de los principales territorios cacaoteras,
tal es el caso de Los Izalcos y Tacuxcalco, en El Salvador, y los otros, ya
citados, en la costa de Chiapas y de Guatemala, sobre el Pacifico.
El
caco, en la segunda mitad del siglo XVI, se exporto, en cantidades
considerables, también a México y a Perú, y de ello la Corona y los colonos
obtenían pingües ganancias, aunque estas mermaban, en montos considerables,
cuando la exportación se hacía de contrabando y se burlaban los impuestos
respectivos.
La
Caña de Azúcar
Este
cultivo, que requería inversiones, clima y procedimientos de producción un
tanto más especializados, no demando mucha mano de obra indígena, sobre todo
cuando, por medio de las Leyes Nuevas, inclusive se trato de proteger a los
indios de los efectos nocivos que aquella actividad causaba en su salud. Aun
así, y a falta de suficientes negros dedicados a la actividad azucarera, se
utilizaron indígenas en ingenios y trapiches localizados en varias regiones.
Amatitlán, donde los jesuitas tenían grandes plantaciones de caña; Verapaz,
donde los dominios eran los grandes azucareros; y otros lugares, como
Sonsonate, Granada, León, Petapa, etcétera, fueron centros azucareros de
importancia, que absorbieron muchos trabajadores negros, esclavos o
manumitidos, pero también un volumen de mano de obra indígena relativamente
importante.
El
añil, la zarzaparrilla, la cochinilla, la extracción de metal en los centros
mineros de Honduras, principalmente, y
la explotación de la sal, en la Costa del Pacifico, fueron otras actividades
que demandaron mano de obra indígena, ya bajo el régimen de la encomienda, ya
bajo el del repartimiento, e inclusive por medio de las formas contractuales
que también se utilizaron en la captación de la mano de obra de los indios.
Trabajo
por Contrato
Los
contratos de trabajo, cuyos antecedentes más lejanos y generales pudieran
localizarse en la tradición del Derecho Romano, que no era extraña en el mundo
occidental del que formaba parte España, se celebraban ante un notario y en
presencia de testigos que, en muchos casos, era uno de los Principales del
pueblo al que pertenecía el indígena contratado. Mas importante aun, en los
contratos, de los cuales se suponía que se celebraban libremente, se hacía
consignar expresamente la voluntad de las partes contratantes y se establecía,
asimismo, en clausulas especificas, la clase de trabajo contratado, el salario
convenido, las condiciones en las que se prestaría el servicio, así como otras
exigencias de las partes, para asegurar el cumplimiento de la convención o
arreglo aprobado.
Muchos
de los contratos aludidos, que se registraron en los Libros de Protocolos de
los escribanos, que todavía se guardan, por ejemplo, en el Archivo General de
Centro América (AGCA9, no pueden definirse exactamente como un instrumento para
establecer una prestación forzosa de servicios, aunque no por ello carecían de
la fuerza coercitiva que derivaba de su carácter legal especifico.
No
se puede negar, por otro lado, que en las particulares circunstancias de la
sociedad colonial guatemalteca del siglo XVI, y aun de las centurias
siguientes, las partes contratantes no podían disponer de una equitativa
capacidad contractual, y tampoco de la misma posición de poder que
indudablemente se refleja en la factura y la ejecución de un contrato, pero
ello, en mayor o menor grado, es un elemento inherente a casi todos los
compromisos de tipo jurídico. En todo caso, los indígenas disponían también de
los recursos legales para impugnar un contrato irregular, así como el
incumplimiento, doloso o no, de este tipo de instrumentos.
Los
Libros de Protocolos, a los que se ha hecho referencia antes, datan
principalmente de 1570 y de los años siguientes, y se refieren a una enorme
diversidad de servicios. En un caso especial, por ejemplo, un arriero fue
contratado para conducir un patacho de mulas, en un viaje de ida y vuelta a la
ciudad de México, con derecho a comida, bebida y un salario determinado,
durante los siete meses que duraría el compromiso. Los libros citados,
asimismo, contienen contratos que se refieren a servicios prestados por vaqueros,
panaderos, labradores, trabajadores en los obrajes de añil, sirvientes,
etcétera.
En
la categoría de prestación de servicios sancionada por medio de contratos
legales, se incluían los “contratos de aprendizaje”, por medio de los cuales un
maestro artesano y alguien que se proponía aprender el oficio respectivo,
adquirían derechos y obligaciones reciprocas, claramente establecidos en el
instrumento jurídico. Esta era, sin duda, una modalidad inválida al sistema de
los gremios artesanales, introducido por los españoles.
La
economía colonial
La
economía, generalmente considerada, se ocupa de los hechos relacionados con la
producción, distribución y consumo de bienes y servicios, destinados a
satisfacer las necesidades del ser humano.
En
el presente capitulo, sin embargo, se dedica atención solo a algunos de los
factores intervienen en la producción, tales como la tierra, los bienes físicos
de capital, la tecnología, la agricultura, la minería, la manufactura, el
comercio y las finanzas publicas. El trabajo, que es, asimismo, uno de los
factores más relevantes en los procesos de producción, ya fue objeto de
análisis en los capítulos precedentes.
La
tierra
Los
territorios descubiertos por Colón, como se indico ya en paginas anteriores,
fueron adjudicados en propiedad, por medio de las bulas Intercederá emitidas
por el Papa Alejandro VI, a los reyes de España, quienes podían, además,
traspasarlas a terceros, ya en propiedad, ya en usufructo. A solicitud de los
primeros expedicionarios, por lo tanto, y después de presiones de muchos
funcionarios reales, los reyes concedieron las primeras mercedes de tierras,
pocos años después del Descubrimiento.
Inicialmente,
y movidos por intereses más inmediatos, los expedicionarios se mostraron un tanto reticentes a poblar la tierra
de modo permanente. La Corona, en consecuencia, desde 1513, inicio una política
de poblamiento, que incluía el derecho a un solar, a tierras de labranza y a
crianza de animales domésticos. Este tipo de repartimiento de tierras se hizo
por medio de “peonias” y “caballerías”, según se entregaran a un soldado de a
pie, o a uno de a caballo; las primeras median 300 pues de largo por 150 de
ancho, y la segundas tenían 600 de longitud por 300 de anchura. Dicho
procedimiento incluía algunas exigencias especiales, como las de ocupar y trabajar la tierra y la
de no afectar la que ocuparan los indios. La facultad de adjudicar los bienes
inmuebles la ejerció al principio, de
manera legal, el Ayuntamiento, pero, después de las Leyes Nuevas (1542
-1543), fue atributo de las Audiencias respectivas.
En
los centros urbanos que fundaron los españoles, en cuya traza se aplico el
modelo rectangular, o de “parrilla”, además de los solares urbanos otorgados a
particulares para que hicieran sus casa, se establecieron los ejidos y las
dehesas, que se conocían también con el nombre de “tierras de propios” y que,
situadas en los alrededores del poblado, se destinaban al uso común de los
vecino. De la misma manera se procedió en relación con los pueblos se indios, o
“reducciones”, cuando estos fueron establecidos a mediados del siglo XVI. Antes
de esta fecha, en efecto , no se regulo, de modo alguno, la propiedad u
ocupación de los indios sobre sus tierras, esto último permitió una extendida
practica de despojos de tales bienes, que se trasladaron, en apreciable
proporción, sobre todo en las regiones cercanas a las ciudades, a algunos de
los conquistadores y de los primeros colonizadores.
Los
indígenas, sin embargo, tenían sus propias concepciones sobre la relación entre
los hombres u la Tierra, en las cuales, a diferencia de los europeos,
prevalecían los elementos culturales sobre los puramente económicos. Ello no
quiere decir que se ignoraran del todo los derechos de propiedad privada, y aun
los derechos comunales que ejercían ciertas parcialidades prehispánicas sobre
algunas tierras, estos últimos e reconocieron por las autoridades coloniales,
siempre y cuando se consumaran los trámites judiciales correspondientes. Así lo
indican también las “crónicas” o “títulos” indígenas que, por lo general, se
escribieron para legitimar aquellos derechos. En cuanto a la propiedad privada,
principalmente se consolido la que ejercían, desde antaño, los Señores o
gobernantes de los señoríos indígenas.
En
las postrimerías del siglo XVI, la Corono impulso una política agraria mediante
la cual se trataba de recuperar las tierras poseídas sin “justo titulo”, pero
dejo abierta vía de la “composición”, que era un mecanismo legal para legitimar
la posición de facto, o la ampliación arbitraria de las propiedades inmuebles.
Este procedimiento, que implicaba un pago directo a la corona, permitió a esta
agenciarse ingresos adicionales, los cuales le eran necesarios y respondían, de
modo más directo, a objetivos de carácter mercantil. Posteriormente, la “composición”
fue sustituida por la “composición” fue sustituida por la “confirmación”, la
que, a su vez, equivalía a un procedimiento de legalización de los títulos de
propiedad, o bien, fue reemplazada por la venta de tierras realengas en pública
subasta. Ambos métodos favorecieron a los propietarios españoles, ya que se
promovieron en desmedro de los antiguos derechos de los indígenas.
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En
el reino de Guatemala, la tierra adquirió mayor valor en la medida en la que se
comprobó la ausencia de yacimientos minerales de importancia, y la creciente
demanda respectiva se canalizo por los siguientes procedimientos: mercedes
reales, compraventa, donación, arrendamiento y usurpación. El primero se
utilizó, de modo preponderante, después del asentamiento de la ciudad de
Santiago, en Almolonga, en 1527. En forma más bien católica, pero intencionada,
a tal punto que se revisó la distribución apenas un año después, la tierras
circunvecinas fueron adquiridas por vecinos españoles, por el clero, y también,
en forma comunal, por los indígenas.
Los
dos grandes repartos iníciales de tierras, el primero hecho por Jorge y el otro
por Pedro de Alvarado, provocaron protestas entre los vecinos desfavorecidos,
pero el segundo se consolido finalmente. Los nuevos propietarios, inclusive
varios artesanos, recibieron solares cercanos a la ciudad, los cuales estaban
destinados a la agricultura y a la ganadería.
Después
de la promulgación de las leyes nuevas, la concesión de tierras se extendió a
varias regiones del interior del reino; por ejemplo, san Martin jilotepueque,
jalapa, las Verapaces, el golfo dulce, etc. Los dominios, mercedarios y algunos
religiosos individuales, como el obispo Marroquín, recibieron tierras en las
cercanías de la ciudad, en Amatitlán y en otros lugares, aun a expensas de los
ancestrales derechos de posesión de los indígenas.
La
usurpación fue un procedimiento utilizado por muchos encomenderos para hacerse
de tierras útiles en el radio de su propia encomienda, aun cuando esta
institución no era, en sentido legal alguno, asimilable a la adquisición de
tierras. La compraventa y el arrendamiento de inmuebles fue una consecuencia
del cambio de residencia de varios colonos, a lugares distantes, como Chiapas,
honduras, Nicaragua, y san salvador.
Algunas
de las comunidades indígenas
Que
revieron tierras en concepto de mercedes reales, después fueron víctimas de
usurpaciones o composiciones promovidas por los españoles; por ejemplo, las que
se produjeron en Chiquimula de la sierra, en 1676; y en Zapotitlán o las
verapaces, 1692.
Los
indígenas no tuvieron acceso a la propiedad de inmuebles en la misma medida y
con las facilidades que disfrutaron los españoles y, en algunos casos aislados,
en pueblos situados en la periferia de la capital, solo pudieron cultivar
ciertas mediante el pago del “terrazgo”, una especie de cuota de arrendamiento
entregada a los propietarios españoles. Los indígenas de jocotenango, por
ejemplo, pagaron al obispo Marroquín un terrazgo que sirvió para fundar el
colegio de santo tomas de Aquino y, posteriormente, para el sostenimiento de la
universidad de san Carlos.
La
iglesia, que ya en el siglo XVI era la principal latifundista del reino, obtuvo
tierras por medio de mercedes reales y otros procedimientos, pero,
principalmente, a través de donaciones (herencias o legados), así como por la
ejecución de obligaciones no cumplidas por los deudores quienes había entregado
préstamos hipotecarios, los jesuitas, dominicos, mercedarios y agustinos eran
ya grandes propietarios en el siglo XVII.
En
las dos primeras centurias de la era colonial, las principales unidades de
producción fueron la hacienda, las tierras comunales y la pequeña propiedad. La
primera se dedicaba, principalmente, a de tierras por ladinos procedentes, en
gran mayoría, de los centros urbanos: la caña azúcar, al trigo, el añil y la
ganadería; las segundas, al cacao, maíz, frijol y otros productos alimenticio;
la tercera se destinaba al trigo, añil, caña azúcar, etc., pero con una
tecnología e inversiones más limitadas.
Durante
los siglos XVII y XVIII se agudizo el despejo de tierras que sufrían los
indígenas promedio de la composición, la
usurpación y los otros mecanismos aludidos, en tato que aumentó
considerablemente la propiedad inmueble de la iglesia y la delos colones
españoles.
En
el siglo XVIII, cuando el fenómeno del mestizaje alcanzaba ya proporciones
considerables, se produjo una continua penetración de ladinos en las regiones
indígenas, particularmente en las del Altiplano occidental, lo cual derivó en
un paulatino, pero prologado e intenso, traspaso de la propiedad de importantes
extensiones de tierra. Momostenango,
Quiche, Los Cuchumatanes y otros lugares han sido objeto de estudios
monográficos sobre la lenta pero persistente apropiación de tierras por ladinos
procedentes, en gran mayoría, de los centros urbanos.
En
las postrimerías de la era colonial, la desigual distribución de la tierra se
consideraba ya como un problema que obstaculizaba el desarrollo del país y, en
1810, así se hizo constar en los apuntamientos sobre la agricultura y Comercio del Reino de Guatemala, documento
que elaboró el consulado de comercio para que el Doctor Antonio Larrazábal, lo
utilizara en las cortes de Cádiz, allí se señalaba, de modo especifico, que el
latifundio era la causa primaria de los atrasos” y se pedía la redistribución de las tierras
comunales, de las usurpadas en agravio de los indios, de los ejidos y de los
terrenos baldíos.
AGRICULTURA
Durante los largos milenios que se
iniciaron el descubrimiento del maíz,
hace unos 5,000 años, y a lo largo de los periodos clásico y postclásico de la
era prehispánica y de los casi cinco siglos de
las eras colonial y republicana, hasta el presente, la economía de lo
que es el actual territorio de Guatemala ha descansado básicamente en la
agricultura.
Los
productos agrícolas, por lo tanto, en sus distintas fases de cultivo, distribución
y consumo, han mantenido una estrecha interrelación con otros fenómenos
económicos y con los macroprocesos sociales en general.
Es
importante reitera que el maíz, el frijol y las calabazas integran la traída
agrícola en el descanso, por siglo, la dieta básica de los antiguos pobladores
prehispánicos, de sus descendientes de la actualidad y, en buena medida de los
estratos de la sociedad colonial y republicana. El primero de dichos productos
ha cobrado tal relevancia en los campos gastronómicos, religioso, de las
creencias y de las ideas en general que, en Guatemala, se ha configurado,
inclusive, una particular subcultura del maíz. Inicialmente fue incorporado a
la dieta de los conquistadores, hasta servir en algunas ocasiones para evitar
que murieran de inanición; después de 1524, sin embargo, los indígenas trataron
de controlar su distribución, como una medida estratégica de resistencia. A
partir de 1539, los españoles, a su vez, intentaron desbaratar dicha
estrategia, para lo cual instituyeron el cargo del juez de milpas, que era un
funcionario encargado de controlar y exigir que los indígenas cultivaran el
maíz y el frijol, indispensables ya para los colonos hispanos. La recolección
de estos productos se canalizo por medio del cobro del tributo en especie, o
por el procedimiento de las subastas públicas, controladas por el ayuntamiento,
y de las cuales se beneficiaban las propias autoridades civiles y
eclesiásticas, así como los colonos más importantes.
La
producción del maíz sufrió una baja sensible a partir de 1570, como
consecuencia de las epidemias y el consiguiente descenso de la población
aborigen. Tal situación empeoró a
mediados del siglo siguiente (1660), cuando un gran número de indígenas estaba
obligado a cumplir el repartimiento y laboraba en plantaciones de trigo, caña
de azúcar y otros productor que entesaban mas a los españoles; y también se
dedicaron en sus parcelas a la siembra de trigo y de caña de azúcar.
La
dieta de los colonizadores y en una medida relativa también la de los
indígenas, se amplió con otro alimentos diversos (frutas, legumbres,
tubérculos); unos de origen americano, como el jocote, la anona, el zapote, el
mamey, el chile, el chipilín, el beledo, l ayote, etc.; otros, de reciente
introducción hecha por los europeos, como trigo, naranja, manzana, pera,
durazno, lechuga, remolacha, zanahoria, rábano, y mucho más.
Según
la tradición el trigo, un producto de mucha importancia en razón de los hábitos
dietéticos de los españoles, fue introducido en Guatemala en 1519, por un
colono de nombre Francisco Castellanos.
Este hecho fue aprovechado por el mismo Pedro de Alvarado, e un molino
que un ayuntamiento de permitió instalar en el rio que bordeaba la ciudad. Después de propagó a muchos poblados del
centro y occidente del actual territorio de Guatemala (San Juan Sacatepéquez,
San Martin Jilotepeque, Santa María Joyabaj, Comalapa y los mismos pueblos
periféricos de la capital). Los indios
fueron obligados a dedicar tierras y trabajo al laboreo del trigo con animales,
herramientas y tecnología de procedencia Europea. De acuerdo con las nuevas tasaciones del
tributo que hizo el presidente López de Cerrato en 1549, las cuales resultaron,
ciertamente, un tanto más favorables para los indios, estos estaban obligados a
cultivar, por aquella época, 1749 Fanegas de trigo para los españoles.
El
despojo de tierras, el aprovechamiento masivo de obra de repartimiento, el
abandono de sus propios cultivos de subsistencia, el pago puntual del tributo,
fueron algunas consecuencias negativas que se derivaron del cultivo del trigo
por los indígenas, el tanto que los hispanos recogían las mieses para su ración
de ingenios y el consiguiente procedimiento de la caña fue de las más complejas
e innovadoras, puesto que requería de mayores inversiones, mano de obra
calificada (albañiles, herreros, carpinteros, punteros, etc.), tracción animal
y en general, una tecnología más desarrollada.
Sin embargo la mano de obra no solo comprendía trabajadores libres sino también indios de partimiento y
esclavos negros.
En
la provincia de Guatemala, los indios de repartimiento constituían un 30.31% de
la fuerza laboral unos ingenios de azúcar, y un 61.48% en los trapiches, no
obstante que esa fuente de mano de obra, en ese tipo de trabajo, estaba
prohibida por la corona. El trato de
aquellos recibían, además, principalmente a manos de “mandones” y caporales
negros, excesivamente despiadado. Por
esta razón, en 1680, y por presiones de la corona, la audiencia ordenó una
inspección en ingenios y trapiches de importantes empresarios, tal como
Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, Juan
Arrivillada, la compañía de Jesús. Joseph del castillo. Los frailes Agustines y
el presbítero tomas de Aguilar y otros más.
La
producción azucarera alcanzó niveles importantes a principios del siglo XVII,
más que todo para el consumo interno, porque, aunque se inició cierto flujo de
exportación hacia Europa, este nunca alcanzó los altos volúmenes registrados en las antias. A fines de dicho siglo se producían en el
reino cerca de 18,000 arrobas anuales, pero, a falta de otras regulaciones, los
beneficios obtenidos por la corona se reducían al cobro de la alcabala, es
decir, el impuesto relacionado con la operaciones de compra venta del azúcar.
Cultivos
de Exportación
En
la primera parte de la época colonial, dos productos agrícolas, el cacao y el
añil, ambos de origen prehispánico, cobraron una extraordinaria importancia den
la economía de la exportación. Esto se
orientó, primero, a los mercados de nueva España y Perú; y después, a los
países europeos, done también tuvieron una abierta aceptación.
El
cacao, que se comía en Mesoamérica como alimento y como venida ceremonial desde
unos 1500 años a.C., se utilizó, adicionalmente en ciudad de moneda, y también
para el pago del tributo. En especial,
estas dos últimas modalidades fueron aprovechadas por los españoles, en el
marco inicial de la economía de la colonia.
Las principales zonas cacaoteras del reino de Guatemala se localizaban
en Socotusco, Suchitepéquez, Guazacapán, Isalco y otras áreas del pacífico,
hasta el golfo de Nicoya, en Costa Rica.
El cacao se cultivó, asimismo, en Chiquimula y en las costas de Honduras
y Nicaragua, sobre el atlántico.
Aunque
en la época prehispánica en el cacao estuvo ligado a un comercio extendido por las
largas rutas que comunicaban centros tan importantes como Kaminaljuyu, Copan.
Quirigua, Tikal y Uaxactún, después de la conquista se transportaba, por las
vía marítima y terrestre, desde donde era cultivado por los indios, hasta
lugares tan lejanos como México, Veracruz y Panamá. Puesto que en primero estuvo ligado a la
encomienda y después al repartimiento del comercio libre, el cacao contribuyó
al enriquecimiento de muchos de los primeros colonizadores, entre los que
figuraban, inclusive, funcionarios, así como integrantes de las órdenes
religiosas. Precisamente, algunos de los
enfrentamientos entre dichos sectores de la sociedad colonial estuvieron
relacionados con la ocupación de las área cacaoteras, con la disponibilidad de
la mano de obra indígena y, finalmente, con el cobro de los impuestos de compra
venta y de exportación, de los cuales se beneficiaba directamente la corona.
Otra
de las posibles implicaciones socioeconómicas del cultivo de cacao fue descenso
cuantitativo de la población indígena y, por consiguiente, de la mano de obra
disponible en este sector. Tal reducción
demográfica fue consecuencia de clima que afectaban a los indígenas cuando trasladaban del antillano
a las tierras bajas, en las que cultivaba el cacao. A este hecho particular, en el siglo XVII se
unió, como un factor más que redujo el precio del grano producido en Guatemala,
la competencia del cacao procedente de Guayaquil (Ecuador), y el contrabando
que de desarrolló entorno a la comercialización interna y eterna del producto.
Muy
semejante a la situación que presentaba el cultivo y comercialización del
cacao, fue la correspondiente al añil o xiquilite. Este y la cochinilla eran dos colorantes que
utilizaron los indígena, desde épocas muy remotas, en la escritura el teñido de
telas y la pintura de edificios y monumentos.
A
mediados del siglo XVI, los españoles comenzaron a percatarse del valor
comercial del añil, y no demoraron mucho en incorporarlo en los mecanismos del
cobro del tributo. La corona, a su vez, tuvo noticias de dicho producto y, en
1558, solicito la correspondiente información a las autoridades coloniales. En
1571, la exportación del añil guatemalteco a España había alcanzado ya
proporciones importantes. El cultivo, promovido por los colonizadores, se extendió,
entonces, desde las costas de Guatemala y las de Nicaragua, sobre Océano
Pacifico.
La
creciente demanda que el colorante aludido alcanzó en Europa obedeció, a que la
industria textilera usaba un producto semejante, denominado “pastel”, con el
cual se obtenía el color azul en el teñido de las telas. Dicho producto,
conocido precisamente con el nombre añil (termino derivado del árabe añil, que
sig. Azul), procedía del Lejano Oriente, y su comercio estuvo, inicialmente,
monopolizado por los portugueses y, después, controlado por Francia e
Inglaterra. De ahí la importancia que el colorante de Guatemala adquirió en
España.
La
expansión de la actividad añilera tuvo los consiguientes efectos en el sistema
de adquisición y tenencia de la tierra, así como en las relaciones laborales
entre colonos y colonizados. En efecto, la apropiación de tierras en las costas
del pacifico, por cual es quiera procedimientos posibles, los cuales incluían
la “composición” y la “confirmación”, se intensificó de manera notoria. De todo
ello por supuesto, también se beneficiaba directamente la Real Hacienda. Las
técnicas utilizadas en los obrajes de añil, el clima que demandaba el cultivo
y, sobre todo, la concentración de mano de obra en la épocas de cosecha y de
laboreo, incidieron, de manera negativa, en la población indígena que, no solo
abandonaba obligadamente sus propios cultivos de subsistencia, sino que,
además, debía someterse al régimen de trabajo institucionalizado en la Colonia.
Las
condiciones propias del procesamiento del añil eran, por cierto, extremadamente
dañinas, en especial, por los trabajadores indios, según se consignó en
documento de la época:
“…
que en este beneficio enferma y muere mucha gente por ser tan fuerte esta
hierba que de solo entrar las manos a los pies en el agua donde está la hoja
cuando se a de sacar los palos o piedras con que está debajo del agua y la
misma hierba se les comen y canceran las carnes; y después estando golpeando el
agua se levanta un humo tan malo que penetra los sesos y causan otros daños con
que se han consumido muchos indios en las partes donde se beneficia el añil”.
Los
efectos perjudiciales que tuvo añilera entre los indios, los cuales culminaron
en la desaparición de pueblos enteros de origen prehispánico, obligaron a esa
Corona a prohibir la utilización de trabajadores nativos en los obrajes en los
que se procesaba dicho producto. Se emitieron, en tal sentido, varias cédulas reales
entre 1545 y 1643, en inclusive se nombraron jueces visitadores, para controlar
el cumplimiento de tales disposiciones. Estas, sin embargo, nunca se cumplieron
a cabalidad.
Junto
con el añil o xiquilite, en el reino de Guatemala también se explotaron otros
productos, tales como la grana o cochinilla, que era otro tipo de colorante
extraído de una especie peculiar de insectos que se reproducían en las
napoleras; y también plantas y raíces medicinales como la zarzaparrilla, la
caña fistula, bálsamo, etc. Algunas de éstas se exportaron a Europa en
cantidades menores y la última de las mencionadas, el bálsamo, además de
utilizarse como medicamento, se incorporó mediante autorización contenida en
una bula papal, en el ritual de la Iglesia Católica asociado a la
administración de los sacramentos en la extremaunción y la confirmación.
La
cochinilla proporcionaba un tinte de color púrpura, también usado por los
indígenas, desde la época prehispánica, en el teñido de sus telas. El interés
de los españoles en este producto data de 1573, cuando el Presidente Pedro de
Villalobos recomendó a la Coona que se
incrementara la producción respectiva, con el objeto de aumentar y facilitar,
asimismo, el cobro del tributo de los indios. Villalobos recibió la
autorización correspondiente y, en 1575, la exportación de grana a la metrópoli
mostraba ya un ascenso notorio que, sin embargo, nunca alcanzo, una
considerable importancia económica.
El
añil y la ganadería predominaron en la economía colonial durante el siglo
XVIII, aunque no se desatendieron por completo, los otros cultivos citados
antes, y algunos más, como el tabaco, el achiote, el algodón, etc., que se
incorporaron en los procesos de producción, para el consumo interno y externo.
Con
el transcurso del tiempo la tecnología y los volúmenes de producción
relacionados con la agricultura mejoraron ostensiblemente, pero, por otro lado,
al crecer la población se agudizaron, los problemas sobre la aprobación y las
disputas de tierras. Finalmente, tal como ocurrió en el caso específico del
añil (que fue sustituido por las anilinas o tintes sintéticos), el contrabando,
la industria masiva, así como la competencia de otros centros fabriles, fueron
algunos de los factores que incidieron negativamente en la economía colonial.
En
la exportación y comercialización de los principales cultivos era notaria la
relación de dependencia de las provincias respecto de la ciudad de Guatemala.
La
minería.
Con
el trasfondo socioeconómico de la España de entonces, los primeros
expedicionarios y colonos desbordaban sueños de fáciles riquezas deslumbrantes.
No solo se trataba de recuperar, con holgados excedentes, los dineros
invertidos, magros o cuantiosos como fueran, si no ascender en la escala
social, para asegurar futuros más promisorios. Por ello, al principio, antes
que la tierra u otros recursos cualquiera, los metales preciosos, en especial
el oro, alumbraban los caminos potenciales para alcanzar aquellos objetivos.
A
medida que se amplió el horizonte del nuevo mundo, cuando ya las palabras
México, Perú, potosí, costa rica, el dorado, tenían fuertes connotaciones
metálicas, los recién llegados al Reino
de Guatemala comprobaron que aquí la riqueza mineral no tapizaba los suelos, ni
espesaba las aguas de los ríos. No obstante, casi de inmediato, se entregaron a
la búsqueda afanosa de las vetas o de las arenas refulgentes.
Apena,
superado el fragor de las primeras batallas, el mismo Pedro de Alvarado y sus
acompañantes de más rango ordenaron el lavado de oro en los ríos próximos a
Iximché, a Santiago y otros poblados. Los esclavos hechos en la guerra, así
como los primeros indios “repartidos”, fueron ubicados en los lavaderos
auríferos o en las pocas minas conocidas. A un
aquello que, por su condición o por las circunstancias, se tenían por
vasallos libres del rey español, resistieron la ansiedad de los buscadores de
los metales preciosos. Los señores cachiqueles dejaron constancias en el
memorial de Sololá: “durante este año 1530 se impusieron terribles
tributos. Se tributó oro a Tunatiuh, se
le tributaron cuatrocientos hombres y cuatrocientas mujeres para ir a lavar
oro”.
En
el primer juicio de residencia, al que se le sometió en México, el 5 de julio
de 1529, se obligó al conquistador d Guatemala a rendir cuentas del oro y de la
plata que, después de pagar el quinto real, según su propio testimonio, recaudó
y fundió en los territorios por él sometidos.
Aquella
búsqueda afanosa barco también los territorios actuales de Panamá, Costa Rica,
Nicaragua, Honduras, El Salvador, Chiapas y Guatemala. Mas en esta última provincia, Alvarado
encabezó a aquellos que cortaron la mejor tajada. En el testamento que el Obispo Marroquín hizo
a nombre del Adelantado de Guatemala, quedó un registro significativo.
“dejó
muchos esclavos sacando oro en las minas de lo cual llevó muchas carga para su
ánima… dejó por libres a todos los indios esclavos, hombres y mujeres, y su
hijos, que así andan a sacar oro por el
dicho Adelantado, y desde ahora todos sean libres para siempre, con el
aditamento y condición que saquen oro para pagar las dichas deudas que el dicho
Adelantado debe y dejo… y en él entre tanto que saquen oro sean muy bien
mantenidos y curados, tratados y doctrinados en las cosas de nuestra santa fe
católica, todo a costa del oro que sacaren, hasta tanto que se paguen la dichas
deudas… Mando que los dichos esclavos saquen oro en las minas, una demora que corre
desde 1 de octubre hasta San Juan, y que el dicho oro que así sacaren se
reparta entre los hijos del dicho Adelantado”.
El
oro y los otros metales preciados se recaudaron por medio del trabajo forzoso, de los tributos, y
por cuanta manera fuera posible. En carta enviada al rey Carlos I, el 6 de
marzo de 1524, el capitán Gil González Dávila relataba un hecho curioso:
“llegué a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dio de presente 14000
castellanos de oro… Cuando me partí me dijo el cacique que, pues ya él no
habría de hablar con sus ídolos que me los llevase, y me dio seis estatuas de
oro de grandura de un palmo”.
El
mismo González Dávila desde Española hizo después un cuantioso envió de oro, en
cinco “naos” que surcaron el Atlántico en ruta de retorno. El Tesoro Real,
Andrés de Cereceda, compañero de González Dávila, dejó un recuento detallado
del aquel oro, que, reducido a pesos y en forma de hachas y cascabeles, había
sido objeto de “rescate” en la parte sur de la América Central. Por su abundancia
en objetos del valioso metal, Costa Rica se llamó así desde entonces, pero de
tal fama participaban también Panamá y Colombia.
Otros
muchos lugares específicos, en los cuales se recaudó oro, plata, plomo, hierro
y otros minerales, en montos y calidades distintos fueron los siguientes:
KOPAN, GOASCORÁN, YUSCARAN, CHOLUTECA, Gracias a Dios o cotepeque (en
Honduras); Atitlán, Nevaj, Joyavaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro
Sacatepéquez, el valle de jilote pequé y Chiquimula (en Guatemala); Metapa, Ciguate
guacán, Naozalco, Chilchuapa (en Salvador).
Las
mejores minas que se descubrieron a mediados del siglo XVI, eran las de
Tegucigalpa, Comayagua y Ocotepeque, en Honduras; las de las Segovia en
Nicaragua; y Huehuetenango, en Guatemala. En todos los lugares citados el
trabajo se hacía, al principio, por medios rudimentarios, como la trituración y
la fundición, que después se perfeccionaron mediante el uso del azogue o
mercurio, transportado desde el Perú, a partir de 1566.
A
raíz de promulgación de las leyes Nuevas se prohibió, in que se cumpliera la
utilización de trabajadores indígenas en las minas, consecuentemente, se
incorporaron los primeros contingentes negros en dicha actividad. El 16 de agosto de 1618, en efecto, arribó a
Trujillo un barco cargado de esclavos africanos, destinados a las minas de
Tegucigalpa; dos navíos más, con igual “carga”, llegaron el 4 de septiembre de
1620, pero el ayuntamiento de Guatemala protestó porque aquellos negros “eran
más de los que necesitaban”.
Huehuetenango
fue una región minera importante en los inicios de la época colonial, en la que
resultaba favorable el entorno ecológico y la disponibilidad de mano de obra
indígena. Fuentes y Guzmán relata el
caso anecdótico del español Juan de Espinal o espinar, que , cuando descansaba
en un recodo del camino, vio casualmente una lumbre que se encendía al pie de
un árbol de pino y descubrió, además, que unas piedras irradiaban fuego, tal si
fueran brasas, y que, al enfriarse, cuajaron como piezas de plata. Seguidos los trámites del caso, Espinar
registro y exploto aquella rica veta, de la cual” obtuvo grande opulencia para
pasar a España, dejando cubierta la labor principal de los metales acerados,
con ánimo de volver a gozar lo que dejaba”. Las crónicas aluden a otro caso semejante
el de un cura de Cuilco, que descubrió una mina de oro en el pueblo de
Motosintla. Allí, después de que el fiscal de la iglesia le mostro una pepita
de dicho metal, los caciques a su ruego e instancias le llevaron al yacimiento
con los ojos vendados y a condición de que solo dispusiera del metal que podía
cargar con sus manos, para destinarlo a las sobras de la iglesia y otras
necesidades.
En
general, y pese a la relativa pobreza
mineral de la región, la minería produjo caudales apreciables a sus dueños y a
la Hacienda Real. Contribuyó, asimismo
al desarrollo de la orfebrería, predominantemente la de carácter religioso, la
cual alcanzó niveles apreciables en cantidad y calidad artística.
La
extracción de metales preciosos indujo a la Corona a fundar en Guatemala una
Real Casa de moneda, lo que se hizo por
medio de cédula de 20 de enero de 1731.
Ello tuvo efectos positivos en la economía general de la Colonia, sobre todo
porque la explotación minera aumentó,
relativamente, durante los siglos XVII y XVIII,
gracias al descubrimiento de nuevos yacimientos; a ciertos incentivos
estatales, como la reducción de
impuestos y controles; y a una simultánea política de supervisión, para evitar
la explotación ilegal, el contrabando y otros vicios semejantes.
Comercio
El
descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre
Europa y el lejano Oriente; de ahí la importancia que, en su propio contexto
mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del Atlántico. Este interés inicial se tradujo de inmediato,
en la necesidad de trazar lineamientos políticos, administrativos y otros, que
aseguran los beneficios económicos que representaba la ampliación del imperio a
las tierras del Nuevo Mundo.
En
relación con el comercio, que fue sin duda una de las columnas centrales de
régimen colonial, entre aquellas primeras medidas de gobierno estuvo la
organización de la casa de contratación, con sede inicia en Sevilla, cuya
fundación se aprobó en 1503, y sus
estatutos, en 1510. Se le concibió como
el agente fiscal y comercial de la Corona, aunque después se le asignaron otras
funciones colaterales, como la de investigación en los campos de la navegación
y la cosmografía.
Durante
varios años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron
centralizadas en Sevilla, con excepción de ciertas actividades que se
canalizaban por los puertos de Cádiz y de san Lucas. La Casa de Contratación
por lo tanto, acrecentó su actividad, al punto de que, a finales del siglo
XVII, cuando el régimen colonial estaba ya bien cimentado en América, era un
órgano de gobierno de enorme relevancia. Se le traslado a Cádiz, cuando ese
puerto sustituyo a Sevilla para la salida y llegada de las flotas indianas.
A lo
largo del siglo XVI, el comercio entre España y América se hiso por medios de
flotas de barcos protegidos adecuadamente, ya que la acción depredadora de los
piratas y corsarios, respaldos por Inglaterra, Holanda y Francia, afectaba la
comunicación entre la metrópoli española y sus posesiones coloniales. En 1561,
el tráfico comercial se hacía sólo en primavera y en verano, en sendas flotas
que, en la Antias, se dividían, ya que unas se dirigía a Veracruz (México) y al
golfo de Honduras, y la otra hacia Cartagena de indias y puerto bello (Panamá).
Durante
los siglos XVI y XVII, el Reino de Guatemala mantuvo relaciones comerciales,
legales e ilegales, con España, Nueva España, Perú, Nueva Granada, Filipinas,
Inglaterra y Francia. Para ello, se utilizaban atracaderos de Puerto Caballos y
Trujillo, en Honduras; Bodegas Golfo, en Guatemala; San Juan y el Realejo, en
Nicaragua; Matina, en Costa Rica; y acajutla, El Salvador. La comunicación
terrestre se hacía por rutas agrestes que unían puertos y poblados importantes,
en las cuales las mercaderías se transportaban por tamemes o por vestías
mulares.
El
sistema de lotas, sobre todo cuanto éstas, a partir de 1633, carecieron de la
protección armada, ocasionó periódicas carencias de mercancías europeas en
Guatemala, ya que los barcos no llegaban todos los años.
Bienes
de intercambio
Algunos
de los productos exportados por Guatemala, que obligadamente pasaban por
Sevilla primero y después por Cádiz, incluían añil, zarzaparrilla, palo de
Brasil, cochinilla, azúcar, cueros de reses, bálsamo y, por supuesto, metales preciosos,
como oro y la plata. De vuelta, los barcos traían vino, pasas, aceitunas,
aceite, higos, paños, lino, hierro, mercurio, etc.
El
comercio alcanzó sus niveles más altos a principios del siglo XVII, y comenzó a
declinar a mediados de la década 1620, en un descenso que se agudizó en el
decenio siguiente. Las causas de esto último estaban vinculadas a una crisis de
todo el sistema, del comercio intercontinental y colateralmente, a la acción de
los piratas en el Caribe.
Con
el fin de superar las dificultades en cuanto al aprovisionamiento y circulación
de mercancías necesarias o rentables, en las últimas décadas del siglo XVI y
primeras del siguiente, el comercio centroamericano se canalizo por Granada
(Nicaragua) y, sobre todo, hacia puerto bello y Cartagena, desde matina (Costa
Rica).
Comercio
con otras….
A lo
largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial, casi
permanente aunque no siempre legal, con naciones como la Nueva España, Nueva
Granada, Perú y, de manera indirecta, Filipinas y otros Países del Lejano
Oriente.
Con
México tal tipo de relaciones se remonta a la época prehispánica, pero, en el
periodo colonial, ellas fueron más regulares y expeditas. La comunicación se
hacía por medio de un camino que bordeaba Los Cuchumatanes, y por otro que
atravesaba la Boca costa del Pacífico. En ocasiones se utilizaba la vía
marítima, en ambos océanos.
Los
novohispanos, o mexicanos como más comúnmente se les llamaba, adquirían cacao,
añil, vainilla, achiote, etcétera, en las regiones de Soconusco, Suchitepéquez,
Izalco, y otras del Reino de Guatemala. A cambio, surtían a los mercados
situados al sur de sus fronteras, con telas u otros productos de origen
europeo.
A
mediados del siglo XVI, la sola región de Suchitepéquez exportaba unas 200,000
cargas de cacao (cada carga equivalía a 24,000 almendras) a México. Este
particular comercio fue objeto de regulaciones especiales, orientadas a
conseguir un equilibrio económico interregional. En 1576, por ejemplo, la
Corona exigió una licencia de exportación y un impuesto del 5%, en relación con
el cacao que salía de Suchitepéquez hacia Nueva España.
A la
zaga de sus intereses, los comerciantes, en algunos casos, se trasladaron a
vivir a pueblos cacaoteros, como Izalco, en San Salvador, pero ello ocasionó
roces y conflictos con los encomenderos de la zona. De esta cuenta, en 1553, la
Audiencia ordenó que los comerciantes abandonaran los pueblos de indios de
aquella área, y que se trasladaran a la Villa de Sonsonate. Desde Acajutla, por
otra parte, se comercializó cacao hacia México y Perú, pero, a veces, el
tráfico caía en los linderos del contrabando, o se hacía en competencia desleal
con el grano de Guayaquil.
El
comercio con Perú se intensificó durante los siglos XVII y XVIII, hasta el
punto de que la moneda llamada perulera, precisamente por su procedencia,
circuló con amplitud en Guatemala. Los productos centroamericanos llegaban
hasta Quito, Lima y Arequipa. El intercambio con Filipinas, en cambio, se hacía
indirectamente, por medio del Galeón de Manila que, en la última parte del
siglo XVI, conectaba esta ciudad asiática con Acapulco.
Guatemala,
por lo tanto, como las otras colonias americanas, comerciaron simultáneamente
con varias naciones, ya de modo legal, ya en forma ilícita, pese a los esfuerzos
de España por canalizar todo el tráfico de mercancías a través de las casas
comerciales y los controles oficiales de Sevilla.
Además
del comercio externo, Guatemala desarrolló una intensa red de intercambio, que
conectaba la ciudad de Santiago, el Corregimiento del Valle y las principales
ciudades y poblados provincianos, así como también los pueblos de indios. En
este sistema interno desempeñaron un papel importante los mercados, las ferias,
el tiánguez (mercados tradicionales de los indígenas); también las tiendas y
tabernas, y los “abastos”. Por medio de estos últimos, que no eran sino
concesiones privilegiadas, se administraba la comercialización de importantes
productos, como los cereales, la carne, etcétera.
El
panorama del intercambio comercial esbozado anteriormente, se modificó, de
manera drástica, en el siglo XVIII. Las principales causas de ello fueron la
autorización del libre comercio, la reforma del sistema de impuestos, el
fortalecimiento de la Real Hacienda, la reducción del poder de la Iglesia, la
defensa militar de las costas americanas, y la instauración del Régimen de
Intendencias. A finales del siglo citado se estableció el Real Consulado de
Comercio de Guatemala, cuyas funciones eran las de estimular la producción,
promover el comercio, desarrollar la infraestructura, y afirmar la justicia en
las cuestiones mercantiles. En mucho se lograron estos objetivos en la última
parte del período colonial, pero también persistieron viejos problemas, como el
contrabando, la especulación, la explotación inicua de la mano de obra indígena
y otros más que tuvieron efectos disociadores en una sociedad de corte
colonial, pero que se hacía cada vez más grande y más compleja.
La
Real Hacienda
El
régimen hacendario, o sea, las finanzas públicas de la Colonia, reflejaron
necesariamente las características sociales y políticas de la organización y
funcionamiento del vasto imperio español.
En
la administración de los recursos económicos en general, jugaron un papel
decisivo la Corona, en primer lugar, como propietaria soberana de las tierras y
riquezas del Nuevo Mundo; la Casa de Contratación, encargada de la
administración y el tráfico de dichas riquezas; y, finalmente, la oficialidad o
burocracia real, que fungía en las posesiones coloniales y, en especial, en los
centros de poder económico.
Los
ingresos reales
Como
en todas las Indias, en Guatemala la política fiscal descansó en dos tipos de
impuestos: los fundamentales o regulares y los complementarios. Los primeros
comprendían los siguientes: quinto real, almojarifazgo, tributo, diezmo y
alcabala. Entre los segundos figuraban los estancos, oficios vendibles,
empréstitos, derramas y penas de cámara.
El
quinto real consistía en la quinta parte (20%) que cobraba la Corona sobre el
valor de los productos minerales y piedras preciosas que explotaran los
colonos. Este impuesto fue oportunamente reducido, a un 10% y hasta a una
doceava parte, con el objeto de estimular tal actividad económica, y evitar la
evasión impositiva.
El
almojarifazgo era el impuesto que se pagaba por la importación y exportación de
todo tipo de productos, y equivalía, respectivamente, al 5% y al 2.5% del valor
de dichos bienes.
El
tributo consistía en una cuota anual que pagaban los súbditos del rey, en señal
de su simple calidad de vasallos. En Guatemala, lo pagaron los aborígenes,
desde la época prehispánica, a los jefes de sus respectivos señoríos, y después
a la Corona o a los encomenderos.
El
diezmo, teóricamente, era un aporte equivalente a la décima parte del valor de
todos los bienes adquiridos o comercializados en el Nuevo Mundo, el cual debía
entregarse a la Iglesia Católica. En 1501 se estableció que la Corona, cuyos
representantes hacían el cobro correspondiente, tenía derecho a retener dos noveno
de la mitad de tal impuesto. En 1578, cuando se impuso a las transacciones
relacionadas con el añil, se incrementó la recaudación del diezmo. Una parte de
éste se utilizaba en la construcción de iglesias y hospitales. En 1533 se
eximió de este impuesto a los indígenas, pero existen referencias acerca de que
en alguna época se les cobró, especialmente en el siglo XVIII.
La
alcabala era un impuesto del 2%, que recaía sobre el valor de todas las
operaciones de traspaso, contratos y compraventas, y que también afectaba las
herencias y donaciones. De este gravamen estaban exonerados los indígenas.
Los
impuestos complementarios incluían los siguientes: los estancos, que se
referían al monopolio de la Corona, respecto de la fabricación y
comercialización de determinados artículos (sal, mercurio, naipes, pólvora,
tabaco, papel sellado, aguardiente y nieve); las Bulas de la Santa Cruzada, o
sea, un aporte que permitía a los fieles comprar indulgencias (perdón de los
pecados), a título propio o ajeno; la venta de cargos públicos, tanto civiles
como eclesiásticos, los cuales se compraban en España o en la Colonia, según la
jerarquía del puesto; los donativos forzosos impuestos por la Corona a los
súbditos; las derramas, que eran contribuciones ocasionales destinadas a
emergencias, como terremotos, a trabajos públicos, o a servicios personales
inmediatos, necesitados por los gobernantes o las tropas; las penas de cámara
se referían a los ingresos provenientes de multas impuestas por delitos
diversos.
Los
egresos de la Corona y de las autoridades coloniales cubrían una extensa gama
de recursos destinados a gastos administrativos, guerras, obras públicas y
servicios de índole muy extensa y variada. Una parte importante de la política
fiscal fue la organización monetaria que, a partir de 1731, quedó a cargo de la
Casa de Moneda. Los medios de cambio, o monedas, más comunes a lo largo de la
época colonial, fueron los siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las
piezas rústicas de oro, llamadas “pesos de oro de minas”; las rajas de plata;
las monedas acuñadas de este mismo metal; los pesos “peruleros” procedentes de
Perú; el peso de plata, o “peso fuerte”; los reales; la moneda “macuquina”, o
“macacos” (piezas rústicas traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera.
Importancia
social de la población
El
volumen, el crecimiento o decrecimiento, la distribución, la evolución en fin,
de una población identificada con una sociedad cualquiera, tienen una
importancia decisiva en los procesos generales que corresponden a dicha
sociedad. Esa importancia no se reduce sólo a cuestiones cuantitativas, o de
espacio simplemente, ya que se vincula también a formas de conducta, a
actividades económicas, a organización de grupos particulares, a creencias e
ideas, a normas, y a muchos otros aspectos de la vida en sociedad.
Respecto
de la sociedad guatemalteca de la Colonia, por ejemplo, indiscutiblemente
resultan relevantes preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de gente conformó
esa sociedad? ¿Cuáles fueron las transformaciones cuantitativas y cualitativas
que experimentó? ¿Qué tipos de grupos la integraron? ¿Cuál fue la distribución
de las personas en el espacio? A éstas podrían agregar- se muchas interrogantes
más, cuya respuesta objetiva ayudaría a entender no sólo la sociedad de la
época, sino también la del presente, de
la cual aquélla es un antecedente más o menos inmediato.
En
1524, cuando llegaron los españoles a lo que después fue el Reino de Guatemala,
la región estaba poblada por conglomerados aborígenes, que participaban de
semejanzas y diferencias fundamentales, en la medida en la que tenían algún
tipo de contactos, o un ancestro común.
En
relación con el número de aquellos habitantes se alude a cifras que oscilan
entre 200,000 y dos millones, e incluso cantidades mucho mayores, de hasta 50
millones, y aún más. Sin embargo, no hay certeza alguna sobre el monto total de
la población que vivía en el istmo centroamericano antes del arribo de los
europeos.
En
relación con el territorio actual de Guatemala, la fuente más aceptable de la
que se dispone es la tasación de los tributos, hecha por Alonso López de
Cerrato, quien gobernó de 1548 a 1554. Según el número de indios tributarios y
de las personas vinculadas a éstos, en una proporción de 5.1 a 6.1, se ha
estimado que, en aquellas fechas, había un total de 428,500 habitantes, aunque
también se han sugerido cifras mayores, de hasta 475,000 moradores.
Los
cálculos anteriores, sin embargo, no resultan del todo fiables, por las
siguientes razones: no incluyen absolutamente todos los poblados, como tampoco
los indios que se fugaban a los montes; excluyen la enorme cantidad de muertes
que ocasionaron las enfermedades introducidas por los españoles, y contra las
cuales los nativos no tenían defensas naturales. A partir del contacto con los
europeos, dichas enfermedades (viruela, sarampión, tifus, peste bubónica,
etcétera) causaron una verdadera catástrofe demográfica, lo que hace pensar
que, alrededor de 1519-1520 (antes de la primera epidemia), el actual
territorio de Guatemala pudo haber estado ocupado por cerca de 1.7 millones de
habitantes.
Algunas
de aquellas enfermedades, como la llamada kumatz ogukumatz, se incorporaron al
léxico, al sufrimiento, y a los registros históricos de los nativos, entre
estos últimos, el Memorial de Sololá:
“He
aquí que durante el quinto año apareció la peste ¡oh hijos míos! Primero se
enfermaban de tos, padecían de sangre de narices y de mal de orina. Fue
verdaderamente terrible el número de muertes que hubo en esa época… De ninguna
manera podía la gente contener la enfermedad… Después de haber sucumbido
nuestros padres y abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los campos. Los
perros y los buitres devoraban los cadáveres. La mortandad era terrible”.
Además de los efectos de las
enfermedades, la guerra tuvo los propios; así como el maltrato y los trabajos
forzados, cuyos resultados dieron pábulo a lo que se conoce como la “Leyenda
Negra” contra España. La muerte de hombres y mujeres en edad madura, y de
niños, causó un notorio descenso en las tasas de natalidad; inclusive, no ha
faltado quien aluda a una actitud de “desgano vital”, o sea, de frustración
total ante las expectativas de la vida, aunque este último argumento contradiga
la permanente resistencia de los indios, violenta o pacífica, que también ha
recogido la Historia.
De
los españoles que migraron
A
raíz del Descubrimiento, uno de los primeros problemas que se presentó a la
Corona fue el de determinar quiénes podían viajar a las Indias. En el primer
viaje de Colón se autorizó el reclutamiento de algunos prisioneros; después se
hizo lo mismo con otros condenados, a quienes así se conmutaba la pena; pero,
en 1505, se prohibió el traslado de todos aquellos que tuvieran malos
antecedentes.
Casi desde el principio, sin
embargo, se excluyó expresamente a los judíos, a los moros y a los conversos;
pero, alrededor de 1510, se aprobó una política más abierta, aunque reducida
todavía a los originarios de los reinos de Castilla y de León. Poco tiempo
después se autorizó la emigración de españoles sin excepciones, e inclusive se
permitió, con autorización especial, la trasportación de negros.
Entre los primeros migrantes, en
general, no figuraban nobles, sino más bien hidalgos jóvenes, que buscaban
aventuras y fortuna. Pronto se sumaron marineros, religiosos, comerciantes,
criados, pero los artesanos y labriegos aún eran muy escasos. Hasta en 1518,
precisamente Las Casas propuso que se poblara con labradores y, en 1519 la
Corona trató de impulsar dicha propuesta, la que no cuajó, sin embargo, porque
ya los colonos comenzaban a trasladarse a Tierra Firme, en desmedro del
poblamiento de las islas antillanas.
Ante la necesidad de controlar los
territorios descubiertos, la Corona decidió “fundar” y “poblar”, lo que
significaba edificar ciudades, con población concentrada, para lo cual se
ordenó el reparto de solares. En la primera etapa de la empresa descubridora,
en las Antillas, participaron unos 300 españoles, pero, en 1502, cuando comenzó
la verdadera colonización, ya habían llegado a La Española cerca de 2,500
migrantes y, en 1559, el total de la migración ascendía a 27,787. En el
Catálogo de Pasajeros a Indias se registraron sólo 15,480, en el período de
1509 a 1559, pero allí no se incluyó nunca la emigración fraudulenta. Se
calcula que, en 1600, el total de migrantes era de 54,881, aunque también se
han presentado cifras que se aproximan a 200,000.
En cuanto a la procedencia de los
migrantes, las estadísticas conocidas indican las siguientes regiones:
Andalucía y, en particular, Sevilla (36%); Extremadura (16.4%); Castilla la
nueva (15.6%); y Castilla la Vieja (14%). En el siglo XVII aumentó la
emigración de Cataluña y de la Vascongadas. En el Catálogo de pasajeros se
señala un 5.6% de licencias otorgadas a mujeres, pero, después de la conquista
aumentó el porcentaje de casadas que resolvieron trasladarse a las Indias.
Las
cifras generales anteriores, sólo en forma relativa pueden aplicarse a lo que
fue el Reino de Guatemala, sobre el cual se carece de información específica. Se sabe, tan sólo, que en Costa
Rica se establecieron 88 “familias fundamentándolas” y que, en general, éstas
casi no dependieron de la mano de obra indígena y constituyeron, en cambio, un
núcleo inicial de empresarios, atenidos a su propio trabajo, lo que, a veces,
se ha utilizado para explicar los orígenes remotos de la democracia en dicho
país.
La
Fundación de poblados
Con
el propósito de afirmar su dominio directo y disminuir el que detentaban los
jefes de conquista, la Corona ordenó la fundación de poblados en los
territorios conquistados. En el Reino de Guatemala se comenzó en la primera
mitad del siglo XVI, pero tal política, con alzas y bajas, continuó en los años
posteriores y estaba ya consolidada en la siguiente centuria.
Ciudades
y villas
Los
términos de ciudad y villa se usaron para designar a los centros de españoles,
según el tamaño de los asentamientos; y el de pueblo o poblado, para llamar a
los habitados por indígenas. Ello respondía a la concepción de las “repúblicas”
separadas, inclusive desde el punto de vista espacial o geográfico. Con el
tiempo, sin embargo, las ciudades más importantes adquirieron un carácter
multirracial.
Las urbes principales a finales del
siglo XVI, de las cuales cada provincia tenía una o dos, eran, sin duda,
importantes focos de poder económico, político, religioso y cultural, etcétera,
Su vida giraba en entorno a los cultivos o actividades económicas más
relevantes (cacao, añil, minería). En aquella época ya destacaban ciudades como
Santiago de Guatemala, que era la capital del Reino; Ciudad Real, en Chiapas;
Comayagua y después Tegucigalpa, en Honduras; San Salvador y la Villa de
Sonsonate, en El Salvador; León y Granada, en Nicaragua; además de otros
centros menores, ubicados en las distintas provincias. A lo largo del citado
siglo XVI se fundaron en el Reino unas 50 ciudades y villas, de las cuales sólo
perduró una veintena, aproximadamente, En todas se aplicó el trazo en damero o
cuadrícula.
Centros
urbanos en la Provincia de Guatemala
La
primera ciudad fundada en el actual territorio de Guatemala, lo fue sólo de
manera simbólica, en Iximché, el 27 de julio de 1524. Se le llamó Santiago de
Guatemala, pero nunca fue trazada a la manera española. Casi de inmediato, y
como consecuencia de rebelión de los Kakchiqueles, adquirió un carácter
itinerante, con las características propias, más bien, de un campamento
militar. En estas condiciones, primero estuvo en Xepau (Olintepeque,
Quetzaltenango), y después en Chijxot (Comalapa, Chimaltenango). Su primer
asiento permanente lo tuvo en Almolonga o Bulbuxyá, donde se fundó, por Jorge
de Alvarado, con las formalidades legales del caso, el 27 de noviembre de 1527:
“Asentad
escribano que yo, por virtud de los poderes que tengo de los gobernadores de su
Majestad con acuerdo y parecer de los alcaldes y regidores que están presentes,
asiento y pueblo aquí en este sitio la ciudad de Santiago, el cual dicho sitio
es término de la provincia de Guatemala”.
Después de la muerte de Pedro de
Alvarado, ocurrida en México, y cuando doña Beatriz de la Cueva (“la sin
ventura”, como ella firmaba entonces) desempeñaba la Gobernación, conjuntamente
con su primo Francisco de la Cueva, la noche del 11 de septiembre de 1541 la
ciudad fue destruida por una grande inundación, provocada por lluvias
torrenciales y un deslave que descendió del Volcán de Agua. A raíz de la muerte
de doña Beatriz, en aquella noche trágica, el gobierno se ejerció, también
conjuntamente y de modo provisional, por el Obispo Marroquín y el ya citado
Francisco de la Cueva.
El mismo año 1541, la ciudad se trasladó
al valle aledaño que los indígenas llamaban Pancán o Panchoy, y los españoles,
Valle del Tuerto. Allí estuvo hasta 1773, año en el que fue destruida por los
terremotos de Santa Marta. De ese sitio, de nuevo fue trasladada, en 1776, al
Valle de la Virgen, o de La Asunción, donde todavía permanece.
A principios del siglo XVII,
Santiago tenía 500 vecinos españoles y un número semejante de indígenas,
ladinos y “castas”. Puesto que, según cálculos aceptables, cada vecino era jefe
de una familia de cinco personas, se supone que había un total de 5,000
habitantes, en 1700, esta cifra había ascendido a 30,000.
El cronista Fray Antonio Vázquez de
Espinosa describió cómo lucía la ciudad de Santiago en 1620:
“Las
calles bien trazadas y derechas, tiene la plaza principal que es muy buena y
cuadrada, en el ángulo que está al noroeste está la Iglesia catedral… En el
mismo ángulo las casa obispales. En el otro ángulo que está casi al sur, están
las casas reales, muy grandes y capaces… Enfrente de este ángulo de las casas
reales casi al norte, es el otro todo de portales de muy buena fábrica, en éste
están los escribanos y algunas tiendas de mercaderes. El otro ángulo que está
enfrente de la Iglesia catedral es también de portales, todo de muy buena
fábrica, en el cual hay mercaderes y otras tiendas de pulperías, a un lado de
la plaza hay una fuente de agua muy buena, de donde se provee mucha parte dela
ciudad, aunque muy abastecida de ella…”.
En Panchoy se distribuyeron los
solares en barrios, ubicados según la importancia de los vecinos. Además, se señalaron
los lugares asignados a los indios que habían llegado “en seguimiento a los
indios que habían llegado “en seguimiento de los españoles”, es decir los
tlaxcaltecas, mexicanos, utatlecos y guatemaltecos. Por cierto, las autoridades
siempre recelaron de los indios citadinos, y fue constante el temor de posibles
levantamientos.
Algunas de las ciudades y villas
fundadas en la Provincia de Guatemala, así como en otras partes del Reino,
representaron sólo intentos frustrados de edificación, tal como ocurrió en
Mixco, en el Llano de la Culebra; en Verapaz, donde el Alcalde Mayor, Martín
Alonso Tovilla, fundó la Villa Toro de Acuña, de muy corta vida. Otras
fundaciones fallidas fueron la de Nueva Sevilla (1543), situada a orillas del
Río Polochic, y abandonada por presión de los dominios, que defendían dominios
exclusivos en la zona; y también la de Monguía o Munguía que, en 1568, se
estableció, por poco tiempo, en las márgenes del Lago de Izabal.
Los
pueblos de indios
Las
“reducciones” o congregaciones, por las cuales se establecieron pueblos de
indios, se impulsaron, inicialmente, por religiosos, como el propio Obispo
Marroquín. Las gestiones comenzaron en 1538, pero sólo fueron atendidas en
1544, cuando el Rey ordenó “recoger” y “juntar” a los indios, en pueblos
delimitados y con autoridades propias. Se comenzó en Patinamit, o sea, Tecpán
Guatemala, la sede principal de los Kakchiqueles, y se continuó con
Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Tecpán Atitlán (Sololá), San Miguel
Totonicapán, Quetzaltenango, etcétera. San Raimundo Las Casillas y Santo
Domingo Xenacoj se fundaron, por los indios, con ayuda de los dominicos, de
manera apurada y artificiosa, más bien como una estrategia para evitar
arbitrarios despojos de tierras que ambicionaban ciertos españoles dedicados al
laboreo del trigo.
En su mayoría, los pueblos de indios
se trazaron según el patrón urbano de cuadrícula, con una plaza central, a
cuyos costados se erigía la iglesia y el Cabildo. El cronista Fray Antonio de
Remesal relata la forma en la que se procedía a hacer las “reducciones”:
“El
orden que los padres tenían en mudar los pueblos era este. Lo primero: ellos y
los caciques y principales miraban y tanteaban el sitio nuevo, y si alguno de
los antiguos les tenía acomodado para juntar los otros a él, ordenaban este.
Hacían primero sembrar las milpas junto al sitio: mientras crecían y se
sazonaban el maíz edificaban las casas, y se enjugaban, y en estando las milpas
para cogerse, en algún día señalado se pasaban todos al nuevo sitio con muchos
bailes y fiestas que duraban algunos días, para hacerles olvidar las moradas
antiguas”.
La política de las congregaciones
prácticamente concluyó en 1580, y ellas se convirtieron en un nuevo elemento
fundamental en la estructura de la sociedad guatemalteca. Por ese medio, se
aceleró el despojo de tierras sufrido por los indígenas, ya que buen parte de
las que pertenecían a las parcialidades (cuyo dirigentes ayudaron también a los
religioso y a las autoridades en la empresa de aquellas “reducciones”), por
ejemplo, bosques, pastizales y los terrenos alejados pero cultivados, con el
tiempo y las presiones, en muchos casos, pasaron a ser tierras baldías en manos
de foráneos.
La delimitación de aquellos pueblos
de indios, por otra parte, originó mediatos e inmediatos litigios de tierras y
disputas de límites que, en algunos casos, permanecen sin resolverse en la
actualidad. Muchos de aquellos pueblos, en especial los que circundaban la
ciudad de Santiago u otros centros urbanos de españoles, se convirtieron en
proveedores de bienes y servicios que disfrutaban los colonos españoles.
En realidad, las reducciones
llenaron tres objetivos básicos, a saber: facilitaron el control político sobre
las parcialidades indígenas y, en especial, sobre los indios rebeldes; allanaron
el cobro del tributo y la disponibilidad de mano de obra que, por cierto, no
resultaban tareas fáciles cuando la población indígena vivía dispersa en los
campos, en amplias distancias; finalmente, permitieron que la evangelización, y
otras prácticas de imposición cultural (“vivir en policía”, como decían los
españoles), encontraran caminos más expeditos y rápidos.
Los pueblos de indios, en
consecuencia, resultaron ser un elemento definitorio, esencial, característico,
de la sociedad colonial. En cierta medida sirvieron para desvertebrar la
organización social prehispánica, para encausar la explotación económica, el
control político y el dominio cultural sobre la población indígena, pero, al
mismo tiempo, y de modo paradójico, se convirtieron en reductos de la vieja
cultura y, a veces, en focos de resistencia, pasiva o activa, pero, en todo
caso, en la otra cara de la moneda colonial.
Es
propio afirmar que, después de 1524, sólo existían dos grandes grupos
diferenciados en Guatemala: los españoles y los indígenas o naturales, como
estos últimos han preferido llamarse de modo consistente. De esos dos segmentos
sociales, primordialmente, surgió la población heterogénea que ha conformado la
sociedad guatemalteca hasta la actualidad.
En efecto, de las relaciones
sexuales, forzadas o voluntarias, entre personas de aquellos dos grupos
primarios, surgió una población mixta. Se incurre en una ligereza, empero, si
se cree que los mestizos, o ladinos como se les llamó después, sólo son
producto de una mezcla biológica, o de la simple adopción, por los indígenas,
de algunos rasgos culturales españoles, como la indumentaria y el idioma.
En realidad, la historia demográfica
de las etapas colonial y republicana es más compleja, puesto que en ella
inciden también factores políticos, sociológicos y otros más, a distintos
niveles. La elite, por ejemplo, la de los españoles y la de sus descendientes
criollos, enalteció su pasado, registró sus victorias y sus genealogías, pero
se olvidó de los grupos marginados. De esta manera, una gran mayoría de
guatemaltecos, en especial los ladinos, ha permanecido, por años, sin conocer
sus orígenes y sus antecedentes más remotos.
En 1520, a pesar de los efectos
anticipados de las epidemias, la población indígena estaba equilibrada en cuanto
a género. Los españoles que llegaron inicialmente, en cambio, en su mayoría
eran varones, tanto jóvenes como de mediana edad, y aun cuando hubieran dejado
esposa y prole en España, procrearon hijos o formaron uniones, temporales o
duraderas, forzadas o voluntarias, bajo presiones o por atracción mutua, de las
cuales se originó una población mestiza que, sobre todo, ocupó un espacio
social particular.
La aparición de los mestizos fu el
primero de varios factores que derrumbó la dicotomía fundamental del dominio
político en América, o sea, la de las dos repúblicas: la de los españoles y la
de los indios. De ambos grupos, ni el uno ni el otro previeron que sus
relaciones y su convivencia, aun en una situación de desigualdad, originarían
el surgimiento de “otros”, que no encajaban en ninguno de los dos segmentos, no
obstante que muchos fueron absorbidos por los españoles (como doña Leonor de
Alvarado, la primera mestiza nacida en Guatemala), o bien por los indígenas.
La situación se complicó aún más,
cuando, antes de la década 1550, los hispanos introdujeron a los primeros
esclavos africanos, en número apreciable y en su mayoría varones. Estos también
se mezclaron con los indígenas, mestizos y españoles, y los descendientes de
todas aquellas amalgamas biológicas constituyeron la categoría denominada,
durante la Colonia, “castas”, que fue, asimismo, una población de difícil
ubicación. En los siglos XVII y XVIII, el nombre genérico de castas incluía a
todas las personas marginadas de origen mixto, es decir, mestizos, mulatos,
pardos, ladinos, etcétera.
La incorporación de los africanos no
resultó fácil y acelerada; primero, porque el fenotipo, es decir, la apariencia
física, permitía la expresión abierta de los prejuicios raciales; y, segundo,
por una razón sociológica, ya que, además de haber llegado como esclavos, en
algunos casos también desempeñaron el papel de capataces o calpixques y, como
tales, trataron a los indios en forma abusiva e incluso cruel, puesto que
disfrutaban de un poder ilegítimo.
De todas maneras, como parte de la
evolución demográfica y sociológica de los mestizos y, en cierta medida, de los
afroamericanos, surgió el que actualmente se conoce como el segmento ladino de
la sociedad guatemalteca. Resulta significativo que el término ladino se
comenzara a usar, en Guatemala, para llamar a los indios que mostraban
facilidad o predisposición para adoptar ciertos rasgos culturales españoles,
como el idioma, por ejemplo; de esta cuenta, no era extraño oír la expresión
“indio ladino”, referida a tales sujetos. De esa misma manera, en fecha aún
anterior, la palabra se utilizó en España en relación con los sefardíes, para
designar a una categoría social, cuyos orígenes y desarrollo también tenían
aspectos biológicos y culturales.
La
evolución de la población no indígena, en efecto, fue más notoria en la ciudad
de Santiago, así como en las zonas de expansión agroeconómica que,
inicialmente, estuvieron controladas por los españoles; los negros y mulatos,
por ejemplo, se concentraron en la capital y en las unidades agrícolas muy
productivas. Alrededor de 1530, casi cualquier español podía tener esclavos
indios, pero sólo los muy acomodados tenían uno de origen africano.
Por otra parte, y precisamente en la
ciudad de Santiago, en las casas principales solían vivir entre 10 y 20
personas: el jefe de familia español, su esposa e hijos, parientes, paniaguados
(“recogidos” o simplemente protegidos), esclavos indígenas, naborías
(sirvientes domésticos) y esclavos africanos. El mayor número de hombres redundaba
en entrecruzamientos sexuales, forzados o voluntarios. En las categorías
inferiores había más mujeres, generalmente indígenas, y de éstas nacieron
muchas de las personas de origen mixto.
En 1550, cuando se ordenó la
libertad de los esclavos indígenas, éstos ocuparon pueblos y barrios
específicos en los alrededores de la capital, en los cuales, a instancias de
las Órdenes religiosas, se pretendía protegerlos de todo tipo de abusos, pero
este último propósito no se pudo conseguir en los poblados del interior del
país.
Durante los siglos XVI y XVII, las
castas crecieron de modo constante y relativamente acelerado; mientras que en
la primera de dichas centurias la población indígena disminuyó, acosada por las
enfermedades y otros factores ya mencionados. La situación de las castas fue
muy ambigua siempre; al mismo tiempo que, inicialmente, los españoles
consideraron a sus integrantes como una fuerza alternativa de trabajo, y a
pesar de que , en cierta medida les eran útiles en verdad, los menospreciaban,
aunque también contribuían a su reproducción biológica; más aún, en muchos
casos los absorbían en su propio segmento social.
En 1540, el Obispo Marroquín sugirió
oficialmente que se atendiera la educación de las Doncellas y el entrenamiento
artesanal de los jóvenes mestizos, para evitar en estos últimos “su muy grande
corrupción”. En 1550, la Corona propuso que algunos mestizos huérfanos
(varones) de Santiago fueran enviados a España, donde podrían trabajar en
diversos oficios, más la iniciativa no prosperó. Los descendientes de uniones
afro españolas o afro indígenas no fueron objeto de parecidas preocupaciones,
lo que denotaba ya una clara diferenciación entre los distintos segmentos de
las propias castas.
El sector céntrico de Santiago era
demasiado caro para albergar al creciente número de castas (el término se
aplicaba también a los individuos), y entonces muchas personas de este sector
social se instalaron en los barrios de indios o en las zonas bajas y cálidas
del interior del país, en especial las que se dedicaban a la agricultura de
exportación, en las cuales podían encontrar trabajo, refugio y más libertad.
Las comunidades indígenas se esforzaron por mantener su integridad frente a los
intrusos, pero la necesidad económica y, en general, sus condiciones de vida,
les obligaban a vender o arrendar sus propiedades a los foráneos.
En Santiago, las castas se hicieron
notar, tanto por su número como por el papel que jugaban en las relaciones
sociales y económicas. A mediados del siglo XVI ya eran importantes, pero más
allá de la mitad de la siguiente centuria constituían una mayoría que, sin
embargo, no predominó en otros aspectos que no fueran el demográfico. Las
siguientes estadísticas, relacionadas con el período 1590-1599, indican que en
la ciudad existían 13,000 “gentes
ordinarias” (mestizos, negros, mulatos, naborías e
indígenas) y unos 3,700 españoles y criollos. Respecto de 1650, se calcula que
unas 21,700 personas eran castas, en tanto que los “blancos” sumaban unos
5,600. De 1690 a 1699, esta última proporción casi no había variado. Entre 1630
y 1699, significativamente, los registros de la parroquia de El Sagrario
consignaban que el 72% de los hijos era de ilegítimos, pero, poco tiempo
después, el número de legítimos registrados era ya de un 51%.
En cuanto a los esclavos negros, se
calcula que alcanzaron su mayor número, en Santiago por lo menos, entre finales
del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a disminuir, pero
se compensaron con esclavos mulatos; ello se explica porque, durante la
centuria citada, se redujo la importación de negros, se calcula que alcanzaron
su mayo número, en Santiago por lo
menos, entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690
comenzaron a disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos; ello se
explica porque, durante la centuria citada, se redujo la importación de negros
a la América Central y, además, porque los españoles concentraban a los mulatos
en sus residencias citadinas mientras que enviaban a los esclavos negros a
trabajar en las empresas agrícolas rurales. Es importante hacer notar que, en
el cuadro demográfico general de Santiago y de otras regiones del país, se
producían uniones de distinto tipo, formales o informales, estables o casuales,
sinceras o violentas, en las cuales participaban todos los segmentos socios
raciales. De este modo, el fondo genético de la sociedad guatemalteca, en su
conjunto, se abigarró, hasta el punto de que, como ocurre en el mundo entero,
el concepto de “raza pura” perdió todo sentido y, por ello, pareciera más
propio hablar de poblaciones reproductoras (es decir, con más posibilidades de
reproducirse fácilmente), en las cuales las reglas de la endogamia jugaron un
papel no desestimable.
Se puede afirmar, en consecuencia,
que el punto de origen de la población no indígena fue la ciudad de Santiago y,
más específicamente, las casas de españoles (aunque este último término también
implicaba divisiones internas, determinadas por la riqueza y el prestigio
social); allí, o en los alrededores, permanecieron importantes concentraciones
de dicho segmento poblacional. Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII, ya
había focos de población ladina a lo largo de la Costa Sur, el Oriente de la
provincia, así como en Honduras y El Salvador
En resumen, y a reserva de nuevas
investigaciones, se puede asumir que la población ladina apareció primero en el
medio urbano, ya que sus desplazamientos y radicación en otras zonas estuvieron
condicionados por la expansión agrícola, por la disminución demográfica de los
indígenas y por el acceso a la tierra en dichas zonas que, por lo general, eran
las más bajas y cálidas.
Crecimiento de la población ladina
El
crecimiento de la población no indígena continuó y se intensificó de 1700 a
1821, al punto de que, ya en el siglo XVIII, ciertas zonas de las tierras bajas
eran más ladinas que indígenas. Lo mismo ocurrió en la capital, pero no así en
el Altiplano Occidental y en las Verapaces.
A principios del siglo XVIII, años
después de los terremotos de Santa Marta (1773), que produjeron un importante
despoblamiento de la capital, ésta había acentuado su carácter multirracial, en
cuya cúspide figuraban los españoles, aunque la mayoría fuera “mezclada”.
La
diferenciación de los habitantes según su apariencia física ya no era tan evidente
como lo había sido. Antes bien, la población citadina aparecía relativamente
homogénea, inclusive desde el punto de vista de la cultura o modo de vida.
En tano el número de negros y
mulatos se redujo, y los anteriores patrones exogámicos se abrieron, incluyendo
aun a “españoles nuevos” de baja posición social, la población se “blanqueó”
gradualmente; y se definió y amplió, todavía más, la categoría específica del
ladino. La “latinización”, por consiguiente, implica, en cierto sentido, un
ascenso social de las castas libres. Tal proceso fue gradual, y no ocurrió
aisladamente o en un vacío económico, y tampoco como expresión de un solo tipo
de uniones cruzadas (españoles e indígenas, por ejemplo); de ahí que, en
Guatemala, precisamente el término ladino no sea sinónimo estricto de mestizo.
La
expansión del sector no indígena fuera de la capital se produjo , como ya se
indico hacia las zonas de mayor producción agrícola , mas no hacia el Altiplano
Centro occidental, con excepción de la ciudad de Quetzaltenango , donde había
un extendido grupo de españoles y de castas .
El
crecimiento de la población no indígena comienza, por lo tanto, en las dos
últimas décadas del siglo XVI, pero en la segunda mitad de la siguiente
centuria ya era notorio. En 1683 en la cabecera del partido de Huehuetenango
Vivian siete españoles; pero en 1740 las
cifras conocidas indican 20 españoles, 25 mestizos, 5 mulatos libres y 200
indígenas. Proporciones similares se registran en muchos otros pueblos del
occidente y centro del país y la situación del mestizaje en Quetzaltenango, En
1740 señalaba una apreciable cantidad de matrimonios mixtos, entre indígenas
mestizos mulatos e incluso españoles. En todo caso, la población ladina creció
mucho más en el oriente y sur del país aunque en el occidente existieron
típicos enclaves de ese segmento, como San Carlos Sija y Zaragoza
(Quetzaltenango y Chimaltenango, (respectivamente), en los cuales se han
mantenido rígidas reglas de endogamia, a pesar de que dichos núcleos ladinos
están rodeados de pueblos indígenas.
LOS CRIOLLOS Y EL CRIOLLISMO
Generalmente
se define a los criollos como los hijos de españoles nacidos en América. De
modo más escrito, el termino se aplico a los descendientes de los españoles y
de otros criollos. Sin embargo, más que el vínculo familiar o el lugar de nacimiento o residencia,
la importancia de los criollos estriba en el espacio social que ocuparon, así
como en el papel que jugaron en el proceso evolutivo de la sociedad colonial.
Lo anterior quiere decir que, antes que un segmento exclusivamente radical o
biológico; o bien uno definido en términos geográficos, los criollos
construyeron un sector estructural de gran participación en la dinámica del
régimen colonial. De esta manera, los criollos individualmente o como grupo,
conformaron el fenómeno social denominado criollismo. En el reino de Guatemala,
igual que en el resto de Hispanoamérica, el criollismo se origino en los
propios años que siguieron a la conquista en el siglo XVI. Más como una
concepción de la vida y la sociedad, como mentalidad y actitudes definidas, como
un grupo social delimitado, alcanzo una particular importancia entre el siglo
XVII y la emancipación.
El
criollismo, según lo pinta y lo representa personalmente el cronista Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra la Recordación Florida, se caracteriza
por una actitud de justificación y exaltación de la empresa conquistadora y de
la condición colonial; por la defensa especifica del mismo sector de los mismos criollos, en especial frente a
los peninsulares; y también por la sublimación del mundo guatemalteco.
Entre
las principales reivindicaciones iníciales de
los criollos (siglo XVI) figuraba la administración directa del
corregimiento del Valle, cercano a la capital y de gran población indígena,
cuya jurisdicción les disputa los primero gobernadores, control del
ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores, como el
derecho de los capitulares del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras
preeminencias menores, como el derecho de los capitulares del ayuntamiento a
usar cojines y a besar la paz en los oficios religiosos (reconocido solo a los
magistrados de la audiencia ), y otras distinciones semejantes, entonces muy
apreciadas. Los criollos se quejaban, igualmente de la indefensión del
país frente a los piratas y corsarios. En el orden religioso a los piratas y
corsarios. En el orden religioso pedían la categoría metropolitana para el
arzobispo de Guatemala. En el orden fiscal, sus exigencias se enderezaban a la
exoneración de impuestos, así como a la impugnación de los estancos aprobados
por la Corona. En el fondo, y en rigor histórico, los intereses estructurales
del criollismo se reducían, esencialmente, a una mayor libertad para explotar
los recursos del país, en especial, el trabajo de los indios, el comercio la
encomienda y otros muchos privilegios coloniales. El ayuntamiento, en un
momento convertido en bastión y fortaleza de los criollos defendió los
intereses de estos ante la corona los peninsulares, los indios, o contra quien
se inter pusiera en el camino de la empresa colonial. En estos afanes, los
criollos crearon conflictos y libraron batallas ideológicas políticas
económicas, y otras de diverso género.
En el campo intelectual por ejemplo, sus contribuciones fueron extraordinarias,
aunque sus objetivos no siempre quedaron explícitos. Además de La Recordación
Florida de Fuentes y Guzmán, debe abonárseles la Crónica de la Provincia del
Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala, de Francisco Vázquez, la
valiosísima y extensa obra
historiográfica y lingüística de Francisco Ximenez, aun cuando este era
español; la creación literaria de Rafael Landivar; la apertura intelectual ante
los aires renovados de la Ilustración ; la fundación de la sociedad Económica
de Amigos del País que también tenían elementos españoles; la fundación de la
Universidad de San Carlos , en 1861; el impulso al periodismo anterior a la Independencia , etcétera . La
culminación del papel de los criollos, como grupo social fue la Independencia
del Reino de Guatemala, proclamada el 15 de septiembre de 1821.
ESTRATIFICACION SOCIAL
Durante
la colonia de, los grupos y las personas ocupaban determinadas posiciones
jerárquicas que, en general, se determinaban por razones políticas económicas
raciales y de prestigio social. Para
designar a esos distintos niveles se han
usado términos como los de capas, estamento, estratos, clases, etcétera. Entre
los especialista existe todavía mucha discusión sobre cual pudiera ser el
termino mas propio para llamar a los distintos segmentos de la sociedad colonial.
Sin embargo, el caso es que tales divisiones existían de hecho y que, en
general, así como producían relaciones de cooperación entre los grupos y
personas que jerárquicamente ubicados, integraban la sociedad colonial, se
manifestaban situaciones de oposición, de pugna y aun de conflicto permanente.
Las fuerzas centrifugas prevalecía, a veces, sobre las que unían a los
distintos sectores (fuerzas centrípetas), a si se explica el estallido de
motines rebeliones allanamiento, e incluso movimientos como la propia
Independencia.
La
sociedad colonia, sin embargo, permaneció como una unidad política a lo largo
de tres siglos, aun cuando aquellos divisionismos reflejaban problemas
objetivos, como el poder político local o regional, la discriminación
sociocultural, la explotación económica la represión abierta o embozada, y
también, por otro lado, la resistencia pacífica, violenta y disimulada, de los
indios.
En
los estudios de las estratificaciones en Hispanoamérica se han utilizado de modo común, tres
categorías no necesariamente incluyentes, a saber: estamentos, una categoría,
de origen medieval que funcionaba en España.
Los tres estamentos que se reconocían en Europa eran la nobleza el clero
y el estado llano a cada uno de los cuales se asignaban fueros (leyes),
privilegios y obligaciones diferentes.
El
sistema estamental no funciono del todo en América, por varias razones; por
ejemplo la Corona trató que en los
territorios colonizados no se
desarrollara no aceptaron a ser ubicados en el estado llano, y, finalmente, en
el sector colonizado, es decir, entre los propios indígenas, habían también
peculiares categorías como los de caciques o Señores maceguales o gente común,
esclavos y siervos. Por otra parte, en determinados contextos como en los
libros parroquiales de las ciudades ( un ejemplo fue Santiago de Guatemala
) se clasificaban a los pobladores así:
españoles (blancos , de origen europeo ,
que incluían a los criollos ); gente ordinaria(
mestizos mezclados con negros, , gente no europea y no indígena); y los
indios. Se usaban otros términos que, igualmente, reflejaban criterios
peyorativos o francamente discriminatorios, como los de gente decente y plebe,
es decir personas respetables y conocidas (españoles e individuos pobres o
populacho. Se hablaban también, de gente de razón, esto es de cultura
occidental prehispánica. Desde el punto de vista fiscal, los hombres estaban
separados en tributos y no tributarios. Finalmente, las personas se dividían en
términos de raza y de casta.
El
término mestizo se utilizo para
referirse a los descendientes de indios y españoles, así como el de casta para
aludir a quienes tenían mezcla de negro aunque posteriormente se amplió el
significado de la segunda palabra indicada. En los primeros años de la colonia
, como en toda Hispanoamérica , existió una especie de : pigmentocracia , es
decir un sistema de estratificación basado en color de la piel, y en el que los blancos ocupaban el nivel
superior y los negros e indios , las posiciones inferiores ; sin embargo en el
siglo XVII , cuando los españoles se habían mezclado con los otros grupos , se
desarrollaron las clases sociales económicas sin perder su trasfondo
pigmentocratico . Durante el siglo XVI los españoles ocupan la cúspide de la
pirámide estratigráfica, la inmensa mayoría india se situaba en un lugar
intermedio y los esclavos africanos se ubicaban en la base. En los primeros
años, los españoles se distinguían por el hecho de haber nacido en España o en
las Indias (criollos) así como por haber o no recibido las rentas diversas,
tales como esclavos, encomiendas, ayudas de costas, cargos en el ayuntamiento,
etcétera. Los
indígenas tenían sus propias diferencias de posición a las que ya se aludió
antes, y los africanos se diferenciaban por su calidad de esclavos o
manumitidos. Este cargo sin embargo, como ya se indico oportunamente, se
complico con el surgimiento de las mezclas. Al principio los españoles trataron
de vivir sus rentas coloniales, (encomiendas, ayudas de costa), ya que
asignaban un carácter servil al trabajo directo. Se consideraban Señores al
servicio del Rey, pese a los orígenes realmente humildes de muchos de
ellos, los pocos que se dedicaron a los
oficios artesanales fueron relegados a una oposición inferior, aunque,
rápidamente ellos no solo sacaron provecho de la urgente demanda de sus
servicios, sino que también pretendieron que se les reconociera también
posiciones privilegiadas. Estas pretensiones empero, se redujeron cuando los
oficios artesanales comenzaron a practicarse, así mismo, por mestizos y
mulatos. A fines del siglo XVI surgió un grupo importante grupo de prósperos
comerciantes, cuyos miembros ocuparon cargos importantes y acumularon
apreciables fortunas. Estos y, en general quienes constituían la elite, tanto
en Santiago como en otras ciudades principales del Reino, sintieron amenazada
su posición social con la llegada , desde España de los altos funcionarios
designados por la Corona y otros peninsulares que prosperaban. Los integrantes
de esta nueva ola migratoria en unos casos asumieron los espacios altos
determinados por la riqueza y, en otros se casaron con hijas de las antiguas
familias radicadas en los centros urbanos. Todos estos nuevos ricos afirmaron
su poder con los cargos que se le
atribuyeron a su poder en el cabildo, y construyeron un grupo abierto, del que
participaban peninsulares (españoles nacidos en España) y criollos. De esta
manera ocasionalmente los peninsulares dominaron el ayuntamiento en tanto que
los criollos viejos perdían riqueza y también poder político.
En
el siglo XVIII se distinguían tres grupos en el sector de la elite: los
criollos o antiguamente beneméritos, los criollos en transición y los recién
llegados de Europa. Los primeros eran descendientes de los antiguos
conquistadores y colonizadores, los segundos provenían de criollos viejos; y
los últimos eran adultos nacidos en España u otro país del exterior y de
reciente ingreso a Guatemala. Estos últimos dominaron el comercio y el
ayuntamiento de Santiago, durante toda aquella centuria. Ocurría con ellos, sin
embargo, que pronto se “criollizaban“, ya que respondían, casi de inmediato, de
intereses y criterios de tipo local, que a los de España o a los de aquellos
lugares de donde procedían. No todos los españoles por lo tanto conformaban la
elite, los había también pobres o intermedios, más bien proclives al descenso
social, aunque ellos también se empeñaban en mantener la tez blanca y atender
cualquier posibilidad de una movilidad ascendente.
ESTRATIFICACION
EN EL SIGLO XVIII
El
ordenamiento jerárquico de la sociedad no presentaba ya el carácter trirracial
o multirracial que lo distinguió en la época que siguió a la Conquista. El
mestizaje efectivamente, había debilitado a la diferenciación basada en los
fenotipos. El poder seguía en las manos
de los europeos en tanto que la gran mayoría indígena mantenía un carácter
marginal. No obstante en los centros urbanos, en las haciendas en las zonas
productivas en fin, se incrementaba el grupo poblacional, mezclado, en el cual
inclusive los criollos se aparecían cada vez más a esa creciente masa
intermedia, mientras tendía a ser absorbido del grupo de origen africano.
Es
importante acotar que el sector de los peninsulares de reciente ingreso, unido
a los criollos ricos, no solo incremento sus convenientes alianzas locales , si
no que juntos, tomaron las características de un grupo oligárquico , que
alcanzo las principales posiciones de poder:
del gobierno municipal , central, cargos administrativos regionales,
cargos en el Real Consulado de Comercio , la Universidad, la Iglesia (cabildo
eclesiástico clero regular y secular , conventos de monjas etcétera ) , el
propio ejercito . La clase alta capitalina renovada constantemente casi
mediados del siglo XVII y con un poder cada vez mas consolidado , incluía a las
familias nuevas y tradicionales más importantes a las que en otros sectores
sociales principalmente entre los de poder intermedio , se les comenzó a llamar
con el solo nombre distintivo de las “familias” allí figuraban apellidos de
“altos vuelos” o de un estirpe no siempre tan “rancia” como se pretendía :
Álvarez de las Asturias Arrivillaga, Batres( o González Batres ), Nájera
Gálvez, Montufar, Oyarzabal Rubio, etcétera . Otras de las familias que llegaron
después siglo XVIII, pero que integraron también aquel famoso grupo Aycinena,
Barrundía, Barrutia, Beltranena, Juarros, Larrave , Lara, Marticolena, Micheo,
Palomo, Pavon , Peynado, Piñol Rodriguez , Romá, Urruela, Irrisari, Landivar,
Larrazabal. Casi todas por varias generaciones, se mantuvieron vinculadas al
comercio de importación, y exportación a la gran actividad agropecuaria, al
poder en una palabra. El terreno de 1773 y el traslado de la
capital al Valle de la Ermita, afectaron drásticamente la posición privilegiada
de aquellos núcleos familiares, hasta el punto en que se resistían a abandonar
a Santiago no tanto por razones sentimentales u otras, cuantos por motivos
económicos. La instalación de la nueva capital del Reino permitió la emergencia
de una nueva elite, en lo que figuraban algunos de la anterior, pero a los que
se incorporaron otros más. Varios autores como Severo Martínez Peláez por
ejemplo, explicaron el cuadro de la estratificación social de la Colonia,
basados en el criterio materialista de las clases sociales, las cuales se
definen en función de la propiedad de los medios de producción, lo que origina
la explotación de una clase por otra así como la prolongada lucha entre ellas.
Según este esquema teórico, los españoles y criollos conformaron una clase
social explotada. Aparte de este se conocen otros modelos analíticos, en los
que se otorga más fuerza explicativa a otros factores diferentes, como el
origen étnico, el lugar de residencia, la educación, que, solos o en forma complementaria,
contribuyeron a delimitar y a definir los grupos jerárquicos que integraban la
sociedad colonial.
LAS
CLASES Y LA INDEPENDENCIA
Tal
como se indica en el capitulo , sobre la independencia , es indudable que la
división que mostraba la sociedad colonial, aun a principios del siglo XIX ,
que era igual casi a la descrita en las líneas anteriores, incidió de manera
decisiva en el proceso emancipador que prácticamente , culmino el 15 de
septiembre de 1821.
La
clase alta, subdividida en sus propios segmentos actuó, respecto a la
independencia, según su posición estructural y sus particulares intereses. El
estrato alto parecido, que, sus propias características, se había formado
también las provincias (El Salvador, Nicaragua, Honduras y, asimismo, en Costa
Rica), aspiraba a emanciparse no solo de España, sino, además de la tiranía de
la ciudad de Guatemala. Un sector medio integrado por profesionales,
intelectuales, algunos literatos, personas de media fortuna, al que
eventualmente apoyaron varios individuos
de segunda clase, o pardos, (ladinos de ascendencia negra), artesanos
agricultores y tratantes, artistas y varios religiosos, simpatizaban asimismo,
con el movimiento independista, aunque
desde perspectivas y con objetivos no del todo homogéneos. En cuanto a
participación de los indios en el proceso de la Independencia, o bien, en
cuanto a la concepción que de esta tenia dicho sector, existen interpretaciones
diversas. En unas se niegan aquella participación y en otras se convalida con
argumentos particulares; del mismo modo, se señala una supuesta concepción de
la Independencia, por los indígenas, en un contexto relativo, como igualmente
se le niega por completo.
La cultura y sus instituciones
La cultura es un concepto antropológico
que ha sido descrito como un todo complejo que comprende importantes
manifestaciones de la calidad humana, tales como la religión, el derecho, la
educación (formal e informal), el lenguaje, la mitología, las costumbres e
ideas, todas las artes, y otros muchos hábitos que el hombre adquiere como
miembro de una sociedad.
En una corriente más
moderna de la Antropología, la ciencia que fundamentalmente se refiere al
hombre, se define a la cultura como el conjunto de los grandes sistemas de
símbolos y sus consiguientes significados, en función de los cuales se orientan
todas las relaciones entre los hombres, las que se refieren a la comunicación
directa, como las que conciernen al poder, a la producción, a la explicación de
fenómenos conocidos y desconocidos, a la conducta, a las manifestaciones
creativas o espirituales, y a otras igualmente fundamentales. En este sentido,
todas las sociedades, de todas las épocas, tienen su propia cultura, la cual
varía, de manera permanente, a lo largo del tiempo y de acuerdo con la manera
en la que se combinan los distintos factores que intervienen en los procesos
evolutivos del hombre; por ejemplo, el ambiente natural, la economía, la
organización social, la ideología, el mismo hombre como entidad biológica, la
tecnología, y otros.
A sabiendas de que la cultura es un
campo vasto y complejo, y que estas características
las adquiere de la propia naturaleza del hombre, en el presente capítulo, y en
relación con la sociedad guatemalteca de la Colonia, sólo se abordarán algunos
fenómenos socioculturales específicos, tales como la religión, la educación,
el lenguaje y las principales manifestaciones del arte colonial.
La Religión y la
Iglesia Católica
Por razones a las que ya se ha aludido
oportunamente, la evangelización constituyó una columna central en la
gran empresa de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo y, por ende, de
lo que fue el Reino de Guatemala Constituyó, por lo tanto, un elemento que
condicionó los procesos históricos de la época.
Uno de los objetivos esenciales del Estado
español en su relación con el Nuevo Mundo
fue el de reemplazar, por el catolicismo, todas las manifestaciones religiosas
prehispánicas, las que frieron consideradas, de modo consistente, como
gentiles, herejes, paganas, y aun diabólicas o satánicas.
La sustitución
de los esquemas religiosos implicó, necesariamente, no sólo la imposición de
nuevas creencias, valores e ideas, sino, además, la de nuevas formas de
conducta y actitudes diferentes frente a los otros hombres, en casi todos los
órdenes de la vida. Esta enorme tarea se encomendó, como no podía ser de otra
manera en la época, a la Iglesia Católica. Esta se convirtió, por lo tanto, en
lo que alguna literatura especializada llama un "fenómeno social
total", es decir, una expresión de la naturaleza humana en todos sus
ámbitos interrelacionados: sociales, propiamente dichos; culturales,
económicos, políticos, educativos, artísticos, etcétera.
Por ejemplo, por medio de las Bulas Inter-caeteras,
el Papa español Alejandro VI, declaró
a los Reyes Católicos "señores de estos territorios, con plena, libre y
omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción" para cristianizar a los
indios.
Las concesiones enumeradas tenían,
sin duda alguna, connotaciones políticas, ideológicas, económicas, sociales
estrictamente, y de otros muchos órdenes; como, en efecto, lo demostraron los
hechos asociados al proceso general de la conquista y de la colonización.
La Evangelización
El fenómeno
específico de la evangelización observó etapas bien definidas. Primero, una
desorganización inicial, que se prolongó hasta 1519; después, el período de las
grandes misiones que se extendió de 1519 a 1560, en el cual se consolidaron las
estructuras eclesiásticas y fue más intensa la conversión de los indios; y,
finalmente, la etapa de la "criollización" de la Iglesia, comprendida
de 1620 a 1700, y en la que se debilitó la tarea evangelizado.
El esquema anterior, que se refiere a
toda Hispanoamérica, se aplica de modo riguroso al
Reino de Guatemala, quizás con la única salvedad de que los mencionados límites
cronológicos no resultan del todo homogéneos para todas las provincias de lo
que actualmente es la América Central. Por otra parte, el mencionado esquema se
afirmó durante todo el siglo XVIJ, hasta cuando se produjo la irrupción de los
criollos en las jerarquías
eclesiales, y el posterior decaimiento del trabajo misionero.
Los grandes evangelizadores
La extraordinaria tarea que representó
la evangelización en América fue confiada, por los Reyes Católicos, a
religiosos de origen español; en especial, a las Órdenes de los franciscanos,
dominicos y, en menor medida, a las de los mercedarios y agustinos, así como,
más tardíamente, al clero secular. Los jesuitas se incorporaron a dicho trabajo
en 1560, pero, salvo en los que hoy es Paraguay, no se dedicaron a la verdadera
labor misionera.
Todos los gastos de las expediciones
religiosas eran sufragados por la Corona, lo cual implicaba considerables sumas
de dinero, puesto que, sólo durante los siglos XVI y
XVII, llegaron
a las Indias no menos de 9,232 misioneros, más otros sacerdotes que tenían tal
calidad evangelizadora. Los primeros que arribaron a América Central, en número
aproximado de 625, lo hicieron en 39 expediciones efectuadas en el siglo XVI. Durante
la siguiente centuria, los misioneros residentes en el Reino de Guatemala se
aproximaban al millar, ya algunos ordenados localmente.
El personal dedicado a las misiones se
distribuyó de la siguiente manera: los
franciscanos, quienes constituían una mayoría, cubrían parte de los actuales
territorios de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica; los
dominicos se asentaron en Chiapas, Soconusco, el valle de Santiago de
Guatemala, Verapaz, Sacatepéquez, Chimaltenango, Sololá, Quetzaltenango,
Suchitepéquez y Escuintla, así como en El Salvador; los mercedarios se
radicaron en Huehuetenango, San Marcos, San Juan Ostuncalco, y parte de
Honduras y Nicaragua. El clero secular atendió el sector oriental, Sonsonate y
San Salvador, aunque en estos dos últimos lugares había también dominicos y
franciscanos. A propósito, el clero secular era criticado no sólo por
ineficiente, sino porque se interesaba más en sus negocios personales y granjerías que en
el cuidado de los indios.
Métodos evangelizadores
Los misioneros trataron de separar sus
acciones de las que eran propias de los conquistadores, pero, en general, la
conversión de los indios se hacía en el marco de
un declarado dominio político y de la explotación económica de estos últimos.
Entre los procedimientos más
comunes utilizados en las tareas de la evangelización sobresalían las llamadas
normas pragmáticas, o de conducta manifiesta; la elaboración de catecismos y
aun de tratados sobre la cultura de los indígenas; las obras y ejemplos
recomendables, el amor, la proscripción de los abusos contra los nativos,
etcétera. Sin embargo, la aplicación de estos métodos, en gran medida, quedó en
el plano idealista o de la mera teoría.
La cultura indígena
estaba impregnada de una gran religiosidad y, por ello, los misioneros
utilizaron un sistema de "tabla rasa", el cual consistía en tratar de
extirpar de raíz las creencias, concepciones diversas, prácticas y costumbres
contrarias al cristianismo. A ello es necesario agregar que la labor inicial de
evangelización, asignada específicamente a los encomenderos, no sólo resultó
relativamente ineficaz, sino aun contraproducente, por el temor o el odio que
casi todos ellos inspiraban a los nativos. El argumento contra la idolatría,
por otra parte, en muchas ocasiones sólo servía como pretexto para cometer o
apañar injusticias.
La tarea de estudiar la cultura indígena,
asimismo, implicaba insalvables problemas de interpretación o de traducción. Es
un hecho anecdótico, pero históricamente cierto, por ejemplo, la agria disputa
que, entre dominicos y franciscanos, suscitó la publicación de la obra Doctrina
Cristiana en Lengua, Guatemalteca (Kakchiquel) escrita en el segundo cuarto
del siglo XVI, pero que se usaba todavía, con
propósitos de evangelización, en 1700. En relación con dicha obra, los
franciscanos exigían que se usara la palabra Dios obligadamente, puesto que se
carecía de equivalentes semánticos aceptables en aquélla y en las otras lenguas
indígenas. Los dominicos, en cambio, abogaban porque se utilizara el término
nativo Cavobil, cuyo significado era parecido al del vocablo de los
cristianos. La controversia se resolvió, en 1551, en favor de los franciscanos.
Otros procedimientos utilizados en la
conversión de los indios fueron las misas oficiadas
especialmente para niños y cofrades, las oraciones, los cánticos, la
memorización del catecismo, las fiestas, novenas, procesiones, etcétera, para
todo lo cual se disponía de los fiscales indígenas, que eran una especie de
asistentes de los clérigos.
En el siglo XVI se
escribieron importantes obras sobre las creencias y costumbres de los indígenas,
cuya cultura era preciso conocer, con el ánimo de refutarla y,
consecuentemente, el de eliminarla. En tal contexto, la Corona pidió informes
sobre "las cosas de los indios" y, como resultado, aparecieron
tratados como el titulado Theología Indorum, de Fray Domingo de Vico
(escrito en Kakchiquel), así como la
Apologética
Historia, de Fray
Bartolomé de Las Casas.
No obstante la empeñosa
y sistemática labor de evangelización, durante los siglos XVI y
XVII se
produjeron muestras diversas de resistencia entre los indígenas, y rebrotes de
su religión tradicional. Entre otras reacciones provocadas por tales actitudes
de los naturales, además de algunos procedimientos típicamente represivos, en
1643, por ejemplo, en Panajachel se emitió un edicto, por el cual se ordenaba
la castellanización de los apellidos indígenas, por la supuesta relación que
tales apelativos tenían con prácticas idolátricas. En 1667 y 1668, asimismo, se
prohibieron las imágenes que se presentaban acompañadas de animales u otras
figuras; por ejemplo, San Jerónimo, San Miguel y San Juan Bautista.
Trato a los indígenas
En muchos casos se comprobó
que los curas doctrineros trataban de manera abusiva, e inclusive cruel, a los
indígenas. Por lo tanto, se prohibió que se aplicara a éstos todo tipo de
castigos, en especial el que consistía en azotarlos. Se ordenó, asimismo, que
los doctrineros se conformaran con el cobro del "sínodo real", esto
es, el salario que les estaba asignado, y que no exigieran otras ayudas o
donaciones. En la práctica, sin embargo, los curas se mantuvieron aferrados a
la práctica de pedir "raciones a los indios, además de servicios
personales u otras contribuciones materiales. A tal punto persistían dichas
exacciones que, por fin, fueron objeto de una especial tasación por las
autoridades reales. Algunos de los
párrocos, de manera desmedida, solían
cometer otras acciones ilegítimas e indecorosas, como las de vender mercaderías
a los indígenas, a precios elevados; obligarlos a cuidar ganado o a prestar
otros servicios sin remuneración alguna. Estos abusos, más frecuentemente
cometidos por los seculares que por los religiosos (miembros de las Órdenes
establecidas), fueron condenados inclusive por el propio Obispo Francisco
Marroquín. Por supuesto, no faltaba quien negara la verdad de las respectivas
acusaciones, como lo hizo, en 1687, el Obispo de entonces, Fray Andrés de las
Navas y Quevedo:
"... y aunque juzguen otra cósalos
apasionados, lo que yo sé es que todos los curas de este obispado les son a los
indios como padre y madre, y que si riñen con ellos es sólo porque faltan a la
Doctrina, Misa y Confesión, y de las raciones que reciben dan de comer a los
pobres y ancianos, y tienen a su costo boticas para proveerles de
medicinas"".
Los atropellos y vejaciones, de los
cuales se conocen suficientes constancias documentales, se cometieron por los
españoles de todas las clases y posiciones,
inclusive por autoridades civiles y miembros del clero, pero sería injusto
dejar de reconocer que, en la medida y forma que fueren, la Iglesia también fue
un contrapeso respecto de las acciones ilícitas de muchos españoles.
Organización de la
Iglesia
Además
de sus niveles estrictamente simbólicos, relacionados con el cúmulo de sus
mitos, creencias, normas, imágenes, expresiones artísticas, formas de conducta,
etcétera, la Iglesia Católica tenia, bien definido, su propio esquema de
organización. En la cúspide de su estructura jerárquica estaba, por supuesto,
el Sumo Pontífice y después, por lo menos en relación con el
proceso
evangelizador en América, figuraban los obispos, directores
responsables de todas las diócesis que se formaron, sobre todo, en el siglo XVI.
Precisamente, la organización
de dichas diócesis, que no eran sino los ámbito» territoriales en los que
funcionaban varias parroquias; y, además, el nombramiento de los obispos
encargados de ellas, constituyeron las primeras preocupaciones de las
autoridades superiores de la Iglesia. En ello, sin embargo, tuvo una directa
participación la Corona española, en virtud del Patronato Real. En el
procedimiento de designación de los obispos, el Consejo de Indias constituía
una primera instancia en el reconocimiento de los candidatos, los que el Rey
proponía después al Papa, para la convalidación del nombramiento oficial.
Mediante el envío anticipado de los obispos a las que serían sus sedes en
América, y merced a otros procedimientos semejantes, la Corona obtenía del
Papado, los nombramientos deseados.
El siglo XVI fue
la época en la que se crearon más obispados
en América, y éstos, en su mayoría, estaban bajo el control de las Órdenes
religiosas, aunque ya en el siglo XVII la mitad de los obispos pertenecía al
clero secular.
En el tercer decenio del siglo XVI se
crearon diócesis en Comayagua (Honduras),
Guatemala, Ciudad Real (Chiapas) y, pocos años después (1559), en la Verapaz.
Cada una de ellas tuvo, con algunos cambios, sus propios límites geográficos.
El obispado de Guatemala comprendía todas las parroquias del actual territorio
de este país (excepto las de Peten, que dependían de la diócesis de Mérida) y
de El Salvador.
Cabildos eclesiásticos
Estos constituían
un cuerpo de asesoría en el gobierno de la diócesis y actuaban en la Catedral.
Sus funciones principales consistían en atender el culto en dicho templo,
aconsejar al obispo, nombrar al "vicario capitular", es decir, la
persona que ocupaba el cargo que, por cualquier razón, dejara vacante un obispo. El Cabildo
Catedralicio, como también se llamaba, tenía, en el caso de Guatemala, cinco
cargos a los que se denominaba "dignidades" (deán, arcediano,
chantre, maestrescuela y tesorero); además, 10 canónigos, 10 capellanes, seis
acólitos, y otros puestos menores. Gozaba, por otra parte, de rentas precisas,
provenientes del diezmo, para promover el culto en la Catedral.
Algunos de los obispos más
famosos, de cuantos presidieron el Cabildo de Guatemala, fueron Francisco
Marroquín, quien ejerció un fecundo pontificado durante 29 años, hasta su
muerte, ocurrida el 1 de abril de 1563; Bernardino de Villalpando, un
controversial prelado que provocó conflictos y enfrentamientos entre el propio
personal eclesiástico; y Juan Ramírez, dominico, quien se distinguió por una
permanente lucha en favor de los indios.
Francisco Marroquín,
el más célebre de los tres obispos citados, ejerció la gobernación de Guatemala
antes del establecimiento de la Audiencia y de la promulgación de las Leyes
Nuevas. No obstante las difíciles circunstancias en las que le tocó actuar,
desarrolló una extraordinaria labor en distintos sentidos: se esforzó por traer
muchos religiosos y clérigos seculares, a quienes distribuyó por todo el
obispado; ordenó la vida eclesial, instaló el cabildo diocesano, promovió la
edificación del hospital de Santiago para los españoles residentes, fundó un
colegio para niñas huérfanas, estableció escuelas de primeras letras, legó una
suma importante de dinero y unas tierras de su propiedad para la organización
del Colegio de Santo Tomás, el cual estaba destinado a ser un centro de
estudios superiores; y pidió a la Corona la fundación de una universidad.
Además de todo ello, luchó por reformar al clero de manera positiva y por
incentivar la evangelización en todos sus aspectos. Estudió y aprendió varias
lenguas indígenas, e hizo publicar un catecismo en Kakchiquel. Apoyó, asimismo,
el trabajo de todos los religiosos y, en cuanto a la
Aplicación
de las Leyes Nuevas, las que tanto revuelo causaron en la sociedad colonial de
la época, adoptó una posición de cautela, ya que se inclinaba por la vigencia
escalonada de dicho cuerpo jurídico. Esta ultima actitud, criticada por unos y
elogiada por otros, era ciertamente diferente de la que, sobre el mismo
problema, mantenía el Presidente de la Audiencia, López de Cerrato, y también
la poderosa Orden de los dominicos.
Otro de los prelados que tuvo una
destacada actuación en Guatemala fue el agustino Fray Payo
de Rivera (1657-1668), quien se preocupó por la superación moral del clero;
fundó el hospital de San Pedro, destinado a los religiosos enfermos; se
constituyó en defensor de los indios; y, finalmente, como aporte de gran
relevancia, patrocinó la introducción de la imprenta en Guatemala, en 1660.
Doctrinas y parroquias
Otro elemento fundamental en la
organización de la Iglesia Católica fueron las
parroquias o curatos, equivalentes a demarcaciones territoriales en las cuales
se dividía una diócesis, y a cuyo cuidado se encontraba un sacerdote o cura
párroco. Las que funcionaban en los pueblos de indios se llamaban
"doctrinas", y a quien las administraba se conocía con el nombre de
cura doctrinero. A los sacerdotes que colaboraban, de manera provisional o permanente,
en algunas de dichas unidades, se les denominaba coadjutores.
En general, las parroquias de españoles
o de mestizos se adjudicaron al clero secular, en tanto que, en su mayoría, las
doctrinas, durante los siglos XVI y XVII, fueron
administradas por "religiosos", es decir, por miembros de cualquiera
de las Órdenes mendicantes establecidas en el territorio que comprendía el
Reino de Guatemala. Los últimos, precisamente, comenzaron a organizar las
reducciones, llamadas también "congregaciones", pueblos de indios o
“misiones” de las cuales, con el tiempo, fueron desplazados por lo0s miembros
del clero secular.
En 1555, las 95 parroquias que
integraban la diócesis tic Guatemala estaban
distribuidos de la siguiente manera: 47 correspondían a los dominicos; 37, a
los franciscanos; seis, a los mercedarios, y cinco eran administrados por
seculares. Durante la segunda mitad del siglo XVII se
podía observar que los religiosos predominaban en las parroquias de Occidente,
mientras que los seculares prevalecían en la parte oriental del país.
Los indígenas
feligreses mayores de edad y cabezas de familia de una parroquia o de una
doctrina, comúnmente, se identificaban por su calidad de tributarios, lo cual
conllevaba una relación de carácter social y económico, que implicaba al
personal eclesiástico. Las siguientes cifras, correspondientes a alrededor de
1575, por lo tanto, resultan bastante significativas: los dominicos tenían a su
cargo 13,364 tributarios; los franciscanos, 10,273; los mercedarios, 5,500; y
al clero secular correspondían 25,781 feligreses indígenas. Tales datos indican
el poder económico de los distintos sectores religiosos, y la correlación, en
esa época, de dichos grupos.
Órdenes religiosas
A estas categorías
estructurales de la Iglesia Católica se les define como agrupaciones de
cristianos, quienes han decidido dedicarse al estado religioso, los cuales
viven de manera comunitaria, casi siempre en conventos, bajo la autoridad de
sus superiores internos. Sus integrantes han profesado votos de castidad,
pobreza y obediencia, y se someten a reglas o constituciones, calcadas en el
pensamiento de una figura relevante que determinó la fundación y la
organización del grupo. Junto a las Órdenes masculinas
mendicantes, que combinaban la clausura con el apostolado fuera de los
conventos, existían las de estricta clausura, las cuales
estaban integradas exclusivamente por mujeres (concepcionistas, clarisas, capuchinas, jerónimas,
agustinas, dominicas y otras). En estas últimas ingresaban, en forma mayoritaria,
las hijas de familias españolas que no tenían la perspectiva de un matrimonio
digno de su clase, o bien, mujeres jóvenes interesadas en vivir un modelo de
perfección cristiana.
El ingreso en el convento de casi todas
las Órdenes de mujeres requería el pago de una dote, lo cual excluía
de tal opción a las indígenas o a las hijas de españoles pobres. No obstante, y
con el objeto de atenuar los criterios selectivos aludidos, también se
organizaron los llamados "beateríos", que eran congregaciones
ubicadas en diferentes
ciudades o villas de españoles
y, en casos excepcionales, integradas sólo por indígenas. Inicialmente, hubo
reticencias para admitir a los criollos, sobre todo en algunas de las
congregaciones mencionadas, por ejemplo, en la Compañía de Jesús, no así en las
Órdenes de los mercedarios y de los dominicos. Al cabo de pocos años, el
segmento social de los criollos aumentó de manera considerable, e inclusive
llegó a participar en la administración y control de las referidas entidades
eclesiásticas.
Los franciscanos. Los primeros de estos religiosos, en una
cantidad reducida, llegaron en 1540, pero la Orden se asentó
formalmente, en 1565, en la que denominaron Provincia del Santísimo Nombre de
Jesús de Guatemala. Fundaron conventos, además de en Santiago de Guatemala, en
San Salvador, Sonsonate, San Miguel, Chiapas, y posteriormente en Nicaragua,
Honduras y Costa Rica. En 1566, en su primer "capítulo provincial"
(una especie de reunión general de los miembros de la Orden) aprobaron normas
como las siguientes: exclusión de menores de 18 años; vida de pobreza en los
conventos e iglesias; vivir únicamente de limosnas; no pedir a los indígenas
más de lo indispensable para su subsistencia; caminar a pie y descalzos;
utilizar los mismos trastos y enseres que los indígenas; y otras disposiciones
parecidas.
En 1586, había
20 franciscanos en el convento de Santiago de Guatemala y, en 1600, en otros
tantos distribuidos en la diócesis del Reino, vivía un total de 80 religiosos.
En 1690, disponían de 33 conventos y más de 180 religiosos. Diez años más tarde
(1700), los frailes sumaban más de dos centenares, instalados en 35 conventos,
en los que había una clara predominancia de criollos. Su formación
eclesiástica, que incluía estudios superiores en Artes y Teología, la adquirían
en el Convento de San Francisco.
Dominicos. Esta Orden apenas tenía
unos 16 miembros en 1574. Pero experimentaron un crecimiento acelerado, hasta fundar
lo que denominaron la Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala. En la
segunda mitad del siglo XVI tenían
12 conventos, con 82 religiosos. El convento de Santo Domingo funcionaba como
la sede principal de dicha provincia, y allí se albergaba el correspondiente
noviciado y se desarrollaba el programa de estudios que requería la formación
de los miembros de dicho grupo monástico. En el convento mencionado de la
capital del Reino, vivían alrededor de 40 religiosos.
Los dominicos desempeñaron
un papel decisivo en muchos aspectos del desarrollo de la sociedad colonial. En
1550, por ejemplo, libraron acres enfrentamientos con los franciscanos, con
quienes se disputaban el reclutamiento de nuevos religiosos, pero, además, y
fundamentalmente, por hondas discrepancias en cuanto a los procedimientos que
utilizaban ambas Órdenes respecto del tratamiento que era aconsejable aplicar a
los indígenas. El Obispo Marroquín, precisamente por tales pugnas, amenazó con
expulsar a los miembros de las dos Órdenes y sustituirlos por clérigos
seculares.
En los primeros años
de su funcionamiento en el Reino, la Orden de los dominicos puso obstáculos
para los aspirantes criollos, pero, en 1615, estos últimos constituían ya una
apreciable mayoría.
Alrededor de 1612, los dominicos tenían
cinco conventos y 55 religiosos; y en 1700, estos últimos ya sumaban 170,
aproximadamente. Entre sus más connotados representantes figuran sus propios
famosos cronistas, Antonio de Remesal y Francisco Ximénez; además, el antecesor
de éstos y principal dirigente de la Orden, Bartolomé de Las Casas; y también
Luis de Cáncer y otros que compartieron con estos dos últimos la conquista
pacífica de las Verapaces.
Mercedarios. Alrededor de 1537 fundaron sus primeros
dos conventos en Guatemala y Ciudad Real. En 1597 poseían
casas en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Chiapas. En 1689, esta orden tenía
cerca de un centenar de religiosos.
Los mercedarios fueron objeto de muchas
críticas, inclusive del propio Obispo
Marroquín, por su falta de formación, su escaso espíritu religioso y hasta por
una supuesta condición de entrometidos y mujeriegos. El convento de La Merced,
en la ciudad de Guatemala, así como la iglesia contigua, llegaron a acumular
una extraordinaria riqueza en imágenes y objetos de culto.
Jesuitas.
En cantidades menores, los miembros de
esta famosa Orden comenzaron a llegar en 1582, Fundaron el Colegio de San
Lucas, primero; y, después, el Colegio San Francisco de Borja; este último en
el siglo XVII. Se dedicaron, casi exclusivamente, a las
tareas de la educación, de las cuales se favorecieron clérigos, regulares como
seculares, así como también laicos. Se les encomendó, asimismo, la dirección
del Seminario, constituido para la formación del clero secular.
Los agustinos fueron otros
religiosos que, como los jesuitas, se dedicaron al culto en sus
iglesias, mas no a la evangelización de los indios. En 1664 se instauró en
Santiago la Escuela de Cristo, a través de la Congregación de Felipe Neri, una
institución destinada a la perfección cristiana de sus miembros y del clero
secular.
Conventos
de religiosas
Con el objeto de atender a la formación
religiosa y, en general, a la educación de las hijas de los conquistadores y de
los primeros pobladores, cuya honra estuviera en peligro o que tuvieran
dificultades para casarse dignamente, el Ayuntamiento de Santiago realizo
gestiones, ante la Corona, para que se fundaran los necesarios establecimientos
especializados.
De tal manera, en 1579, se fundó
el monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de la Orden Jerónima,
organizado por monjas procedentes de México. En el establecimiento ingresaron
jóvenes mujeres de la clase alta de la ciudad, y Jo hicieron con dotes (en
dinero o en bienes) de lo más generosas, por lo que el monasterio, rápidamente,
adquirió un estado floreciente. Desde su fundación hasta 1600, habían profesado
en dicho centro unas 339 monjas.
Religiosas de este monasterio fundaron
en 1606 el de Santa Catarina Mártir y en 1610, el de La Encarnación,
en Ciudad Real de Chiapas. En 1667 se estableció el convento de Santa Teresa;
el de Carmelitas Descalzas, en 1698; el de Franciscanas clarisas o de Santa
Clara, en 1700; y en 1725, el de Franciscanas Capuchinas. Todos los aludidos
eran de absoluta clausura, pero también desempeñaban funciones educativas
dirigidas a niñas de las respectivas ciudades; los dos primeros, además,
admitían un elevado número de pupilas y sirvientas.
En calidad de instituciones separadas se
fundaron los beateríos, que eran centros dedicados a
quienes no tenían las calidades necesarias (principalmente, económicas) para
ingresar en los monasterios. Así se establecieron el beaterío de Santa Catarina
de Siena (1580), que después se llamo Santa Rosa de Lima; el de Belem (1670),
que era la rama femenina de la Congregación Belemítica, y que dirigió un
hospital para mujeres; la Escuela de Cristo tuvo también una rama femenina de
la organización del mismo nombre.
El clero secular
Se llamaba así
al conjunto de clérigos a cuyo cargo estaba el cuidado de las parroquias,
ciertos trabajos en la dirección de las diócesis, y la
integración
de los Cabildos Catedralicios. Dependían directamente de la Corona, en virtud
de las normas del Real Patronato. Al principio llegaron a América en un número
importante, pero fueron objeto de críticas por la escasa formación de muchos de
ellos y su dudoso comportamiento moral. Administraron parroquias de españoles,
así como doctrinas de indios. Principalmente, en cuanto a su trabajo en las
últimas, se les acusa de negociar con productos de la tierra c imponer
exacciones ilegales a los indígenas. Al principio de la época colonial, los
seculares eran sacerdotes llegados de España, pero, paulatinamente, se
incorporaron elementos criollos en cantidades apreciables.
Los seculares preferían
servir en las ciudades y villas de españoles, sobre todo en Santiago de
Guatemala, donde, durante el siglo XVI, funcionaron las parroquias más
importantes, como las del Sagrario (originalmente, la parroquial, 1527) San
Sebastián (1585), Nuestra Señora de los Remedios (1594), y más tarde la de
Candelaria. Además de éstas, por supuesto, funcionaba un elevado número de
iglesias y ermitas, con sus respectivos cultos.
En la década
1560 se agravó un latente conflicto entre el clero regular y el secular, los
cuales se disputaban la administración de las parroquias. En el conflicto
intervino el Obispado, la Audiencia, los encomenderos e inclusive el Rey quien,
en 1567, desaprobó que el Obispo quitara doctrinas al clero regular, y ordenó
que se devolvieran las doctrinas de indios que habían estado a su cuidado.
Organización
Económica de la Iglesia
Las fuentes principales en las que
descansaba la Iglesia Católica para su funcionamiento general,
eran las siguientes: salarios reales de los obispos, curas doctrineros y miembros del Cabildo
Eclesiástico; ingresos derivados de la administración de los sacramentos y de
otras actividades religiosas; ofrendas y limosnas de los fieles; contribuciones
forcivoluntarias de los indígenas a los a los curas, las cuales se llamaban "derramas"
en algunos lugares; donaciones de tierras, hechas tanto por la Corona como por
los rieles; fundaciones, herencias testamentarias y legados sobre determinados
bienes.
En cuanto al diezmo, que era un impuesto
regulado por medio del Patronato Real, equivalente a la décima
parte del valor de los productos agropecuarios (labranzas y crianzas), el Rey
lo distribuyó, en favor de la Iglesia de las Indias, de la manera siguiente:
una cuarta parte para el Obispado; otra parte igual para el Cabildo
Catedralicio; los dos cuartos restantes se dividían en novenas partes que, a su
vez, se repartían así: dos para el Rey; cuatro para salarios de doctrineros; y
tres para obras de la Iglesia.
La mayor parte de los salarios de los
doctrineros se obtenía de los tributos que pagaban los
indígenas, y el número de éstos determinaba el monto de los aludidos
emolumentos; por lo tanto, los curatos más atractivos eran los que rendían una
mayor tributación.
Por el compromiso de cristianizar a los
indios, la Corona, en general, se comprometió
a pagar precisamente los salarios de obispos y curas, en la forma antes
descrita; a colaborar en la construcción de templos y otros edificios
eclesiásticos; a financiar las expediciones de los misioneros; y a donar
tierras a la Iglesia, así como a las Órdenes religiosas.
En un principio se prohibió
que estas organizaciones adquirieran bienes raíces en las Indias. Por lo tanto,
hasta 1570, sus miembros vivían de los salarios, contribuciones, ofrendas y
servicios percibidos en las iglesias de su jurisdicción. En las primeras
décadas, el salario de los doctrineros, pagado indirectamente por los indígenas
tributarios y recolectado por los encomenderos, no llegaba hasta las manos de
los doctrineros, y ello dio lugar a un largo litigio, a
cuyo término contribuyó
la coerción ejercida por la Corona, para que los encomenderos cumplieran con
las obligaciones legales a las que estaban sujetos.
Desde
la década 1580, los mercedarios imitaron a los dominicos en cuanto a aumentar
sus posesiones de bienes inmuebles. Los jesuitas, a su vez, básicamente
fincaron sus capitales en donativos y rentas, de montos muy elevados.
Otra de las importantes fuentes de
ingreso de la Iglesia fueron las capellanías,
las cuales consistían en dinero o propiedades territoriales que los feligreses
ricos (españoles, criollos o indígenas) entregaban a la Iglesia, con el fin de
que ésta ordenara la celebración de misas periódicas, en memoria de las almas
de los donantes fallecidos.
Una de las primeras capellanías
de que se tiene noticia fue la de Pedro de Alvarado. Este, en efecto, mandó en
su testamento (hecho por el Obispo Marroquín) que sus indios tributarios
cosecharan cierta cantidad de trigo y de maíz, para mantener dos capellanías en
la Catedral de Santiago, por cada una de las cuales los afectados debían pagar
127 pesos de oro de minas, cada año. A cambio de ellos, los clérigos
beneficiados quedaban obligados a oficiar misas por las almas del Adelantado y
de su esposa Doña Beatriz, durante determinado tiempo.
La organización
de la Iglesia incluía otros muchos órganos o instituciones que promovían la
expansión y consolidación del cristianismo, como los siguientes: Seminarios, o
sea, los centros de formación del clero; Concilios Provinciales, que eran
reuniones de eclesiásticos, presididas por los obispos, en las que se trataban
asuntos relativos a la Organización eclesial y la evangelización; los sínodos,
como se llamaba a las asambleas que los obispos debían celebrar cada año, de
modo obligatorio, para analizar, conjuntamente con el Cabildo Eclesiástico y
los párrocos, los problemas propios de cada diócesis (la periodicidad señalada
no se cumplió por las dificultades para viajar a distancias largas y en caminos
difíciles, por lo que, en Guatemala, apenas se celebraron unos tres, en el
siglo XVI);
las visitas pastorales, por las cuales
los obispos debían
acudir, cada año y en forma personal, a los curatos de sus diócesis, para
supervisar el funcionamiento de tales unidades evangelizadoras; las cofradías,
o asociaciones de fieles, legalmente constituidas, con finalidades religiosas o
benéficas, que tenían como patrono a un santo o a algunos de los misterios de
fe católica. En Guatemala, cobraron gran importancia por su número elevado, por
la riqueza que acumularon muchas de ellas, pero, sobre todo, por sus
implicaciones culturales y políticas, ya que, en términos generales, se
convirtieron en receptáculos de la cultura tradicional y, por lo tanto, en
focos de resistencia ideológica frente a la dominación colonial.
La inquisición
Esta institución,
que fue una especie de órgano jurisdiccional para investigar y castigar los
delitos contra la fe cristiana, sólo actuó en la diócesis de Guatemala por
medio de comisarios que dependían del Tribunal de México. De un total de unos
400 cargos que se plantearon desde Guatemala, sólo unos 40 terminaron en
procesos formales, durante los siglos XVI y XVII. Sin
embargo, aproximadamente 85 reos fueron castigados con penas graves; unos 60,
con sanciones leves; y, en un único caso, el reo William Croniels, un irlandés
residente en Sonsonate, fue condenado al patíbulo, en 1575.
En Yucatán,
una parte importante del territorio maya, fue proverbial, por destructora, la
acción inquisidora que, en fecha temprana, promovió el Obispo Diego de Landa
(1524-1579), quien, de modo paradójico, se convirtió después en un estudioso
esmerado de aquella cultura. En 1600, en la ciudad de Santiago, se hizo famoso
el Deán de la Catedral, Eclipse Ruiz del Corral, por sus rudas actuaciones
inquisitoriales. Entre las víctimas de este figuro el cronista
dominico Antonio de Remesal, cuya obra histórica Ríe
objeto de tina arbitraria incautación, por aquel que ha sido llamado el
"Deán turbulento1'.
En el siglo.XVIII, la Inquisición empezó a perder poder político,
redujo su actividad y sus medidas fueron menos virulentas. Se abolió, en 1813,
por las Cortes de Cádiz, pero Fernando VII la estableció de nuevo
en 1814, sin que esto tuviera mayores consecuencias visibles en Guatemala.
La iglesia
de la etapa posterior
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica sufrió cambios drásticos, más bien
derivados de dos corrientes de pensamiento que sacudieron particularmente a
Europa, pero cuyas repercusiones se extendieron ampliamente,
El primero de tales fenómenos
fue la Ilustración, el movimiento intelectual en el qué se reconoció la
relevancia de la razón en el discernimiento humano, y en el que, igualmente, se
impulsó la ciencia experimental y la Historia, frente a las antañosas y
obsoletas ideas de la Edad Media.
El otro hecho fue el Regalismo, que
emergió como un equivalente del despotismo
ilustrado o del absolutismo real. Este movimiento sociopolítico sostenía que la
monarquía era un derecho divino que los reyes representaban una especie de dioses
en la Tierra; y que la autoridad de los monarcas emanaba de Dios y no del
pueblo.
Las concesiones papales en relación
con América, en consecuencia, correspondían a los Reyes Católicos, por derecho
propio, y no podían, por lo tanto, discutirse o modificarse. Era atribución del
rey, se aducía, todo lo relativo al gobierno y Administración
de la iglesia, excepto los asuntos dogmaticos y sacramentales, que
correspondían al Papa.
Aquellos
aires heterodoxos, de racionalismo ilustrado, de exaltación de los poderes
temporales en desmedro de los divinos, se arremolinaron en los caminos
intelectuales y políticos de la vieja España, en la que perduraban, todavía,
algunas de las antiguas ideas medievales. Para colmo, las guerras minaban las
arcas reales, como lo hacia también la necesaria defensa de las posesiones
americanas; y aun las propias reformas, que parecían impostergables, por
atractivas y provechosas, demandaban fondos descomunales.
La
corona comprobó que nada podía hacerse en la dirección renovadora, sin contar
con la presencia y la fuerza, casi omnímoda e imponente de la Iglesia. Esta, no
solo estaba metida en las mentes de las multitudes de ambas orillas del
Atlántico, sino en las arcas públicas y en los cofres privados, en los que se
guarda el poder derivado de la riqueza. Se recurrió, entonces, a los bienes
eclesiásticos para enfrentar los gastos as ingente y por otra parte, se
introdujo también la semilla del cambio en los propios surcos de la sagrada
institución.
No
fue poco, ni desestimable, lo que se consiguió en aquellos afanes novadores
que, al final, algo refrescaron también las naves de los templos, las aulas de
los centros de estudio, as mentalidades conventuales de los viejos clérigos, y
hasta los muros del prejuicio y la ambición de los encomenderos.
A
partir de 1808, por ejemplo, una parte de la Iglesia se identifico con la gesta
patriótica frente a la invasión napoleónica en la Península y, por distintas
causas, todas vinculadas a la atmosfera de cambio, los seminarios y conventos
casi se vaciaron del todo.
Las
Cortes de Cádiz de 1812m en las que la palabra independencia ya no tenia
connotación subversiva tan peligrosa, estuvieron integradas por clérigos, n una
tercer parte de sus diputados, y se plantearon en ella abiertas reformas
liberales.
A lo
largo del siglo XVIII, los ecos del cambio comenzaron a repercutir en
Guatemala. En 1701, empero, todavía se fundo, en la ciudad de Santiago, el
Colegio de Cristo Crucificado de Propaganda Fide (Convento de la Recolección),
en el cual se prepararon varios franciscanos recoletos que viajaron, en
misiones evangelizadoras, a territorios aun no cristianizados (Taguzgalpa, en
Honduras; Tologalpa, en Costa Rica), donde fundaron reducciones y hospitales. Asimismo, durante los siglos
XVIII y XIX, todavía arribaron unas 26 expediciones misioneras, integradas por
236 franciscanos y dominicos. De todas maneras, y a pesar de la fuerza,
intelectual y económica que la Iglesia había acumulado en los tres siglos de la
Colonia, la situación general en ésta comenzó a transformarse, de modo
apreciable.
La
misión evangelizadora ya no fue tan impetuosa; la labor educativa monopolizada
por la Iglesia, comenzó a debilitarse; y, en general, esta entro en un estado
de estancamiento, que se agudizaba con los años. Las posiciones de disidencia o
de denuncia, en los ámbitos interno y externo de la institución, se sucedían de
modo interrumpido. Se hacían concesiones importantes, que se traducían en la
condena a los malos tratos sufridos por los indios; se prohibieron reiteradamente,
las vejaciones, castigos, contribuciones y servicios que, por años, habían
sobrecargado las espaldas de los nativos.
En
el primer cuarto del siglo XVIII, Fray Francisco Ximenez denunció que los
clérigos seculares, en la zona sur, montaban haciendas de años, cacao, ganado y
cana de azúcar, en las que se abuzaba del trabajo de los indios. Los Arzobispos
Pedro Cortes y Larraz enviaron a la corona informes, en los que denunciaban los
atropellos que los alcaldes mayores y corregidores cometían en contra los
aborígenes; y los castigos y vejaciones que estos sufrían a manos de españoles
y ladinos, a veces con la complicidad de los propios alcaldes y principales
indígenas.
He
aquí parte de los juicios lapidarios de Francos y Monroy.
Todas
las irregularidades aludidas se condenaron inclusive en los Apuntamientos sobre
la agricultura y comercio del Reino de Guatemala, el documento que el consulado
de comercio elaboro, en 1810, para que se presentara en las Cortes de Cádiz. No
fue posible, a pesar de todo, aniquilar por completo el poder ideológico y
económico de la iglesia, tal había sido la envergadura y extensión que ese
poder alcanzo en la época inicial de la Colonia.
Por
muchos años mas, se conservaron intactos los bienes eclesiásticos, por ejemplo,
las grandes haciendas de los dominicos, como la de San Jerónimo, en Baja
Verapaz; La Chácara, El Rosario y la
Labor, en Sacatepéquez; las de Cobán y Santa Cruz del Quiche, así como el
cuantioso patrimonio de los jesuitas, integrado por rentas de capital,
potreros, edificios, medianas y grandes haciendas.
Se
puede afirmar que la poderosa influencia de la iglesia no aumento, pero que se
mantuvo relativamente estable durante los siglos XVIII y XIX.
La
expulsión de los jesuitas del Reino de Guatemala, el 26 de junio de 1767, en
cumplimiento de la respectiva disposición de la corona, del mismo año; así como
la confiscación de sus bienes, y la forma ignominiosa en que salieron de
Santiago algunos de sus mas eximios representantes, como el poeta Rafael
Landivar, fueron otros factores que contribuyeron al debilitamiento de la
entidad, pero que tampoco determinaron su aniquilación. Esto no se consiguió,
ni siquiera, como resultado del carácter, un tanto mas relajado si no disoluto,
como algunos lo calificaron, del cristianismo criollo, o mediante la pertinaz
resistencia silenciosa, que ha estado presente en la conservación de los
idiomas, de fundamentales elementos religiosos, de normas costumbres y
creencias, de origen prehispánico. Este ultimo fenómeno, que se percibe aun en
la actualidad, pone en tela de juicio una supuesta mezcla indisoluble que, de
modo simplista, ha dado en llamarse Sincretismo Cultural.
Finalmente
y como una evidencia mas de los cambios, importantes pero relativos,
experimentados por la Iglesia en la ultima parte de la época colonial, es
preciso resaltar el papel que jugo en el movimiento que culminó en la
independencia de Guatemala, el 15 de septiembre de 1821. Aunque el Arzobispo de
entonces, Ramón Casaus y Torres, no fue precisamente partidario de la causa
emancipadora, lo fueron varios clérigos notables y vecinos connotados que
profesaban la religión católica.
EL
LENGUAJE EN EL CONTEXTO COLONIAL
De
igual manera que la religión en general, o que la Iglesia Católica en
particular, constituyen mundos inconmensurables de símbolos de lo mas diverso
(mitos, creencias, imágenes, ritos, etcétera) así, el lenguaje es también un
complejo y vasto sistema de claves o señales y símbolos, cuyos significados
cambian con el tiempo y según los variables contextos sociales.
Los
símbolos lingüísticos (pictogramas, jeroglíficos, letras o morfemas, sonidos o
fonemas, giros y freses idiomáticos, tonos o entonaciones, pero, sobre todo el
conjunto de las propias lenguas maternas, como representaciones genuinas de la
identidad cultural) pueden tener connotaciones cohesivas o disociadoras; de
solidaridad o de conflicto; así en las relaciones interpersonales, como en las
que se producen entre grupos o sociedades internas.
Desde
el mero comienzo de la conquista del Nuevo Mundo, por ejemplo, la corona
española se planteo una gran interrogante respecto de la evangelización en
especial, pero también en relación con las otras vías que podían conducir al
dominio político, social, económico, ideológico, de los puebles de las Indias.
¿Qué lengua usar para tales propósitos: las aborígenes o el castellano?
Al
principio, la decisión fue facial: solo el idioma de los cristianos permitía la
evangelización y su imposición facilitaba la tarea de justificar la conquista y
la clasificación de las personas, los grupos, las sociedades y culturas. ¿Cómo
explicar por ejemplo, el concepto teológico de que Dios es uno y trino, en
lengua que no fuera el latín o su derivado el castellano? ¿Cómo justificar la
salvación de las almas en una cultura inferior?
Pronto, no obstante, las circunstancias se
impusieron. En el ultimo tercio del siglo XVI ya se habían emitido varias
cedulas reales en las que se ordenaba el aprendizaje de los idiomas nativos,
por lo menos entre los curas destinados a los pueblos de indios. Se crearon las
cátedras necesarias en conventos, Seminarios u otros centros educativos, con
resultados que no siempre fueron tan rápidos y satisfactorios como los que se
esperaban.
En
cualquier casa. Los esfuerzos tesoneros de los religiosos, principalmente, se
tradujeron en un legado impresionante de vocabularios, gramática, catecismos,
historias, relatos y aun tratados religiosos, todos escritos en las lenguas
nativas.
El
primer obispo de Guatemala, Francisco Marroquín, aprendió varias de aquellas
lenguas y escribió sobre ellas; y lo propio hicieron muchos clérigos que
explotaron innatas habilidades o dedicaron renovados desempeñar a la tarea de
conseguir iguales propósitos. Ello fue más fácil para el clero regular que para
el secular, puesto que este atendía preferentemente las parroquias de españoles
y mestizos. En los capítulos provinciales celebrados en los siglos XVI Y XVII,
se lamentaba la falta de ministros que hablaron las lenguas regionales, y se
pedía que no se utilizara, en las doctrinas de indios, a quienes carecieran de
tales aptitudes.
En consecuencia, de modo paciente se
comenzaron a elaborar muchas obras manuscritas, de preferencia en Kakchiquel,
quiche, tzutujil, mam, kekchi y otras lenguas mayas, aunque muchos d aquellos
trabajos se extraviaron en los recodos del tiempo.
Al
principio, los misioneros y unos cuantos
funcionarios parecían los únicos interesados en el estudio de las lenguas
vernáculas, pero estas adquirieron el debido reconocimiento académico cuando,
en 1681 se establecieron, en la universidad de San Carlos, las dos primeras
cátedras de dichas lenguas: una de Kakchiquel, que funciono por poco tiempo; la
otro de lengua mexicana o pipil que no llego a existir en la practica.
En
la segunda parte de la época colonial famosos representantes del clero, como el
Arzobispo Pedro Cortez y Larraz, y el dominico Francisco Ximenez (traductor del
popol vuh) seguían lamentando la falta de conocimiento y manejo de las lenguas
aborígenes entre los misioneros y párrocos; ambos y otros como ellos, pedían
que se corrigiera tan deplorable situación.
La
lista de obras, religiosas u otras, que se escribieron en Guatemala, en las
lenguas nativas, es realmente impresionante. El valor intrínseco de varias de
ellas (el popol vuh, el memorial de Sololá, el titulo de Totonicapán y otras
mas), y han servido una ve mas, para demostrar que el lenguaje no solo es el
vinculo de comunicación por excelencia entre los hombres, sino además, el medio
mas eficaz para conocer la esencia y la evolución del pensamiento humano, y
para explicar la naturaleza de las relaciones entre los individuos y los
pueblos.
En
su extenso horizonte de símbolos, y como núcleo amplio complejo de significados, el lenguaje ha
servido, a veces, como instrumento de dominación, pero lo ha sido también de
resistencia de liberación, de resguardo de los elementos fundamentales de una
cultura. El lenguaje es, como la religión, un bosque de símbolos polivalentes,
con proyecciones políticas, económicas, artísticas y de todo genero. Por algo
es el hombre el único ente que posee el don de la palabra.
LA
EDUCACION EN LA COLONIA
La
educación informal, es decir, la transmisión de la cultura en general, entre
los miembros de una sociedad o de un grupo particular, es tan antigua como el
mismo hombre. Si el origen de este se identifica con la utilización del
lenguaje, de herramientas diversas, y con la capacidad de simbolización, la
transferencia generacional de estos atributos estas relacionada con la
educación informal.
Solo
un cierto nivel de organización, de especialismo y de sistematización en la
trasferencia de los conocimientos, de las destrezas, de los sentimientos, las
tradiciones, las aptitudes o logros, marca el surgimiento de la educación
formal. Este segundo tipo de educación, aunque se carece de suficientes
evidencias detalladas, existió, con sus propias modalidades procedimientos en
la época prehispánica. En especial, en el caso de los hijos de los señores y
principales de los señoríos que existían en la época en la que llegaron los
europeos.
En
cuanto a la sociedad colonial, la información sobre los sistemas y avances
educativos es más abundante y fidedigna, aunque esta apreciación no sea del
todo aplicable al lapso que comprende los primero 10 años de la presencia de
los españoles en lo que después fue el Reino de Guatemala.
EDUCACION
ELEMENTAL
Se
sabe que casi desde el principio mismo del régimen colonial, algunos clérigos e
hijos dalgos se dedicaron a una enseñanza, más o menos sistemática, dedicada a
los hijos de los conquistadores y primero colonos. Desde este vago comienzo
hasta la ultima etapa de la era colonial, la educación formal, en términos
generales, no tuvo una amplia cobertura, es decir, no estuvo dedicada a las
grandes masa de la población; y si exhibió, en cambio, un evidente carácter
clerical. Este último rasgo se explica por los compromisos y relaciones entre
la Iglesia Católica y el Estado español, en relación con la empresa de la
conquista y de la colonización.
Al
obispo Francisco Marroquín corresponde el merito de haber iniciado, en 1533,
las primeras gestiones formales para atender la educación de hijos de
españoles, de indios y de jóvenes mestizos de la ciudad de Santiago de
Guatemala. Marroquín solicito y puso por obre el que hubiese escuela para
enseñar a leer y escribir a los niños españoles que iban naciendo.
Aunque
se carece de mayor información, se supone que en aquel centro primigenio se
enseñaba lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. Como primer
maestro de dicha escuela se ha mencionado a un tal bachiller García Díaz, y
ello hace suponer que el establecimiento estaba dedicado solo a niños criollos.
En
documentos referidos a 1567 se alude, como maestro de educar niños, a alguien
lado Martin Salazar. También existen referencias, aquí y allá en al documentación
histórica, a la enseñanza elemental que se impartía en conventos, monasterios y
beaterios.
Una
escuela, llamada de San Lucas, funciono en el Colegio Mayor que, con aquel
mismo nombre, y a instancias del ayuntamiento, los jesuitas trataron de fundar
después, en 1582. Las clases las impartieron dos hermanos de la compañía de
Jesús, llegados expresamente de México. En forma separada funciono también la
Escuela de Belem, establecida por el
hermano Pedro para la enseñanza de las primeras letras a los niños pobres, pero
de quienes no se saben si eran solo criollos, mestizos o de ambos grupos. Como
pueden colegirse de la información disponible, había una estrecha correlación
entre las condición étnica las oportunidades
de acceso a la educación. Los hombres tenían preferencia, y mas aun si eran
descendientes de conquistadores o de los primero pobladores.
LOS
COLEGIOS MAYORES
Nuevamente
Marroquín, en 1545, pidió al Rey que se crearan Colegios Mayores, en los cuales
se pudiera enseñar Artes (Vísperas de Filosofía y Lógica), gramática, Teología,
y otras materias semejantes. El obispo argumentaba que, de ese modo, podía
atenderse la educación de muchos jóvenes criollos y mestizos, que actuaban de
manera desorientada en la sociedad: no conocían
la Fe, la justicia, sus orígenes, el medio en el que vivían, ni siquiera
al propio Rey. En resumidas cuentas, esta vez el prelado no alcanzo su
objetivo.
No
obstante la adversidad de las circunstancias, oportunamente comenzaron a
funcionar los Colegios Mayores, destinados a enseñar las disciplinas ya
mencionadas en el campo de las Humanidades. El de Santo Domingo fue el Primero
de ellos, pues se fundación data probablemente de antes de 1550.
En
1625, el citado Colegio obtuvo la facultad de otorgar grados universitarios y ellos
suscito una seria controversia con los jesuitas, pues estos querían participar
también de tal privilegio. Alrededor de 1553, el colegio de Santo Domingo tenia
completas sus cátedras, y algunos de sus cursantes, principalmente frailes,
pasaron después a la Universidad de Salamanca. Desde entonces, se comenzó a
estudiar algunas lenguas vernáculas, con la ayuda de profesores indios. Después
se fundo el Colegio de San Francisco, en torno a 1575, el cual funciono en el
convento de esta orden, con profesores llegados de Salamanca.
Al
cabo de pocos años a instancias, una vez más, del Obispo Marroquín, se
estableció el Colegio de Santo Tomas. Este fue resultado de un convenio
suscrito entre el prelado y los dominicos; estos se comprometían a servir las
cátedras de filosofía y teología por un periodo de seis años, en tanto que
aquel sufragaría los gastos respectivos. Las partes se fijaron el propósito de
trasformar el Colegio en una universidad, para la cual pretendían todos los
privilegios de los que ya gozaban las universidades de España, y que ya se
habían otorgado a la de Nueva España.
El
colegio de Santo Tomas surgió, efectivamente en 1620, cuando el deán de la
Catedral y el Superior de los dominicos firmaron el acuerdo. De inmediato, se
elaboro el plan de estudios, en el que se excluían las cátedras servidas en
otros establecimientos semejantes de educación superior; se fijaron los
honorarios de los profesores; se adoptaron las normas de la Universidad de
México; y se obtuvo la correspondiente autorización del presidente. Días mas
tarde se hizo la inauguración formal, en un ambiente de pompa y regocijo, con
la presencia de oidores (miembros de la Audiencia) de representantes de las
ordenes religiosas, de otros funcionarios y de vecinos principales.
En
Santo Tomas se inscribieron 77 estudiantes, distribuidos así: 11 en Teología;
16 en Cánones; 10 en Vísperas de Teología; y 40 en Filosofía. Prontamente se
iniciaron las gestiones para conferir grados académicos, pero los jesuitas, que
ya tenían s propio Colegio, de nuevo alentaron las discordias y controversias,
pues cada orden mantenía sus pretensiones sobre un verdadero monopolio docente.
El colegio de Santo Tomas, abrió la brecha de la educación Universitaria en
Guatemala, e incluso sus bienes resguardados y su persistente aliento académico
permitieron la posterior fundación de la Universidad de San Carlos.
El
colegio de San Lucas se fundo, por la Compañía de Jesús en 1586, pero solo
entre 1620 y 1627 funciono de manera normal y completa. Los jesuitas iniciaron,
en el citado establecimiento, un nuevo tipo de enseñanza superior: remozada con
ideas renacentistas y de la Contrarreforma, con una concepción integral de la
educación y con normas amplias y dinámicas. Sin embargo, también atendía
criterios elitistas, cerrados, exclusivistas e inclusive prepotentes.
Obtuvieron privilegios y concesiones, no obstante sus conflictos con el Colegio
de Santo Tomas y después con el de Santo Domingo, gracias a las condiciones
ventajosas de que disfrutaba la misma orden. Precisamente por ello, los
jesuitas consiguieron la facultad de otorgar grados de Filosofía y Teología,
con lo cual lograron retardar la Fundación de una Universidad, mantener cierto
monopolio docente y por esta y otras vías, afirmar su primacía en la vida de la
capital del Reino.
A finales del siglo XVII, el Colegio de San Lucas había tenido alrededor de 300 estudiantes en los distintos niveles, y entre estos figuraban personas famosas como el Hermano Pedro, El historiador Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, así como otros miembros de la elite criolla. En 1700, además, los jesuitas fundaron otro Colegio: el de San Francisco de Borja.
A finales del siglo XVII, el Colegio de San Lucas había tenido alrededor de 300 estudiantes en los distintos niveles, y entre estos figuraban personas famosas como el Hermano Pedro, El historiador Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, así como otros miembros de la elite criolla. En 1700, además, los jesuitas fundaron otro Colegio: el de San Francisco de Borja.
A
los centros mencionados de educación superior debe agregarse el Seminario
Tridentino, creado para la formación del clero criollo. Se llamo así porque su
funcionamiento estaba vinculado a las normas del concilio del Trento, Celebrado
este en el siglo XVI, para combatir la Reforma e impulsar la Contrarreforma. El
establecimiento se inauguro en 1598 y funciono efectivamente durante más de dos
siglos.
UNIVERSIDAD
DE SAN CARLOS
Uno
de los centros más antiguos en su género, en Hispanoamérica, la Universidad de
San Carlos, se fundo según licencia contenida en real cedula promulgada por el
monarca español Carlos II, el 31 de enero de 1676.
Las
gestiones para el establecimiento de la Universidad de Guatemala se iniciaron
en 1548, por el Obispo Francisco Marroquín, y ellas fueron reiteradas,
insistentemente, por el mismo prelado, por la Real Audiencia, por el
Ayuntamiento, por el Obispo Fray Payo de Rivera, por las Órdenes religiosas
establecidas en el reino, y por otras personas e instituciones. Tal objetivo
solo se logro, empero 128 años después.
En
el proceso de instalación de la Universidad fue decisiva la herencia
testamentaria que dejo el Obispo Marroquín, y que consistía en las rentas que
pagaba, en concepto de terrazgo, el pueblo de indios de Jocotenango, aledaño a
la ciudad capital. Dichos fondos sirvieron, inicialmente, para financiar el
Colegio de Santo Tomas, y cuando resultaron insuficientes para fundar la
Universidad, se incrementaron con generosas donaciones hechas en 1620 por el
comendero Sancho de Barahona, la esposa de este, Isabel de Loaiza, y por Pedro
Crespo Suarez. Es importante subrayar la contribución indirecta de los indios en
la fundación de la Universidad de San Carlos, así como las protestas, de las
que ellos dejaron constancia, ir las exacciones considerables que sufrieron en
aras de la normalidad financiera de la institución.
El
nuevo y más importante centro de estudios superiores se llamo Universidad
precisamente para indicar su naturaleza universal, y no partidista respecto de
ninguna doctrina o escuela de pensamiento conocidas. El agregado “de San
Carlos” se justifico, por quien tuvo a bien autorizarlas, es decir el Rey, de
la siguiente manera contundente “… en atención y buena memoria de haberse
creado por mi, Carlos II”.
Se
estableció la Universidad no solo para hijos de conquistadores y criollos, sino
en referencia a Guatemala, “… para alivio y consuelo de los vecinos naturales
de ella”. En el supuesto de que pudiera quedar alguna duda, en la cedula real
se agregaba que “los indios pueden y deben ser admitidos a matricula y grados”.
Sin embargo, de modo igualmente taxativo, se excluía a los negros y a las otras castas.
Es
importante subrayar que, según el estatuto de su creación, la Universidad debía
funcionar sin dependencia de Institución alguna, y con pleno y libre gobierno
de la docencia y de sus bienes. Era, pues, autónoma, sujeta nada mas al
Patronato Real, lo que la obligaba a reconocer al Rey como su Fundador, y a
esculpir las armas reales en el frontispicio. No estaba supeditada a la Real
Audiencia, ni a poder publico alguno. En
la cedula, asimismo, se mandaba redactar las constituciones que debían normar
sus ingresos y su patrimonio; que se organizaran las oposiciones a cátedras; y
que se cumplieran otras disposiciones pertinentes.
Años
mas tarde, la Universidad alcanzo el rango de Pontificia, es decir la potestad
de enseñar las diversas expresiones del pensamiento Católico; y después el 18
de junio de 1687, su titulo completo du el de “Real y Pontificia Universidad de
San Carlos”.
OTRAS
RAMAS DE LA EDUCACION
En
la época colonial funcionaron, como ramas especiales de la educación, la
dedicada a las jóvenes mujeres, principalmente de origen español o criollo, la
cual se concentró en los monasterios y beaterios. Estaba concebida como
preparación para el matrimonio, o bien para la vida conventual.
La
educación dirigida a los indígenas, de manera casi total, se redujo a la
cristianización, lo que implicaba la sustitución de la cultura prehispánica por
la occidental. Los procedimientos más usuales para dichos efectos fueron la
catequesis (enseñanza de la doctrina católica) y la castellanización.
Finalmente,
se cultivó, en una medida acorde con las circunstancias, la educación
artesanal, pro medio de la cual, jóvenes varones, de distinta extracción
étnica, aprendía oficios diversos, mediante la relación entre maestro, oficial
y aprendiz, que era típica de los gremios artesanales de la época. En dicha
relación, el maestro otorgaba, comida, casa, ropa, cuidado espiritual y
entrenamiento en el oficio, a su aprendiz; éste, por lo general, era un niño de
ocho a diez años, que, por periodos que se aproximaban a esas mismas cifras,
ayudaba en tareas domesticas en la casa de su maestro, a cambio del aprendizaje
y la protección que recibía de este.
Durante
el siglo XVIII, la educación en Guatemala conservo sus características
anteriores (de alcance reducido y de carácter clerical), excepto por algún
incremento en el numero de las escuelas, así en la capital, como en las
provincias y en varios poblados del interior del Reino. De esta generalización
solo escapan las escuelas de San José de Calasanz y la de san Casiano, Fundadas
en 1792 por el Arzobispo Cayetano Francos y Monroy. Estos dos centros por sus
objetivos y su metodología, constituyen quizás dos de los muy pocos cambios
cualitativos que experimento la educación en la ultima etapa de la colonia.
LAS
ARTES EN LA ERA COLONIAL
Esta
última sección de la cultura se refiere básicamente al urbanismo, la
arquitectura, la literatura, y en general, a las llamadas artes visuales. La
generalización mas viable que se puede formular respecto de estas
manifestaciones del arte colonial, es la de que este fe una derivación del arte
español, y que, salvo notorias, excepciones, tuvo tan solo una escasa calidad.
Los
procesos de la creación artística de la época prehispánica, en efecto, quedaron
suspendidos casi de manera abrupta, y fueron reemplazados por las concepciones
y técnicas del sector colonizador inclusive algunas de las expresiones
artísticas de los indígenas prealbaradianos, que exhiben más supervivencias,
culturales como la música, los textiles, la cerámica, ciertas danzas, etc., también
muestran la impronta de la conquista y de la estructuración de la sociedad
colonial.
Respecto
del urbanismo es válido señalar, que los españoles implantaron en América un
modelo urbano que utilizaron en las ciudades vías y pueblos de indios. Se puede
describir como un sistema sencillo y funcional, de calles rectas, plaza central
y manzanas cuadradas, divididas estas, en solares para la casa de cada familia.
Este patrón, que no era usual en Europa de entonces, no fue precisamente de
fácil aceptación por los indígenas de Guatemala, quienes, en cantidades
apreciables, han seguido viviendo aunque ya solo de modo alterno, fuera de las
cabeceras municipales. Sin embargo, el modelo se extendió en el país, y ha
perdurado hasta la actualidad. En el campo del urbanismo son importantes los
hombres de Josep de Porres, Luis Diez Navarro, su hijo Manuel, Joaquín
Carvajal, Marcos Ibáñez, quienes trabajaron en las primeras trazas de la nueva
cuidad capital.
La
arquitectura se manifestó sin una definición estilística clara, o bien, como
una convergencia de corrientes ya desaparecidas o en franca declinación en
España; tales como los casos de los estilos románico, gótico, y mudéjar, y en
otros mas recientes, como el renacentista, y el plateresco. En Guatemala se
encuentre todavía en forma aislada, ejemplos arquitectónicos de las mencionadas
corrientes estilísticas, pero ellos, como otros menos influidos, por el arte
español, presentan adaptaciones al medio ambiente, así como los recursos
materiales y tecnológicos de cada región.
En
el campo de la literatura, son altamente representativos los nombres del gran
bardo Rafael Landivar (1731-1793), Fray Matías de Córdova (1768-1828), Rafael
García Goyena (1766-1823), sor Juana de Maldonado (1598-1638) la
historiografía, en la que destacan los nombres de Bernal Díaz del Castillo,
Fray Antonio de Remesal, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y Fray
Francisco Vázquez, Fray Francisco Jiménez y Domingo Juarros.
En
realidad, la actividad literaria se incremento desde que se trajo al país la
primer imprenta, en 1660 la cual se adquirió por gestiones de Fray Payo de
Rivera, Obispo de Guatemala, y fue operada por José de Pineda Ibarra, impresor
que llego de Puebla, México, donde se adquirió la imprenta.
El
primer libro publicado en Guatemala fue la Explicativo Apologética, que trata
de la doctrina de la Inmaculada Concepción y cuyo autor fue, precisamente el
Obispo Payo de Rivera.
Respecto
de las otras ramas del arte, se puede reiterar la generalización relativa a la
imposición o por lo menos la marcada influencia del arte español. En estos
campos son dignos de mención nombres como los de Juan de Aguirre y sobre todo
Quirio Cataño quien esculpió el Cristo de Esquipulas. Como cultivadores de la
música sobresalió Tomas Pascual, quien fue maestro de capilla en San Juan Ixcoy
desde 1590, y a quien se reputa como el primer músico indígena de toda América.
También alcanzaron renombre durante la colonia, los músicos Manuel Joseph de
Quiros, Raphael Antonio Castellanos y Benedicto Sáenz. No obstante, seguramente
por la incorporación de artistas y artesanos indígenas en el ámbito
correspondiente de la época, así como por las características estructurales de
la sociedad colonial, no es difícil encontrar sutiles o abiertas reminiscencias
artísticas prehispánicas, lo que puede interpretarse también como una
demostración de resistencia cultural.
Durante
el siglo XVIII y hasta la independencia, el arte guatemalteco se mantuvo como
una extensión marginal, provinciana y dependiente del español. En uno y otro, sin
embargo, se puede notar cambio de orden cuantitativo, el relajamiento moral y
estético, la conciencia étnica, etcétera.
En
suma, el arte Guatemalteco de la Colonia solo alcanzo una originalidad que, de
tan precaria, o de tan marginada, parece inexistente.
CONCLUSIONES
Ø Régimen
colonial, en términos generales prevaleció en el Reino de Guatemala entre 1524
a 1821, la esencia como la explotación económica de un territorio y del trabajo de los
habitantes gozaron de autonomía.
Ø Las
principales funciones eran de parte de los españoles quienes conquistaron a la
cultura que habitaba Guatemala que explotaron muchos de los recursos que se
encontraban en el área por los indígenas que los volvían esclavos.
Ø El
descubrimiento de como planificarse mejor, la agricultura, la Religión.
Ø Entre
los que participaron los indígenas quienes fueron conquistados por los
españoles, Jorge de Alvarado quien distribuyo a los indígenas para la búsqueda
de artículos, Francisco Marroquín quien tomaba la tasación de cada tributo que
le daban, Alonso Maldonado el evidenciaba el peso económico que cada ofrenda.
Ø El
trabajo artesanal fue evolucionando cada vez más al igual que la agricultura,
cada producción que ejercían se les entregaba a los españoles, mientras ellos
iban dándoles un intercambio para su bienestar.
Ø La
evolución de la comunidad indígena por los españoles los hizo tener un cambio
drástico, como en la religión, el lenguaje, las políticas, la distribución de
tierras, por lo que fue en cierta parte beneficiario como en desventaja, porque
se produjo lo que se le llama la esclavitud.
BIBLIOGRAFIA
Historia Sinóptica de Guatemala
Historia General de Guatemala. Tomo
II
ANEXOS
INTEGRANTES DEL GRUPO 3 EPOCA COLONIAL
1. Jonatán Josué Sagui Yat 201340576
2.
José Cú Tiul 201340720
3.
Gerardo Cu Yat
4.
Carlos Nicolas Catalan Veliz 201345590
5.
Samuel Josué Gualim Cal 2012-22598
6.
Ludving Omar Laj Jom 2013-45404
7.
Josué Emanuel Mazariegos Cú 201345649
8.
Jacqueline Lisbeth Chen Jerónimo 201345983
9.
Alicia Briseida Mireille García Sajmoló 201345939
10. Heywel Alexander Pérez Castellanos 201343233
11. Denis Valentin Leal 201349598
11. Denis Valentin Leal 201349598